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miércoles, 28 de noviembre de 2018

EL ESPEJISMO DE UNA SOLEDAD.


             Desafié el ocaso, lo miré de frente, le dije a la soledad que conmigo estuviera presente, al viento que caminara silente y también a mi cuerpo que entendiera que hoy,  prestaría su piel a un reflejo diferente. Escuché un murmullo, me cautivó y despacito me sedujo, quizás la pena de un alma, los susurros de unos labios sin esperanza o la melancólica quietud de una ola, cuando el mar está en calma. No había nada, el pensamiento se relamía acostado en su cama, la memoria era blanca, el momento en subasta pujaba y gritaba vivirlo en un instante y no, en un tiempo distante.
             Y apareció el más grande, de los espejismos el más cautivante, de la imaginación su holograma más brillante…de mi vida, esa ilusión hecha pentagrama que cuestionaba mis sentimientos y también, los aprendidos pecados de ajenos infiernos. Se desbarataba por completo el silencio, todo era algarabía, se desparramaban los cabellos por la pista, reía la risa, los sentidos nadaban entre morfinas y aquel espacio lloraba, porque en el tiempo era pura alegoría. Todo vivía prisa, corría una lágrima para no ser desvestida, una tumba atrevida se abría a otra vida, el anárquico escribía poesía, el miedo sufría carestía y el hombre reinventaba formas en sí mismo y también en su autoestima.
            No podía aquel espejismo abrazar tanto contenido, faltaban sentidos para comprender aquella fiesta de albedríos, inventó una calle, una casa y también un olor, a humedad y viejos enjarres. Caminaba completa una araña de tela vestida, la puta olvidaba sin rencor su esquina, a trompicones una fachada se deshacía y asomaban sus reliquias cada una de las piedras, que aquella casa sostenían.  Del fondo del mar llegó un trueno, de par en par abrió la ventana sin estruendo, la tristeza era espesa y oscura, se podía tocar con los dedos y también hablar con sus anhelos. Una sombra muy anciana vestía la mesa mientras entre arrugas, cualquier lana tejía con sus agujas. Una desgastada vela discutía con el vacío de una copa, un tibio café sacudía su aliento entre aquellas manos temblorosas, la soledad era otra cosa, más punzante, auténtica y escrita con años y también con sangre.
            Pero aquella estampa a nadie preocupaba. La vida seguía su impuesto aquelarre,  bailaba el monje en aquella calle su desidia mientras un mendigo le rendía pleitesía, un cuerno soñaba sus traiciones entre sedas y caras almohadillas, la noche se reía de su día, el político enseñaba su socarrona sonrisa y como siempre en su terreno, un cura inventaba para el domingo, una nueva homilía. Y fue entonces que la utopía reventó aquella vida, aquel espejismo mal parido, todos aquellos versos que una injusta sociedad, por siglos había escrito. Toda superficialidad se desvaneció, la mentira en su enredadera murió y la verdad, se mostró.
            La casa abrió su puerta, el portal se convirtió en alfombra persa, el aire se desvaneció en dulces y piruletas, expandió la mesa su madera, las paredes parieron sillas por donde fuera y aquella señora, se rindió a lo que sus ojos veían, con auténtica sorpresa: pintaba Dalí su Cadaqués hermoso, Gala lo miraba con deseo erótico mientras un vulgar Sancho, jugaba al dominó con un Neruda ya cansado, de tanta pipa y tabaco. Explicaba el pintor que a todos engañó, que si bien era genio no nació seductor y que de sus huevos solo nació una flor, era de lis y no de otro olor. Contento pintaba la oportunidad que aquel espejismo le daba, a la utopía con su pincel gratificaba porque por fin pudo plasmar, lo que la soledad gritaba. Gala estaba entusiasmada, quería un rebozo tejido por las manos de aquella anciana, una tela que le recordara, un pedazo de nostalgia que le dijera que en la vida, fue amada y no como ella, a la suerte abandonada. Sancho no decía nada, no había un tinto que su panza llenara, tampoco molinos con los que discutir viejas andanzas y mucho menos un Quijote para mostrar travieso una dulce venganza. A la señora miraba y a Dulcinea le recordaba, si, la del Toboso que era mucho mejor que aquella casa, pero no más bella que el alma de aquella anciana. De la mesa quitó un teléfono, llamó a la tienda, como siempre la de la esquina pues estaba más cerca, la compra sería secreta, el pintor pagaría, un tinto y algunos aperitivos para calmar ansias a un Neruda que del humo ya había huido, también para la señora un café distinguido, para Gala un licor hecho de miel y olvido y para Dalí, una butifarra y un par de huevos cocidos. Lo miró y sonrió Neruda alargando en sus labios una rima, pensó en aquella señora y la sintió poesía, se le acercó, le dio la mano y un “gracias” le susurró. Preguntado por el por qué, Neruda respondió: por primera vez sobre otra soledad escribiré porque ahora en mí no la sentiré sino en usted. La abrazó y continuó: Es todo un amasijo de versos, yo solo correctas letras les pondré, los ordenaré, de sus ojos el sentimiento robaré y de su alma ese libro, en el que los escribiré.
              Aquella anciana lloró. Su soledad sería pintada y escrita, tratada como reliquia por los más grandes, asumida como vida y también besada cada día en el rebozo de Gala o en la caricia que le había dado aquella redonda panza. Por primera vez el pintor y el escritor una ajena soledad profunda olerían, en lienzo y hojas la plasmarían. Dalí en un gran huevo escondió su tiempo para poder llenar aquel lienzo y Neruda tomó otra vez su pipa, su tabaco y todo su genio para poder escribir aquel sentimiento.
             Y el espejismo se diluyó.
             Hay soledades que nos rebasan. No es fácil entender una soledad cuando no es la tuya, a veces a lo ajeno cerramos miradas y alma, decimos que no comprendemos pero cuando nos toca…el grito roza el cielo.
             Por cierto Dalí no dejó el lienzo en blanco, lo llenó de colores, sensaciones y dobladas emociones… y Neruda, escribió el libro más largo.



lunes, 26 de noviembre de 2018

TAN LEJOS.


               Piensas que la vida te ha dicho la verdad, que porque estoy lejos no me puedes amar, que en el recuerdo no hay sinceridad, que nacimos de la ansiedad y que nuestras miradas, jamás se tendrán que cruzar. Cabalga la mentira, estrecha y en azufre molida, por ajenos elegida, enseñada y mal aprendida, arrebatadora y mal parida, también desvestida y por el pensamiento, a veces asumida.
               Estás tan lejos que cuando  lloro ni tu recuerdo seca mis lágrimas, tan lejos que cuando quiero escribir tu aliento, la tinta no resbala,  la imaginación de mi se separa y solo el vago reflejo de la Luna, penetra tímido en mi ventana.  Le pido al cielo que pliegue el espacio, que junte mi oscuridad con la luz de tu alba, el despertar de tus sábanas con el reposo de mi almohada, la humedad que cada noche invade mi cama con ese cepillo que por tus cabellos, despacito resbala. Todo es tiempo, una ilusión que traspasa el entendimiento, una dimensión para la cual no estamos hechos, unas letras que cada día desgarran en mi pecho ese sentimiento que por ti tengo, ese que no puedo tocar, ni siquiera cuando tu perfume, copula con mi viento.
             Creo tu imagen en la música a semejanza de mi añoranza, dibujo tu silueta entre humos y viejas ceras, tu piel en cada pintura de  sombras perversas  y me lleno de sabor, solo cuando dentro de un viejo tinto, mi boca respira, el suave mosto de tu ardor. Ven, atraviesa el no tiempo del Universo, la cadencia de mis versos, esa saliva que para ti guardo entre mis deseos, esa caricia que huele a terciopelo, esa boca que te abro desde dentro, porque cuando toques mis labios, del beso serás, el más precioso de los ungüentos. Escondí un anhelo en cada capítulo de mi vida, ese que para ti guardo abierto, un deseo que creció en cada sueño, en cada palabra de amor que de ti recuerdo, en cada noche que en mi soledad te exprimí por completo.
             Todo sobre el recuerdo es aciago, días largos, interminables noches, sudores empapados sobre cada poro de mis pecados, ese desgarrado gemido nunca olvidado y el grito callado cuando asoma el alba sin que estés a mi lado. Búscame, de mi aire sé parte, de mi alma su anclaje, de mi amor el coraje y de mi poesía esa tilde que con tu rima, en mi vida encaje. Ven hacia mí porque soy elixir, esa lluvia que es maná, el más allá en tu despertar, esa caricia que de ternura te llenará, ese juego de ajedrez que siempre ganarás y también ese color, que le falta al arcoíris de tu hermosa beldad. Brillaremos estrellas, seduciremos cometas, de humedades pintaremos lunas y de amor, cada palabra que salga de mi boca y de la tuya.
            Tan lejos, demasiado silencio, soledades abrazadas en el invierno de los celos, palabras escritas en el pergamino de los deseos, explicación última en el vacío de un beso, lágrimas divinas de un amor que para el Universo no es pasajero…tan lejos y tan cerca de lo eterno.



domingo, 25 de noviembre de 2018

DESAMOR PASAJERO, AMOR ETERNO.


