Soltó el piano su elegancia, el
saxo su ronca fragancia, una guitarra sus cuerdas mimadas y entre velas, tintos
y humos, seductora se desnudaba. Plegaria de colores, oleos sobre poros, la
caricia de un pincel sobre su rostro, el
olor de un beso cuando en el cariño es hermoso, la melodía de un desnudo en el
pentagrama del mundo. El abstracto me hizo suyo, dejé la primera gota de mí en
su profundo, lubricó su piel y sobre cada uno de sus vellos, se dibujó el
escalofrío pintado, de un sentimiento muy excitado. Me respiró bello, caliente,
también hombre y lleno de un gran deseo bajo mi vientre. El momento estaba
quieto, el espacio nos mostraba cada uno de sus pliegos, el silencio en suspiro
vibraba y el primer aliento de su boca, despacito un beso me robaba. El
instante desconocía albas, de luna llena la noche estaba preñada, una media luz
erotismo exhalaba y abrazados en una brisa anhelada nos sentimos uno dentro del
otro, como mar en cascada. Más me pedía,
una sonrisa la cara arqueaba, su lengua escribía poesía sobre mi espalda, a
veces prendida en mi pecho y también sobre cada uno de los rincones de mi alma.
Estremeció cada algodón aquella cama, cayeron sobre pétalos las almohadas,
abrió para mí su posesión más enamorada, sudó el alma, empapé aquel rincón con
todas mis ganas, salpiqué de amor cada una de sus membranas, de ternura cada
postal que descubría nueva en su mirada y de pasión, cada gotita que mi boca,
absorbía sin calma. Bebí toda su fragancia, en su piel calmé mi ansia, en mis
dientes el gemido de su garganta, puse un dedo entre sus labios y le pedí al
silencio que no dilatara, al cielo que nos enseñara y al Universo, que nos
derramara su dulce erotismo en cascada.
Le puse mi camisa, consintió, anudé
a su cuello mi corbata, el deseo cortaba, dejé un beso sobre su cara, era
mirada, sensual elegancia y también ese vapor que en el sudado aire, cada punta
de mis cabellos rizaba. Recogí sus bragas, aquella blusa que ya sedas
deshilachaba, amarré sus manos, sus pies a cada esquina de la cama, bajé sus
pestañas, aquel antifaz mi perfume de cerca respiraba, la feromona brincaba y
solo una palabra salió de su alma: “¡Ven!” La paciencia era gótica, negra y
temblorosa, el pecado un demonio, travieso y agnóstico, el ansia una espada,
punzante y llena de sangre…la pasión un altar, con su cáliz y mi tinto
derramado, sobre cada uno de sus poros abiertos y sudados.
Se cumplió el presagio, el deseo
fue soñado, la imaginación expuesta y un pequeño hielo, se deslizó entre mis
manos. Recorrió todo el cuerpo, por su
cuello, entre sus senos, dentro de su ombligo, bajando por sus caderas, entre sus
piernas y en sus pies, entre sus dedos. Mi lengua lo seguía sin pausa y con
poca prisa, toda se contorsionaba, la palabra huía, tanto ardor gemía, sus
brazos me latían, las manos insistían, su espalda consentía y beso a beso,
poquito a poquito la hice dulcemente mía. Mirar no podía, en la melodía
estremecía toda la mujer contenida, el piano la pedía, el saxo la exigía, cada
cuerda de aquella guitarra la vibraba consentida y cada poro se cerraba y abría
al son que yo quería. En mis labios recibí su primer orgasmo, húmedo y cálido,
sabroso, de sueño disfrazado, erecto y sentido como adagio. La orquesta tocó
una pieza y otra y otra, en su boca puse una fresa, la mordió con destreza,
olió mi nata, una burbuja de cava y ese caviar que en mi vigor nadaba y nadaba.
Desaté sus manos, se quitó el antifaz, en mí arrodilló sus ganas y fue entonces
que aquella fresa probó la dulzura de mi nata, se hundió entre las burbujas del
cava y en su boca deshice mi caviar que sabía a mimosa y a vainilla en vara.
Eyaculó su albedrío el sabio dormido, el hacedor de un erotismo por ambos
consentido, vomitó libertad el oprimido, secó aquella noche toda brizna de
olvido, nos empapó el alba con un amanecer prohibido y nos despertó un café,
que también mojado, olía a trabajada tierra y nuevo rocío. Erotismo entrelazado,
ese que un hombre y una mujer, deben abrazar antes, durante y después del alba.
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