Brincó un corazón porque otra
sangre estaba en él. Asustado le preguntó a su hombre quien lo latía tan
desmesurado, quien era el que se atrevía y por el que respiraba tan alterado.
Al no ser contestado se dirigió a su memoria por si alguna vez había sentido
algo tan raro, no habían registros de esa condición, todo era extraño.
Cuestionó a la imaginación y la respuesta fue una ilusión, colores y más colores,
olores y exquisitos sabores, vainillas y azahares bailando entre algodones,
nubes y cielos tan perfectos que jamás había visto, ni siquiera en sueños.
Aturdido se encerró en su
habitación. Estaba en plena meditación cuando tocaron su puerta. Se levantó.
Abrió. El alma se le apareció. Junto a ella un pequeño ser. Era lindo, quizás
poco hermoso pero algo raro lo hacía atractivo, era como si estuviera en estado
embrionario, lleno de emociones colgando entre harapos, pensamientos que
dispersos lo dibujaban extraño, sentimientos que de su aura iban y venían con
cierto desamparo…un verdadero acertijo de ser que poco a poco junto al alma
crecía y no paraba de crecer.
Intentó el alma conseguir su
explicación pero aquel corazón no atendía ninguna razón, una y otra vez sus grandes y rojos ojos sobre aquel ser
fijaba con vehemencia y atención, intentando descifrar algún atisbo de
comprensión. Insistía el alma y por fin el corazón asintió no sin antes dirigir
una desafiante convulsión hacia aquel ser. Seguro fue él quien en su travesura
le causó tanta inquietud.
Sentado y con los brazos cruzados, esperó una
explicación. El alma lo intentaba, el corazón no entendía pero sentía que sus
latidos eran más fuertes y consistentes, aquel ser, crecía y crecía, el alma insistía,
el corazón la oía pero nada escuchaba. Gritó desesperada el alma, se asustó el
corazón, lo levantó con decisión, los tres salieron de la habitación. Al hombre
le pidieron permiso, se sentaron en la bardita de sus ojos, hermoso balcón,
vista panorámica y siempre lleno de atención. Aquel ser de tanto crecer ya no
cabía, a una lágrima se aferró y por aquella cara resbaló. El corazón se puso
a cien, la sangre lo desbordó, el alma
lo taponó y una extraña caricia lo abrazó, tanto que el cielo sintió.
De repente otro corazón vio a su lado, miró, el alma
yacía totalmente abierta en un éxtasis que no era meditación, no sabía si el
latido era suyo o del otro, si tanta sangre era suya o del otro, si aquellos
temblores eran de su hombre o de un terremoto, si tanta humedad era baño o
estaba de crucero por cualquier océano, si el escalofrío venía de un rayo o si era
parte del alma y aquel éxtasis tan raro. Confundido se trepó de aquel balcón a
lo más alto, vio de nuevo aquel ser, era un gigante, rebosaba emociones y
sentimientos por cada lado, era luz, nervio, insomnio y parecía pegado entre
los dos, como un gran regalo. El alma seguía a lo suyo, el otro corazón un ojo
le guiñó, se sintió atrapado pero no solo, poseído pero no embriagado, quizás
engañado pero sentía algo tan extraordinario que por el otro se dejó y sin
darse cuenta, fue besado. De miel imaginó la Luna, llena de rubíes su sangre,
de tambores sus latidos y de caramelo, aquellos labios que lo habían poseído.
Se durmió el hombre, se abrazaron los dos corazones, se levantó el alma y
abrochó con firmeza los botones de su membrana. Le preguntó el corazón si tenía
frío y el alma con una gran sonrisa le contestó que no, que por primera vez en
ella habían escrito, que estaba llena de tinta de preciosas letras y que a
partir de ahora, él debería latir por dos, que no habría pausa, que el destino
enseñó su camino y que aquel ser diminuto, por fin había crecido. La miró el
corazón y por el nombre de aquel ser le preguntó. El alma contestó: AMOR.
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