            Se deshace la mirada en lágrima, la mano en caricia, el labio en apretada rabia y el pensamiento se abraza fuerte a una deseada nostalgia. Se desliza en el aire una suave fragancia, la memoria pinta una raya, el olvido necesita magia pero el recuerdo estremece con dureza, el fondo del alma. Suda el candelabro sus ceras envainadas, el balcón resbala el óxido de unas barras a hierro forjadas, astilla el vidrio el marco de su ventana, también el viejo polvo del suelo se levanta y poco a poco se derrumba la casa de aquel amor, que ahora yace en otra cama.
             De traición se vistió el alba cuando la primera brisa de tu olor no tenía nada, de hipocresía la palabra al nacer de tu boca y saber a falacia, de hiel cada gota de tus fingidas lágrimas cuando en tu último abrazo, empapaban mi cara. Lo último que vi fue tu espalda de arrogancia disfrazada, las puntas de tus cabellos en extrañas huellas enredadas y el maldito orgullo de tu mirada cuando al cerrar la puerta, tu reojo, todo me explicaba. Te pedía que no me dejaras, que sin ti sería nada, que la vida daría por muertas cada una de mis albas, esos amaneceres que en brazos de otra alborada, besabas y besabas.
            Los días pesaban, cada noche una incertidumbre cerraba a canto mi ventana, las sábanas gritaban, mi almohada ni a la mejilla se pegaba, el miedo en mis entrañas cabalgaba y la soledad empezaba a pintar cada pared de mi casa. Encerré mi corazón, no quería del amor saber nada, ni su poesía ni a que sabía su fragancia, tampoco si en él vivían alegrías o si en algún libro tenía escritas sus melodías. La negación era un tesoro, el nervio un maldito y escondido acertijo, el pensamiento ignoto y la imaginación, carente de cualquier tipo de retoño. El invierno no solo era frío sino también hielo para mis sentidos, la primavera un otoño caído y el vacío el que mejor dibujaba tu olvido.
            Caminaba de la mano de una desidia consentida, no me atrevía a pisar ninguna orilla ni oler la fragilidad de un lodo que mis huellas no quería, tampoco una pequeña luz que de lejos me perseguía pues creía que eras tú quien la prendía. Pensaba que regresarías, que de él te olvidarías, que ante mi tu perdón arrodillarías y que mi alma otra vez te escribiría. Pero no fue así, el cielo cambió de color ese día y una tremenda oscuridad llenó mi vida. Quería una cantina, un desahogo que me explicara que algo seguía, un zumbido que atravesara mis sienes y que me gritara que aun tendría vida. Las puertas se cerraban, nadie quería aquella madrugada, ni las farolas ni las fachadas, tampoco la Luna y mucho menos el aire, que prestado respiraba. El tiempo blandía su espada, el espacio crecía y de frondosa niebla se llenaba, el bosque reía, un lejano lobo aullaba, el grillo callaba cuando sobre aquella acera, este hombre, sus bruces arrodillaba pidiendo clemencia a quien sabe quién, que le explicara si habría otra alba.
             Ya el frío mi garganta estornudaba, la decisión calaba, un cáliz desde mi dentro sangraba y  aquella cuchilla sobre mis venas, despacito e inquieta, resbalaba. Un escalofrío recorrió mi espalda, sentí una presencia que entre velos me abrazaba, una imagen necesitada, un olor a quemada vainilla en vara, ese sabor a mente sabia…esa sensación de que alguien escribía en mi alma. Aquella poesía me regaló sus palabras, también cada rima, cada pedazo de un sentimiento que ya no recordaba, sentí que me acariciaba, una sonrisa que profunda sobre mis labios temblaba, una oportunidad como tren despuntando en aquella incipiente alba. Me giré sobre mi sombra, no vi nada pero mis sentidos con alguien hablaban, no era mujer ni hombre, tampoco una imaginación alocada, quizás una invención del alma, la necesidad de un corazón a punto de perder el palpitar de su magia o quizás esa visión que no ve nada pero mira quieta como la naturaleza poco a poco, formaba desde la oscuridad, aquella hermosa alborada. Me sentí transportado a un mundo que no era raro, crecía el musgo a su árbol atrapado, un arcoíris mostraba su raíz y el tesoro enterrado,  el mar estaba sentado, por lejanas olas era bañado y por esponjosas nubes, una y otra vez llenado. Nada se acababa, todo siempre empezaba, la música se reinventaba, el aire entre rayos sus entrañas calentaba, todo vivía, nada moría, todo sucedía, no había distancia y  tampoco tiempo que sus manecillas necesitara. El cielo soñaba cuando el pintor de colores lo llenaba, la lluvia sobre algodones descansaba y el viento, todo el viento era para mí y frente a mi cara, todo el Universo me explicaba. Y apareció el gran Mago, ese eterno desde la Fuente creado, todo el saber del akásico, el infinito de luz disfrazado, esa condición que es Legado. Huyó la dimensión, sentí amor en su posesión, cambió la vibración, a tanta intensidad rendí sumisión y me rebocé por completo en la arena de una exquisita  pasión.
                Me llené de mirada, desde mi cama a la ventana, en la pared ya no había soledad estampada, las sábanas no gritaban y un suave rocío  abrazaba aquella ansia y de ella, poco a poco me preñaba. La puerta con insistencia era tocada, la sensación me aturdía, me envolví con la toalla, desperté con caricias mis canas, tragué una saliva extraña y a través de la mirilla, ahí estabas. Llegaste a mi vida, un día que no era nada, no te esperaba pero te necesitaba, no quería pero me llenaste de alegría. Mi portal lo sabía, amaneció limpio como destino divino, terso para que tu huella fuera la primera en ser imprimida, valiente para que desde él quitaras todos mis miedos, soñador para enseñarte el volar de todos mis anhelos y muy osado para contagiarte de aventura y robar de mi alma tanta amargura. Nos fundimos en verso, en amor, en naturaleza y en Universo. Hoy nacen de la poesía los recuerdos, aquellos instantes que entre sombras desgarraban mis sentimientos, las melodías que tocaban azufres en mis infiernos y también esas letras que nacen de mi alma cuando te toco y te siento. Cada día desde la oscuridad creamos nuevas alboradas, siempre distintas, siempre de nuestras humedades preñadas…cada tarde somos pincel de ocre en el cielo y cincel de arte en cada nube que convertimos en deseo…cada noche en la Luna caemos presos, en su reflejo el amor hacemos, cada grito es gemido, cada suspiro un sueño y cada caricia, la promesa de un amor eterno.
            


sábado, 24 de noviembre de 2018

HAZME SENTIR HOMBRE.

