Eran viejos amantes, de esos que hacían el amor en cualquier parte, esos que hablaban con la mirada sin prometer con palabras, los que respiraban su pasión en cada lágrima, los que acariciaban cada deseo y no fingían en la virtualidad, el juramento de un eterno beso.
Eran viejos amantes, hechos de abrazos a la antigua, enseñados en educaciones elegantes entre sonrisas tímidas, con principios que cualquier rey envidiaría y con ese toque de alquimia, que los transformaba noche y día en excelsas poesías.
Llego el último de aquellos primeros días. Como siempre la cama estaba tendida, en el rincón la silla consentida donde desnudaban sedas y camisas, una media luz tenue abrazaba paredes, dos almohadas los esperaban tersas y medio calientes, la luna abría reflejos en su ventana y una suave melodía los envolvía entre ceras, tintos y algunas gotitas que atrevidas, ya caían sobre la sabana. La pasión se creaba, también el amor y se hacía con calma, la pausa tenía prisa y ella despacito la caminaba, la tocaba y lo tocaba, sus dedos eran miel de caña, sus besos vainillas chorreando dulces varas, sus miradas permanecían cerradas, pues eran sus almas las que amaban.
Subió la temperatura sobre aquella cama, una aurora vestida de boreal los envolvió de colores y nieblas fantásticas, las estrellas se conjuntaban: las Pléyades a Venus secuestraban, de Marte se entintaba roja la Luna, la libido de Escorpión le quitaba su fuerza a Orion y una vieja galaxia soltaba miles de cometas, para que abrazaran con su luz nuestra Tierra. El cielo abrió su lienzo, cien mariposas copulaban sobre aquel cuadro abierto, los delfines volaban, sobre nubes alados carpinteros lluvias repicoteaban y sonreían a cada mirada, que una manada de águilas les regalaba. Un búho sorprendido todo miraba y la naturaleza sonreía viendo estupefacta, como todo se reinventaba.
Eran viejos amantes y sabedores de su poder tan embriagante. Elevaban su frecuencia porque ya sentían del amor su belleza, vibraban estrellas, se endulzaban con el vapor del cometa, también de sudores goteados de cereza y aguamiel, tocaban cuerdas en piel, teclas en cada suspiro, aire en cada gemido, exóticos sabores en cada beso correcto y permitido...y fue entonces que la música los erizó erectos con su acorde más perfecto y divino. Se detuvieron los corazones, vieron sus cuerpos amándose rodeados de hermosos colores, cada caricia mostraba una diferente tinta, cada beso su libertad y un albedrio que jamás habían conocido, cada mirada como penetraba dentro de la otra alma y cada gemido se convertía en una canción, más larga que un libro. Todo era magia, de los sentidos un baile de elegancias, aquel amor se dibujaba y era cada corazón quien en su óleo lo pintaba.
Eran viejos amantes, consentían y sabían, sin miedos ni teorías, dándose sin medida. Desde el astral todo era poesía y decidieron llegar a lo más profundo y escribir de su amor la más hermosa elegía. Ella se abrió y el penetro su alma, su eterico cuerpo hasta tocar la espina de su espalda, cada pedacito de su espíritu hasta tener cada poro de piel dentro de su garganta. La amo más y más, ella se contorsiono, el con fuerza la abrazo, un punzante escalofrío sintió, lloro, una ternura con sus versos los escribió y en el grito supieron que ese orgasmo no era humano, sino que en ellos vivía, como un regalo de Dios.