               Tócame, pon tu mano alrededor de mi cuello, deja que tus dedos se enreden entre mis cabellos y ahora despacito, susurra en mi oído tu placer prohibido. Cierro los ojos, es tu lengua la que me siente todo, mi oreja, el nervio en mi quijada, cada ardor en mi garganta, en mi cara, en lo partido de mi barba, en cada poro que abres con tu ansia y también en cada pestaña cuando tus labios las abrazan.
               Que sea tu aliento quien provoque mi alma, ese vapor caliente que desde tu dentro a mi boca pegas con ganas, esa lujuria que sabe a pecado y quiero probar en cada una de sus formas y también su dulce fragancia.  Enséñame el poder de tu celo, desabróchate la blusa, quiero absorber tus senos, cada gota, cada ternura, cada suavidad que me toca como bruma, cada latido de un corazón perfecto…cada uno de los versos que en tus pezones, riman con nuestro anhelo.
               Pégate a mí, píntame de cielo, con tus besos y la caricia de tus manos entre los vellos de mi pecho, con tus labios, con esas burbujitas que nacen de tu aliento, también con esas palabras que erotizan tanto mis sueños y con esa mirada que enciende ese fuego que por ti, traigo dentro. Hazme hombre, humano y pecado de tus infiernos, excusa de tus miedos, el primero en profanar tu cuerpo y el último en sentir, todo lo que para mí es de ti, un prohibido deseo.
                Siénteme como trofeo, hazme tuyo, deja que mi prisa sea tu tiempo, mi piel ese lodo que atraviesas completo, mi vientre el palpitar irreverente en cada mordida de tus dientes, mis piernas ese mar donde se mojan tus sienes y mis escalofríos el punzante deseo que como hombre goteo despacito cada vez que siento tatuado el calor de tu libre albedrío. No te detengas, mi orgasmo te venera, por toda la espalda, entre mis muslos, desgarrando mi cadera, confundiendo piernas y cerrando mi garganta hasta que tu alma entera me posea. Tu humedad es sincera, el abrazo perfecto, la sensación etérea y el roce suave de tu clítoris, la seducción, que mi vida desea.
                Enséñame de ternuras, de caricias y miradas profundas para que el después no sea aciago ni tenga ninguna duda. Enséñame como cruzar tanta dulzura por entre tus brazos, a probar tus besos cuando salga ese niño acobardado, a nadar en sueños cuando el rocío nos pegue empapados y también a saber que vivo completo, cuando en ti, escribo mis orgasmos. Enséñame, porque hoy me hiciste sentir hombre, divino y también, el mejor de los humanos.







LA CONTRA DE LA DANZA.


          Ruge el cielo su tormenta, silba el viento más allá de cualquier vereda, revienta el trueno su cornisa, deshace todos los mimbres conocidos el cometa. Todo es ilusión y fantasía, temblor y osadía, la contra de la danza llegó a mi vida y les explicaré por qué a veces mis acordes no vivían y tampoco mi sonrisa.
          Primero embriagaré mi razón para que el miedo no sea condición, después prenderé una cera, le pediré al temor su rendición y al hombre que mire a otro lado, a la mujer que su despecho sea controlado y a cualquier niño que me lea su venia, porque de sueños, están hechas mis letras.
          Lamía el León una hiena, ella se reía mostrando pasión, la culebra los miraba inquieta y entre las sabanas de viejas selvas, una historia escribía su condición: era año de nieves y las sienes no encontraban sus frentes,  con lo que podían ayudaban las cejas, las pestañas se rendían ante ojos tan prominentes, no cualquier boca hablaba y las palabras reposaban en la mente. El solsticio se negó a cruzar su estación, el meridiano se quitó la hora de encima, el humano no existía y por ende la ignorancia dormía y dormía. Todos eran sabios, las plantas, las rocas, los ríos y también las alegorías. Frunció el ceño una amatista, mientras tanto una montaña se desvestía de calor que tenía, la nieve caía y caía, el mar ya tanta agua no quería y le pedía al río que aguantara tanta osadía, que no era invierno todavía y que tanta sal, al final en la nada se diluiría.
          Llegó el primer turista, el atrevido que se ganó de otro planeta la lotería. La Tierra era suya, no había competencia solo un aire con sabor a vicio y fresa. Lo respiró primero, se desnudó después, miró y remiró, vio que no había mujer, se sintió solo, pensó, un sentimiento nació, el acto emocionó y una mujer creó. Le dijo “hola” le contestó con un “adiós”, insistió y un “pregúntale a Dios” se llevó. Cabizbajo se retiró. Se durmió y el segundo día llegó. Ahí estaba la mujer, hermosa, bella, seductora, sensual y cautivadora. Se preguntó si tan excelsa creación era de él, la mujer su telepatía leyó, le dijo que no, que solo sus ojos eran a su semblanza, que su cuerpo era de Dios y que su alma, todavía estaba en divina discusión. ¡Hummm! Pensó el turista. La mujer le preguntó: ¿quieres crear mi alma? El hombre pensó, meditó, imaginó, un sentimiento de otro cielo lo embargó, le gustó, lo soñó…Y un alma se creó. Cerró los ojos aquella mujer, una intensa luz toda la Tierra cegó, el amor se olió y en aquellos ojos algo sublime se creó: calor y viento, deseo y anhelo, azabaches y flores de almendro. Sorprendido, el turista la mano le dio. La mujer asintió. El turista se atrevió, aquella mujer no cedió. Empezó un juego de palabras, intenciones y negocio entre almas.
             Intentó el hombre cambiar los sentimientos de aquella mujer, sus decisiones, sus creídos desórdenes, la religión que no tenía y hasta los hábitos que quizás de alguna bacteria poseía. No hubo manera. El turista insistía, la mujer no consentía.
             Cansado de carne y mente, con el cerebro seco y algo de su cuerpo bien tieso, sacó del imaginado bolsillo su mano y pensó en ahogar sus pasiones como lo hacía antaño. La mujer se le acercó, lo acarició, puso entre sus piernas un poco de vaho, con un labio su boca rozó, el hombre se ruborizó, se calentó, frío sudó, también dudó. La mujer insistió, su pezón al velludo pecho acercó, el hombre cedió y cuando todo el volcán lamía lavas a su alrededor…la mujer se levantó y con gran estupor exclamó: “de ti soy superior, jugaste a ser Dios y el sueño te sobrepasó, tanta imaginación un hermoso ser en mí creó, en el deseo mi cuerpo perfecto nació y en el desordenado revoltijo de tus sentimientos, un gran amor en mi dentro se creó. Un amor a lo eterno, no al hombre sino al cielo, no a tus silencios sino al ruido del Universo, no a tus pasiones y sí a los brazos de cualquier albedrío hecho viento. Soy lo que debo ser y no parte de tus miedos, soy inteligente y no cómplice de las ignorancias en tus celos, soy mujer y por tanto, libre en mis anhelos”.
            Entendió el hombre que debía crecer, reinventarse como otro ser, ver más allá del límite a tanta languidez para después, una mujer poder merecer. Se convirtió en mono y de cada árbol aprendió, en pájaro y su mirada expandió, en perro y la fidelidad comprendió, en delfín y diferente respiró, en niño…y otra vez soñó. La mujer de lejos lo miraba, el aprendizaje costaba pero ante tanto empeño, algo la enamoraba. Aquel hombre diferente se mostraba, blanca era su alma, su cuerpo cuidaba, exquisito olor sudaba y cuando un desacuerdo llegaba, siempre recurría a la palabra. También la ternura llenó sus manos, la caricia sus dedos, la sincera humedad  sus ansias y el día que por fin la tuvo en sus brazos, ella consintió, en él se refugió y con ambos de amor preñados, explotó la poesía, de tantos sentimientos guardados.
            Hombre y mujer deben estar al mismo nivel, en ese nivel donde lo espiritual copula con el ser, donde el alma es escrita con semejante tinta y donde el corazón late con la sangre del otro, sin condición y con la misma rima.
         



viernes, 23 de noviembre de 2018

AQUÉL ESPEJO.



               Miraste aquel espejo y me sentiste dentro, en su frente te desnudaste, viste como te miraba, ante él tu cadera contorsionaste, a él tus senos pegaste, sabías que no podía tocarte, me hablaste, un beso con la boca abierta me enseñaste, las manos recorrieron tu cuerpo, los dedos el vaho de mi aliento, tus ojos miraban dentro y yo sufría, envuelto en aquel espejo. Fue el primer día.
              El segundo te vestiste distinta, con menos ropa, solo una seda te cubría, toda te entreveía, erótica y hermosa, seductora y con todo el reflejo, de una elegante poesía. Te acercaste completa, primero fue tu mano la que tocó el espejo, tus dedos lo medio rasguñaron, exhalabas deseo, tu pubis mojado era perfecto, cada uno de sus poquitos vellos, cada poro abierto y también esa suavidad, que resbalaba despacito por aquel pulido viejo. Fue el segundo día.
             Era miércoles, ya la noche caía, una luna preocupada no te veía y yo atrapado, con la paciencia discutía. Llegaste como siempre divina, te quitaste el maquillaje, las arracadas, una pulsera y también una regalada gargantilla. Aquellos labios probaron tu lengüita, yo quería, solo me mostraste una gota de tu saliva, también una grieta que en vida no querías y poco a poco de tus hombros quitaste del sostén una primera tira. El escalofrío era consentido, tus pezones excitaban la superficie de aquel amigo, tus manos los juntaron, a mi cara se pegaron, sentí su olor, el sabor de tanta ternura y también ese dulce erotismo, cuando en mi alma creaste un nuevo y empapado rocío. Fue el tercer día.
           Recorrió el alba sobre el espejo su elegancia, una pequeña brisa gritaba, del norte un frío viento en su temblor cabalgaba y tú, despacito te despertabas. Yo estaba atento, quería ver tus lagañas, tu cabello desquiciado, el sabor de tu aliento temprano, lo que del exquisito perfume en tu cuerpo había quedado y también en tu espalda, lo que de aquel sentimiento se había perpetuado. Ese día me ruborizaste, ante mí te depilaste, de crema te llenaste, tus pestañas acicalaste y recuerdo muy bien, cuando aquella toalla por mí encelada, recorrió el alma, acarició tu lienzo y de aquel espejo quise ser pincel, óleo y también, el artista más travieso. Te fuiste corriendo, se te hacía tarde, se te olvidó mi beso y cerraste la puerta  no sin antes dejar un pedazo de tu viento en el calabozo de aquel espejo. Fue el cuarto día.
           Del trabajo llegaste, independiente te miraste, orgullosa y retando una nostalgia. La dualidad estaba presente como mujer y también como humana. Te desvestiste, solo vi tu espalda, una pequeña arruga que escribía edad en la parte baja de tu garganta, en el  hombro una ansia estresada y en tu aliento, esas ganas de secuestrar todos mis sueños. Apagaste la luz, tu mesita de noche y toda la estancia, el celo era magia, la almohada al verla pegada a tu cara, aquella sábana cuando entre tus piernas por siempre parecía se quedaba y también aquella bendita oscuridad, solo por el brillo de tus ojos cuestionada. Fue el quinto día
           Y llegó el sábado, perverso y confeso, día de aventuras y extraños versos, te sentías sola porque no entendías que yo seguía atrapado en tu espejo. Te gritaba y no me escuchabas, a su puerta tocaba y ni se estremecía la maldita estancia, de mi caliente vaho lo llenaba y no le dolía, palabras de amor y deseo escribía pero ni un garabato en él sobrevivía. Tenía que conseguir que entraras en él, de alguna manera tenía que imaginar tal osadía y fue entonces que convertí en cuento tu vida: cerré los ojos, te soñé mía, le pedí al cielo una alquimia, que le robara al mar su espejo, a una vieja nube que me lo trajera con empeño y un poco de intensidad, a cada uno de los  vientos. Convertí mi espejo en agua, esa cárcel en dulce cama, lo notaste y quieta me miraste.  Como cada noche frente a él te desvestiste, eras turrón y de la música exquisita melodía, quería que fueras atrevida, como algodón de caramelo en el pensamiento con ansías te lamía, la más hermosa nube del cielo, esponjosa y con la forma elegida, seductora y erótica, hoy serías mía, húmeda y de la Tierra su armonía…hoy, con amor te poseería. Sentiste diferente, sabías que ahí estaba mi vida, que no había excusa y que a mi ser, toda te darías. Te acercaste, tu cuerpo pegaste, se hundió en mi agua, a mi boca llegaste, lo absorbí con toda mi alma, tus labios juntaste, mi deseo engullió cada una de sus partes, tus piernas caminaron y en alta marea fuiste amada sin temor y por cada una de mis artes. En mi entraste, a mi espejo y a mi vida. Aquel reflejo por siempre se rompió, entre nosotros el tiempo se olvidó, aquel espacio nos atravesó y el espejo cayó. Fue el sexto día.
        Al séptimo día con los dos abrazados, el amor no descansó.
         




jueves, 22 de noviembre de 2018

PAISAJES


                 Resbalaba la cascada en el lecho de un río cansado, salpicaba briznas de música su agua, también brillantes y diamantes, ecos profundos que siempre en el alba, se robaban una dulce esperanza. Preguntaban las piedras por qué siempre el musgo las abrazaba, sonreía la humedad y un astillado leño soltaba su última carcajada. El color era tanto que embriagaba miradas, el olor tan sano que expandía el alma hasta su membrana, el sabor de aquel día por natural era extraño pues quien esto escribe, rodeado de otra vida se encontraba. Esa vida que era naturaleza y proeza en cada gota de agua,  del viento caricia sin pausa, en el contenido aliento el suspiro cuando respiraba  verde en cada rama, en el silencio esa soledad que por un día era diferente y muy necesitada. Todo vivía, bailaba la dulce melancolía conectada a mi poesía, se despertaban las letras en el libar suave de cada mariposa que pasaba, en el verso imaginado había fragancia, mis tintas corrían por aquella agua y entre círculos,  rima tras rima, húmedas estrofas se creaban.
                 Aquel bosque me hablaba, desde su profundidad atraía mi mirada, en su poderosa virginidad competía con sombras cada alba, todo era otra realidad, una magia que desde la tierra brotaba, una sutil densidad que con amor me cantaba. Decidí caminar, mis pies descalzar, cada árbol abrazar y sobre cada mojado barro dejar una huella para que aquel bosque sintiera, que yo, era de verdad. En lo alto las hojas se apartaban para dejar que el Sol iluminara cada vara, las ramas de mis piernas se alejaban y algunas flores sus rocíos convertían en pequeñas almohadas  para que sus espinas solo fueran, dulces bayas. De frente miraba, una maravillosa estela el camino me enseñaba, me sentía raíz y de la selva parte de sus entrañas, tocaba el cielo entre arbustos, nubes entre telas de araña y también estrellas en cada corcho, que atento me guardaba. Escuché el cantar del juglar, del viejo tronco su meditar, de cada musgo su palpitar y también como un hada volaba en frente de mi cara sin cesar. Era hermosa, bella, pequeña y parecía talentosa. Me pidió la mano, me dijo que de ahí me iba a sacar, que el ocaso estaba por llegar, que una fantasía me iba a mostrar y sin dilatar, volé con ella a mi mar.
                  Como siempre inmenso me miró con recelo, hacía tiempo que no lo tenía entre mis dedos, rugió una ola y cuando mis pies abrazó, una suave espuma de su sal todo me empapó. Mi azul me sonrió, el horizonte de él se despegó y un ocre perfecto al cielo lo soldó. Era mi mar, ese Mediterráneo siempre inquieto y con historias que escribían en piel sus testamentos, siempre perfecto, en sus gotas, en cada marea, en cada grano de arena y también, en cada uno de sus silencios. Lleno de leyendas y maravillosos yacimientos, de ciudades sumergidas y navegantes que por siempre se quedaron en su lecho, de grandes tormentas sufridas, de extraordinarias elegías, mojado por grandes epopeyas siempre leídas y lleno de sangres que un día se atrevieron a mirarlo con desprecio y que hoy lo miran, desde dentro. Mi mar, mi Mediterráneo que un día me vio nacer y que el destino ha escrito que en él, un día, deberé trascender. En su playa dejé un recado, no dentro de una botella sino sobre su arena y en una burbuja que me respiraba llena,  una brisa se pegó a mis párpados, sentí un abrazo salado y de la mano de mi hada regresé al río donde todo este sueño había comenzado.
              Todo era distinto porque el río ya sabía su destino, rumbo a mi mar emprendió su camino, el bosque se abrió divino, el último Sol entró completo y en sigilo, cada gota absorbió de mi todos mis sueños, cada piedra se desprendió de su musgo con apresurado empeño para que el agua con prisa resbalara y comprendí que aquel río, lleno de mis sonrisas y anhelos, no pararía hasta llegar a mi Mediterráneo querido. El hada se despidió no sin antes con sus pequeñas alas acariciar mi cara, no sin antes escribir un susurro en el fondo de mi alma, no sin antes juntar sus labios y cuando estaba a mi mejilla pegada, tatuarme un beso con toda su fragancia. Mi destino estaba escrito, lo corría el río, por el hada era dirigido, atravesaría bosques y solsticios, veredas y atrevidos caminos, ilusiones y también paisajes que harían de mi vida, un hermoso escrito.


               

miércoles, 21 de noviembre de 2018

ABRÁZAME


              Abrázame, siénteme como nunca lo has hecho con nadie, permite que tu corazón se llene con mi fragancia y que tus ojos no miren, cuando estés dentro del baile de  mi elegancia. Abrázame, siente mi hambre, esa ternura que quería compartir desde antes, el poder de mi palabra cuando hecha susurro en tu alma lata, esa lágrima que tenía guardaba, para cuando alguien como tú, mi soledad desgarrara. Abrázame, róbame entero, no dejes que tenga miedo, quiero tu cariño, necesito el calor que traes dentro y también cada burbuja que sale de tu aliento. Abrázame, explícame porque en tus brazos me siento eterno, porqué ese silencio es tan hermoso y quieto, porque mi piel te muestra lo travieso y porque cada noche, me sueño en tu dentro. Abrázame porque sin ti no estoy completo, me falta el regazo entre tus senos, el temblor de tu vientre, el pensamiento de tus sienes y también ese beso que cada noche, clavas en mi frente.
              Abrázame sin miedo, que no te importe lo que dirán ni los ajenos miedos, tampoco el sufrir de los amantes imperfectos y mucho menos si hoy la Luna esconde  de ti, todo su reflejo. Hoy necesito de ti ese abrazo sincero, ese matiz sutil y lleno de celo, ese calostro que fluye de tu alma y que quiero comer por entero. Hoy necesito de ti, cada emoción, cada deseo, cada brizna de tus besos, cada palabra que respira tu anhelo…cada verso que cae de mi poema porque en ti, es perfecto. Quiero que seas mi noche, el surgir del rocío entre flores, ese olor que nada entre sabores, esa imaginación llena de colores, esa ilusión que hace del sueño la magia de un hombre…esa mujer que explique amor, en cada uno de mis rincones.
             ¡Abrázame!

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domingo, 18 de noviembre de 2018

UNA PESADILLA ENTRE COPAS



              Avanzó espesa una bruma, cálida, extraña, llena de brazos ancianos, de una niebla con hilos desgarrados, con labios mojados, pupilas encendidas y ojos abiertos con miradas atrevidas. Enfrente se detuvo, cogió aire, desgarró su capa, también aquella piel escamada, le dijo al tiempo que no era nada, al espacio que le había quitado la distancia y sin darme cuenta, atravesó mi alma envolviendo de miedo cada gota, del aliento que me quedaba. La noche se mostró en todo su manto, huyó la Luna para no reflejarse en el rayo, una densa telaraña resbaló por toda mi espalda, el corazón con fuerza gritaba mientras un maldito frío, recorría una por una todas mis entrañas.
             Aulló el lobo sin Luna,  se convirtió el río en una seca laguna, nadaba mi cuerpo sin agua ni espuma y mi sombra, gemía desnuda. Cien lenguas de fuego me lamían los dedos, quemaron el libro de los viejos testamentos, también las tablas de los sumerios y cada historia relatada, desde el fondo de los tiempos. De una nube llovió sangre, del fondo de la montaña salieron demonios como enjambres, del norte llegó un viento desafiante y del mar diez tritones, llenos de hambre. Corrí a ninguna parte, el vacío me seguía, un precipicio a cada paso se abría, poco a poco el cielo su color perdía, las aceras se doblaban, las fachadas sobre mí caían y sin dudarlo, entré a una cantina.
            El ambiente era raro, un ermitaño pedía tabaco, un eunuco se creía conquistado, el baño estaba limpio y era raro, en una esquina un vómito yacía a su fregona pegado, a mi derecha dormía sana borrachera un anciano y en la segunda mesa, sentaba sus posaderas una hermosa damisela. Pedí un doble con la condición de que los hielos no salieran de su mano, el cantinero me miró rápido, antes le dije que ahí estaba mi pago y que se quedara con el cambio. La guapa sacó un cigarro, se lo prendí raudo, me dio una tarjeta con sus honorarios y enseguida cerramos el trato.
             Abrazaba silencio cuando su beso copuló con mi aliento, tenía miedo, no quería tocar el cielo, pensaba que su amor no era sincero, que era pecado tanto deseo y que ese motel, solo era un pedazo más de aquel infierno. Se atrevió la nostalgia a rendir su manifiesto, caminó una lágrima, ella escuchó mí dentro, esa necesidad hecha palabra, ese murmullo que entre copas, empezaba a soltar mi alma.
             Elegante y primorosa, su derecha sostenía la copa, su izquierda el humo de una hierba seca y olorosa, su mirada en mis ojos seducía cautivadora, cada caricia entre mis piernas era provocadora mientras su teléfono hablaba y sonaba, porque alguien lejano, también la quería toda. Cruzaba sus piernas, inquieta y juguetona, le daba la mano, la cogía con agrado,  a veces me enseñaba con disimulo esa emoción que guardaba entre sus trapos, también la seducción de aquellos senos erizados bajo mi amparo y de vez en cuando esa mojada ternura que en aquellos labios mojaba su lengua entre dientes y cariños pagados.
              Le conté todo lo que había vivido, que no lo quería como destino, me miró con un sinsentido y me desabrochó la camisa antes de creerme lo sucedido. Le dije que no y me preguntó a qué había venido. Le contesté que como compañía y al parecer no le gustó. La hora convenida pronto se acabaría y sólo me quedaría. Armé una treta, le conté otra vez toda aquella historieta, le dije que sola no saliera porque por aquella acera caminaban tritones, demonios que volaban en enjambre y tal vez alguna que otra alma en pena. No me hizo caso, calmó de su cuerpo aquel sentimiento erizado, cogió su bolsa, retocó sus labios, prendió un cigarrillo y después de mostrarme otra vez el edén bajo sus trapos, abrió la puerta y salió a buscar trabajo.
             De repente un gran ruido mi atención distrajo, miré por la ventana, un circo había llegado. ¡Lo que faltaba! Decidí caminar a mi casa cuando vi a un enano crecer y crecer, a un mago sacar de la chistera un pez, a un payaso sin nariz llorar con gran avidez y a mi guapa damisela con una barba tan larga que llegaba hasta sus pies. Mis ojos froté una y otra vez hasta que un pellizco en mi trasero noté: era un gran erizo con traje de caché, me miraba pervertido y con las púas al revés, a su lado derecho un hombre que iba de parto, a la izquierda una bruja con sombrero de pico pero sin escoba ni verrugas, a su espalda un equilibrista cojo y debajo de sus pies, una alfombra roja que caminaba sola. Corrí. A la cantina entré otra vez, el baño estaba sucio de tanta perdida ingravidez, el anciano de su borrachera despertaba, una mesa recorría su silla porque ya nadie se sentaba, el cantinero desde su boca a cada vaso un hielo le tiraba, sus manos estaban atadas, su frente sudada, su camisa mordida y también su cara. Me asusté, en la niebla pensaba cuando una gran garra se posó sobre mi espalda. Me giré, el infarto se detuvo, mi ex mujer me miraba con ojos profundos, puso su garra en mi garganta, su pierna entre las mías, su lengua lamió una de mis pestañas, aquel hedor me deprimía, dos de mis ex suegras la seguían, todo era dolor, una metáfora en carne viva. No me soltaba, quería que cada pleito recordara, robó mi alma y sentía como la rebobinaba. Los demonios entraron, también los tritones. En la barra se sentaron, aquel hombre no daba abasto con tanto vaso, escupía hielos como ente sobrehumano, también los calzones los tenía en la mano como trapo para tanto derramo y siempre, siempre me miraba y maldecía, mi maltratada estampa. Llegó la policía sin sirenas ni armas asesinas, solo con una orden de desahucio para la cantina, una de pleitesía para cada una de aquellas sillas, otra de obediencia para mis ex suegras, la de “lejanía eterna” para mi ex mujer (que ya la tenía), una más de cambio de residencia para los demonios, tritones y también para la gerencia, la última era para mí: una orden de comparecencia, era de mi trabajo, ya eran las siete y aquel sueño había caducado. Yo por si acaso desde ese día, cada vez que una niebla se cruza en mi vida, doy media vuelta para ver, si de mí se olvida.



sábado, 17 de noviembre de 2018

EROTISMO ENTRELAZADO



            Soltó el piano su elegancia, el saxo su ronca fragancia, una guitarra sus cuerdas mimadas y entre velas, tintos y humos, seductora se desnudaba. Plegaria de colores, oleos sobre poros, la caricia de un pincel sobre su rostro,  el olor de un beso cuando en el cariño es hermoso, la melodía de un desnudo en el pentagrama del mundo. El abstracto me hizo suyo, dejé la primera gota de mí en su profundo, lubricó su piel y sobre cada uno de sus vellos, se dibujó el escalofrío pintado, de un sentimiento muy excitado. Me respiró bello, caliente, también hombre y lleno de un gran deseo bajo mi vientre. El momento estaba quieto, el espacio nos mostraba cada uno de sus pliegos, el silencio en suspiro vibraba y el primer aliento de su boca, despacito un beso me robaba. El instante desconocía albas, de luna llena la noche estaba preñada, una media luz erotismo exhalaba y abrazados en una brisa anhelada nos sentimos uno dentro del otro, como mar en cascada.  Más me pedía, una sonrisa la cara arqueaba, su lengua escribía poesía sobre mi espalda, a veces prendida en mi pecho y también sobre cada uno de los rincones de mi alma. Estremeció cada algodón aquella cama, cayeron sobre pétalos las almohadas, abrió para mí su posesión más enamorada, sudó el alma, empapé aquel rincón con todas mis ganas, salpiqué de amor cada una de sus membranas, de ternura cada postal que descubría nueva en su mirada y de pasión, cada gotita que mi boca, absorbía sin calma. Bebí toda su fragancia, en su piel calmé mi ansia, en mis dientes el gemido de su garganta, puse un dedo entre sus labios y le pedí al silencio que no dilatara, al cielo que nos enseñara y al Universo, que nos derramara  su dulce erotismo en cascada.
              Le puse mi camisa, consintió, anudé a su cuello mi corbata, el deseo cortaba, dejé un beso sobre su cara, era mirada, sensual elegancia y también ese vapor que en el sudado aire, cada punta de mis cabellos rizaba. Recogí sus bragas, aquella blusa que ya sedas deshilachaba, amarré sus manos, sus pies a cada esquina de la cama, bajé sus pestañas, aquel antifaz mi perfume de cerca respiraba, la feromona brincaba y solo una palabra salió de su alma: “¡Ven!” La paciencia era gótica, negra y temblorosa, el pecado un demonio, travieso y agnóstico, el ansia una espada, punzante y llena de sangre…la pasión un altar, con su cáliz y mi tinto derramado, sobre cada uno de sus poros abiertos y sudados.
              Se cumplió el presagio, el deseo fue soñado, la imaginación expuesta y un pequeño hielo, se deslizó entre mis manos. Recorrió todo el  cuerpo, por su cuello, entre sus senos, dentro de su ombligo, bajando por sus caderas, entre sus piernas y en sus pies, entre sus dedos. Mi lengua lo seguía sin pausa y con poca prisa, toda se contorsionaba, la palabra huía, tanto ardor gemía, sus brazos me latían, las manos insistían, su espalda consentía y beso a beso, poquito a poquito la hice dulcemente mía. Mirar no podía, en la melodía estremecía toda la mujer contenida, el piano la pedía, el saxo la exigía, cada cuerda de aquella guitarra la vibraba consentida y cada poro se cerraba y abría al son que yo quería. En mis labios recibí su primer orgasmo, húmedo y cálido, sabroso, de sueño disfrazado, erecto y sentido como adagio. La orquesta tocó una pieza y otra y otra, en su boca puse una fresa, la mordió con destreza, olió mi nata, una burbuja de cava y ese caviar que en mi vigor nadaba y nadaba. Desaté sus manos, se quitó el antifaz, en mí arrodilló sus ganas y fue entonces que aquella fresa probó la dulzura de mi nata, se hundió entre las burbujas del cava y en su boca deshice mi caviar que sabía a mimosa y a vainilla en vara. Eyaculó su albedrío el sabio dormido, el hacedor de un erotismo por ambos consentido, vomitó libertad el oprimido, secó aquella noche toda brizna de olvido, nos empapó el alba con un amanecer prohibido y nos despertó un café, que también mojado, olía a trabajada tierra y nuevo rocío. Erotismo entrelazado, ese que un hombre y una mujer, deben abrazar antes, durante y después del alba.
          


viernes, 16 de noviembre de 2018

EN TÍ Y DE TÍ...



                  En ti aprendí cómo eran los colores, de ti esa oración que de rodillas rezabas llena de temores, en tí ese beso a media boca que mordía mis sabores, de ti, esa caricia tan hermosa que abría mi alma siempre sumida en desamores. En ti aprendí como el viento silba entre rocas sin tocar la lividez de una mariposa, de ti el por qué el amor huele a rosas y en ti por qué el tiempo si uno quiere, es otra cosa.
                 En ti aprendí que la mirada habla entre silencios, que un aliento puede ser travieso, el suspiro deseo y el grito perverso. De ti aprendí que tocar contorsiona el verso, que respirar a veces es robar, que absorber es quitarle al poro su densidad, que perder espacio es ganar ansiedad y que una noche, puede ser eternidad.
                En ti escuché del mar su espuma bailar, cada gota de cielo que de lluvia lo quiso llenar, cada migaja de Universo que gime en mi ansiedad y cada silencio que entre latidos es poesía en el asombro de tu beldad. De ti escuché cuando el vapor de tu garganta se convertía en palabra, cuando cada grieta de tus labios gritaba mi alba, cuando cada burbuja de tu saliva me engullía completo y mi piel erizaba.
               En ti saboreé la miel que nacía de tu vagina, el calostro de tus senos, la imaginación de cada uno de tus deseos y también la erección suave de tus pezones cuando en mi boca escribían sus besos. En ti saboreé las ubres del pecado, cada azufre de aquel infierno que habías pasado, cada momento que tus lágrimas habían resbalado y también aquel instante en que llegaste a este mundo y nadie sabía que de mí serías, el más hermoso de los regalos.
              En ti olí el aire de la vainilla copulando con el incienso en vara, el mosto del vino pisado en cada rincón de tus membranas, el fluir de la fresa pegada a tu pubis, la sal de un caviar cuando entre tus senos sudaba, el exhalar de la burbuja de un cava cuando entre tus labios cada comisura bañaba y también a qué sabían esas briznas de tu pensamiento, cuando en la profunda imaginación rizaban entre cabellos, cada punta y  cada pedacito de mis canas.
              De ti sin querer llené de belleza mi vida,  de esa maravillosa condición que el hombre busca en una mujer divina, ese saber que tienes escrito bajo tu piel y que solo yo supe leer, esa humedad que cada noche me dice que te debo querer, que sin ti seco viviré, que en ti mis sentimientos mojaré y que sobre ti, mi ser te daré. En ti me fundiré, mis letras de placer llenaré, mi música tendrá de quien aprender, mis días la necesidad continua de tu ser y mi vida, ese renacer que el Universo pone en mis manos y que te aseguro que en mis puños, jamás tendrá que perecer. En ti y de ti, amar aprenderé.




             

jueves, 15 de noviembre de 2018

TOCASTE MI ALMA.



               Enamoraste tanto mi alma que todavía busca el latido que probó de tu sangre, emocionaste tanto el sentimiento que no hay verso que describa aquel sueño, me saboreaste tan profundo que aún hoy, cada sudor de mi piel, extraña ese deseo.
               ¡Si! tocaste mi alma, acariciaste su membrana, escribiste en su cara, te perdiste en cada rincón de su agua blanca, en cada grieta que otra historia mantenía abierta y también en ese jardín secreto, que solo para ti, en silencio guardaba. Engulliste de mi espíritu todo su aliento, de mi corazón sus anhelos traviesos, de mis ojos esas miradas que siempre se perdían en el vacío de otros cielos y de mi cama, esa fragancia que de ti, soñaba despierto.
               Llenaste de músicas mi vida, de melodías y danzas atrevidas, de besos que de tu boca con ansias todo me recorrían, de aquellos silencios que entre suspiros gemían, de versos llenos de una tinta hermosa y sin ortografía, porque en el alma no hay reglas para escribir, su perfecta poesía. Entendimos que en los celos no hay derechos, que la distancia solo es una excusa para el amor ligero, que en el tiempo crece el sentimiento y que siempre, cada vez que en el abrazo nos vemos, sentimos que somos uno y parte de lo eterno.
              Tocaste mi alma, por debajo de la piel, dentro de cada arruga en mi cara, en la boca sobre cada gota, en los nervios entretejida toda, en su membrana cuando en el deseo se te abría maravillosa, sobre ese pedazo de historia monótona, desahuciada y llena de sombras, en esa humedad seca y por mi cuerpo olvidada, en cada miedo de un silencio que daba por hecho, sería de mi vida, el último de sus infiernos. Me tocaste cada noche, en cada rincón de mi cama, en el ocaso y en la dulce alborada, me tocaste cada mañana cuando en la soledad despertaba, con tu rocío empapabas mi ventana y escribías esas letras, que reventaban mojadas, en el fondo de mi alma.
            ¡Si! Mi alma tocaste, te la comiste toda, bebiste cada una de sus letras sabrosas, también su desnuda elegancia, te embriagaste con el olor de sus rosas, con el libar de cientos de mariposas, con el cáliz del arca de su alianza, con esa pasión que por ti esperaba cada vez que hermosa llegabas, con el ansia de un hombre, que solo necesitaba que tú, tocaras su alma.





miércoles, 14 de noviembre de 2018

¿TE ACUERDAS CUANDO NOS CONOCIMOS?



                 Estabas sentada en el banco de tu iglesia, no creías en ella pero admirabas los golpes de pecho que retumbaban entre santos y viejos testamentos.  A tu lado siempre una esquela, recién hecha, fresca como el alma en pena que leían sus letras. De bruces estabas llena y también de alguna que otra culpa de la última verbena. Te recuerdo mirando aquellas estampas que ya querían bajar de sus maderas, escuchando ajenos pecados de ancianas y algún que otro proxeneta, también contando un rosario cansado de tanta mano inquieta y rezando a ese santo, que te habían asegurado, siempre cumplía promesas.
                 Yo te miraba despacio. Intentaba descubrir belleza en esos ojos a tus pestañas entrelazados, una grieta que me sedujera en tus labios o una sensualidad en tu cadera cuando te levantaras de aquel atrio. Me dijeron que eras soltera, virgen sin engaño, que sabías como coser un trapo y también que te gustaba el vino tinto, cuando era anciano. Poco a poco, cerca del altar resbalé mis manos, prendí una cera de las trescientas que pedían amparo, se acercó un asceta, me dijo que lo que había hecho era de pago y sin dudarlo tiré una moneda que cayó vacía en la caja de aquel párroco. Sonaba el agua bendita entre dedos que olían a pecado, un murmullo me pidió que fuera cauto, que no juzgara al niño que lloraba, tampoco a una mujer que botes y botes llenaba y por supuesto a ese olor que entre ancestros leños, de incienso mi paciencia mareaba.
                  Te levantaste, tu plegaria en un amén estaba firmada, sonreían las estampas y un joven monaguillo de reojo sediento, el tinto de aquel cáliz miraba. Me pregunté por la campana pues a misa sonaba, no quería que te quedaras y por primera vez recé para que aquel sonido se callara.  Miré con ansias a una persona que bajo una cruz lloraba, en mi pensamiento una voz me dijo que no me preocupara y salí de aquella iglesia, persiguiendo y adorando tu cadera que se movía como danza. Tu diezmo fue para el de la puerta, tu saludo para una vecina que de palabras sonaba inquieta, tu mirada para una escalinata un poco traviesa y tu sonrisa para quien esto escribe pues por fin te diste cuenta de mi presencia. Yo también te miré, mis labios alargué y sin querer queriendo un ojito te guiñé.
                 A ti me acerqué, esperaste mi calidez, un estúpido expresó sorpresa a la vez, te ofreció un té, pero yo, con mi copa de tinto, la cita gané.
                Quise darte la mano, te diste cuenta que mis uñas estaban recién cortadas, que me recorría un ansia y también que la susodicha estaba sudada. Una mirada me dijo que despacio. Oculté el anhelo, a escondidas recé el rosario, ese que el hombre siempre trae dentro en el acecho a un cuerpo venerado. Pediste el tinto y su año, te miré con admiración entre mis caros trapos, pediste el corcho destapado, oliste su mosto con un aliento extraño, miraste mi rostro, me mostré ansioso, un deseo calculaste y un poro entre mi barba se abrió, hasta sudarte. Explicaste que la semana era santa, que el aperitivo tanta exquisitez no ameritaba, que esto te habían enseñado y que mejor fuéramos a otro lugar sin tantas miradas ni hipócritas elegancias. Pensé que era por mi atuendo y le dije que desnudo también para ella sería perfecto. Me contestó que le gustaba que de cerca olieran sus senos pero que ahora no era el momento. Me quedé en silencio, sentí una gota que me salía desde dentro, una caricia que me pervertía…quizás una sensación que hacía tiempo no tenía.
              Se levantó de su silla, su cadera cantaba emociones y seguidillas, sus muslos alegorías, sus pechos metáforas atrevidas y sus ojos, una música que hacía tiempo no veía. La sentí en mi alma pervertida, con ganas de mí, atravesando hasta mi poesía y también como ladrona, esa que siempre quise tener entre mis brazos, un día. La seguí, una mano con fuerza de mi espalda se colgó, el camarero me rogó, no me acordaba que sin pago me fui y saqué, no sin dolor, unos centavos para cumplir con mi honor. Ella sonrió, de la mano me llevó, no preguntó ni quise saber en donde calmaría tanto ardor. Todo era santo, la semana, las personas, las calles, las persianas y también las miradas.  Me llevó a su casa, una vecina medio desnuda y con resaca nos miraba, aquellos árboles a sus perros meaban, toda la fachada era rara, el portal no estaba, las ventanas tenían ramas, una gata con sonrisa en su cara nos esperaba, las farolas se atrevían a mirar apagadas  y hasta parecía que el silencio gritaba. Aquella casa daba miedo, era una gran metáfora, me pellizqué por si estaba soñando o ebrio y me contestó mi piel, que dejara de ser necio. Mi alma anhelaba, el pensamiento se liaba, mi cuerpo deseaba, la mente su blanco en una esquina dejaba y mi corazón latía tan fuerte que la sangre una erección constante me dejaba. Lo diferente no cotejaba, el árbol no dejaba su meada, los perros en él se bañaban, la gata refunfuñaba, el portal todavía no estaba y aquella fachada me decía: “no entres, que aquí, roban almas”.
               La miel se vistió de vainilla en vara, el miedo huyó de mis sentimientos, la razón de sus cimientos, la osadía quería su pezón y a media luz, entré a su habitación: El armario era blanco, con estantes hechos de alambre, colgados estaban sus harapos, algunas lentejuelas y también unos estambres. Retiró las sábanas, me invitó a entrar en aquella magia, una de las almohadas se cayó de cansada y sin darme cuenta entre sus manos, mi camisa era rasgada, rota y sin botones desdeñada. El deseo se llenó de celo, de fuerza, de anhelo y de algo que no era de mi tiempo. Sus labios mi piel preñaban, entre mis vellos sus humedades dejaba, sus ojos me hablaban, sentía como sus labios me deseaban, como aquellos senos se pegaban y erizaban  lo dulce de su plegaria y también cómo me excitaba. Todo era perfecto, la gata estaba en celo, ella y la que la acompañaba, el árbol meaba a su perro, el portal se diluía inquieto, una alarma sonaba y llegó la policía porque la vecina su bebida extrañaba.
                 Tocaron la puerta, mi boca entre sus piernas respiraba perversa, no había espacio para la poesía ni para el grito y tampoco para la respuesta. La ventana trémula se abría, el viento silbaba entre mis sienes y sus parabienes. Sin abrir entró la policía, detrás de él, toda la compañía. Me dijeron que eras una asesina, una serial homicida. Te metieron a la cárcel y algo que no sabía, cambiaría por siempre mi vida.
                ¿Te acuerdas de aquel día? ¿Te acuerdas cuando nos conocimos?
                Entre cristales de una falsa telefonía me dijiste que mi vida cambiaría, te contesté que cambiado estaba y de por vida. Sonreíste porque atrapado me tenías, tomé una estampa de entre mi camisa, te dije que todavía en la cruz se sostenía, que jamás nadie lo había clavado en aquella alegoría y también que de santo se vestía porque sabía que gente como tú, a él sus plegarias arrodillarían. Asentiste con morbosa sintonía, me pediste que agarrara número para la conyugal visita, que sería entonces cuando me enseñarías lo que tenías de divina y que no perdiera tiempo porque si no, seguro habría fila. Me convenciste, tomé turno como primero y único. Llegó el día, entre barrotes, cámaras y ajenas morbosas sonrisas, haríamos el amor de forma convenida. El alambre fue cama, el trapo una cobija, el muro silencio y el amor una reliquia. Un puñal tenías en tu vagina, veneno en cada uno de tus senos y en tu boca, ese beso que penetró dulce hasta el fondo de mi féretro. Entre súplicas hechas plegarias pagué la fianza, te llevé a tu casa, me serviste una media copa con alguna rara sustancia, sentí como mi alma despacito se envenenaba y después… ya no me acuerdo de nada. Amanecí a una camisa de fuerza amarrado, pegado a una pared sin ventanas y con un olor a mierda que desde aquel suelo todo impregnaba. De tanto en tanto me visitabas, me susurrabas y con desmedida fuerza una y otra vez me violabas. De negra te vestías, de bruja te desnudabas, me explicaste que de uno y otro eras viuda, que tanto veneno todavía tu sangre corroía, pero que no importaba porque de la muerte eras su elegida.
              Con paciencia deshice aquellos nudos porque siempre del amor fui escapista,  marinero de tierra adentro y soñador de cuentos. Así fue como llegué a la autopista, me subió un viejo camionero, me preguntó por qué olía a incienso y le dije que no, que solo era el sudor de una mala mujer mezclado con mi aliento. Fui a la policía, les expliqué la historia de aquel día, el comandante reía, un escribiente con las teclas no podía y hasta la mujer de la limpieza, la fregona no sostenía. Me sentí estúpido. Entré al baño, la bragueta estaba abierta, los cuadros de mi camisa eran circunferencias, mi boca de escamas estaba llena, una mejilla temblaba, la otra sostenía mi cara, mis cejas estaban peladas y al ver mi cabello, entendí todas aquellas carcajadas: era morado, verde, fucsia y con mechas de un extraño dorado, hechas a mano… en mi frente un verso tatuado: “¿Te acuerdas cuando nos conocimos? “…Hoy no me acuerdo de nada, bueno si, de un árbol que sobre su perro orinaba.



               

martes, 13 de noviembre de 2018

EL PERIODISTA: UN RÉQUIEM A LA SUMISIÓN.



                   Escribe el periodista en una columna por otros siempre vestida, llena de historias no vividas e ideas que para ajenas mentes son prohibidas. Abre el libro de la ética, ese que albedrío contenido enseña, el que siempre duerme siestas y ese que de reprimidas educaciones se llena. Descubre que hay letras que al leerlas ignorancia escupen, que entre comas algunas frases no tienen conciencia, que a las tildes les falta vehemencia y también que hay tintas, que no tienen sangre en sus venas. Intenta pensar en una leyenda para que sea símil de aquella realidad tan compleja, en una epopeya que le diga que también ahora hay lucha en cada acera…en una utopía que explique aquel sueño que de niño tenía y que hoy, tanto su mente exprimía: el sueño de poder escribir lo que brotaba de su alma, lo que el sentir le susurraba y lo que creía, su destino le dictaba.
                   Apagaba su lámpara, sus cabellos una y otra vez acicalaba. ¿Cual sería esa verdad que tendría el eco que tanto esperaba?¿Cual sería esa condición por el editor siempre amañada?¿Cual de todas sería la palabra censurada? Las ideas venían pero al pensarlas una y otra vez se iban. La imaginación a los colores se resistía y siempre bajo un impuesto blanco y negro su pluma escribía y escribía. El sentimiento no era, el aliento jamás salía de su trinchera, el sudor no vivía y solo el profundo nervio en cada uno de sus poros, travieso y punzante prevalecía.
                   Recibió una llamada, alguien le recordó que la nota editorial estaba vacía, que en vigilia su escrito esperaba y que se diera prisa porque un corrector ya quería irse a su casa.
                   De niño fue soñador, de adolescente un mal criado rebelde y ahora de adulto veía como el sueño y la rebeldía no eran parte de su osadía. Sentía maniatadas sus tintas, las ideas no corrían porque de su cabeza no salían. Debía pensar en lo que otros leer querían y no en lo que él reflexionaba cada día, en lo que le prometían que la sociedad debía imaginar y no en lo que él creía una falsedad, en lo que justificara un pago por regalías y no en la verdad que él sabía, era distinta.
                  Y fue entonces que cansado de tanta hipocresía, decidió escribir la verdad sobre aquellos silencios que tanto le oprimían, sobre hechos que solo en perversas mentes existían y se negó a vivir sumido en una red  por ellos creada, con desmesurada alevosía. En la decisión creó un derecho, ese derecho que mantenía su niño despierto, al adolescente siempre travieso y al hombre, recto y pegado a su credo. Pensó que no todo estaba mal y escribió un réquiem como editorial:


                                       “UN RÉQUIEM A LA SUMISIÓN”

                 “Estoy cansado de ser parte de un sistema anquilosado, pared de una enredadera que me aprieta demasiado, tinta de un poder por el dinero endiosado y sentimiento vacío de un hombre que siempre tuvo demasiados. Estoy harto de pensar siempre igual como el que dicta mis pagos, de comer de su mano y de no poder explicar cómo me siento a diario. En la equivocación vive un calabozo muy estrecho, en la rectificación parte de nuestros derechos, en la sumisión la falsa obligación y en la rendición, seguir como lacayos de su inventada religión. Por años me han dicho qué escribir, cómo pensar, desde su educación como aprender, en sus enseñanzas como crecer, en la tristeza cómo rezar y también cómo vivir como parte de un sistema que nos impide progresar. ¡Ya no más! Quiero abrazar mi libertad, sentir ese albedrío que me hará capaz, ese silencio que me hará comprender que hay otra verdad, esa sensación de que soy un hombre diferente y por ende un ser con más intensidad, ese pedazo de alma que vino aquí, para otro caminar. Me voy del sistema, como ser humano y su más fiel anatema, miraré diferente mi Tierra, cada río, cada vereda, cada mano que se me acerque y tenga su alma llena, cada mar y de lejos cada planeta, pero jamás huiré de mis letras porque como único me complementan y hoy, son de verdad.
                Gracias. A unos por haber creído y leído mis hipocresías, les pido perdón porque realmente no eran mías.  A otros por su complicidad y a unos pocos, solo un poco de antiácido en sus papilas para que no se les haga tan amarga, lo que les queda de vida.”
                Su réquiem terminó y a la editorial lo mandó. El corrector se asustó, el editor lo desechó. No se publicó, nadie lo leyó, le dieron las gracias y aquel periódico para él se cerró. No hubo liquidación y si premeditación, tampoco felicitación por tantos años y sí,  un olvido un tanto mesiánico. Por todas las redes sociales se atrevió, lo escribió en verso y en prosa, en cuento para los niños, en sentencia para los mal nacidos y también lo llenó de metáforas y dobles sentidos para los que como él conspiraban contra cada político. Ahora escribe poesía para plantas y otros seres que como él viven en la utopía, para los viejos amantes y algunas Lunas perdidas, no hay regalías, sueldos ni dádivas escondidas, sigue amaneciendo cada día y de tanto en tanto, vive, de lo que le da una mano tendida. Por una vez un réquiem escrito fue para su autor el nacimiento a una nueva vida, una decisión sin miedo elegida,  un epílogo a un sistema que quizás, destruiremos algún día. Hoy disfruta de su libre albedrío y también de tantas cosas que siempre le habían escondido, sigue escribiendo porque en sus letras no hay exilio, solo del sistema que lo tenía oprimido es un huido y como tantos otros, de tanto en tanto,  en el libro de los olvidos es leído.
                 


LUCÍA

Este es el segundo libro de mi colección de cuentos. "Entre almohadas"

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También está disponible la versión en inglés.