Ruge el cielo su tormenta, silba el
viento más allá de cualquier vereda, revienta el trueno su cornisa, deshace todos
los mimbres conocidos el cometa. Todo es ilusión y fantasía, temblor y osadía,
la contra de la danza llegó a mi vida y les explicaré por qué a veces mis
acordes no vivían y tampoco mi sonrisa.
Primero embriagaré mi razón para que
el miedo no sea condición, después prenderé una cera, le pediré al temor su
rendición y al hombre que mire a otro lado, a la mujer que su despecho sea
controlado y a cualquier niño que me lea su venia, porque de sueños, están
hechas mis letras.
Lamía el León una hiena, ella se reía
mostrando pasión, la culebra los miraba inquieta y entre las sabanas de viejas
selvas, una historia escribía su condición: era año de nieves y las sienes no
encontraban sus frentes, con lo que
podían ayudaban las cejas, las pestañas se rendían ante ojos tan prominentes,
no cualquier boca hablaba y las palabras reposaban en la mente. El solsticio se
negó a cruzar su estación, el meridiano se quitó la hora de encima, el humano
no existía y por ende la ignorancia dormía y dormía. Todos eran sabios, las
plantas, las rocas, los ríos y también las alegorías. Frunció el ceño una
amatista, mientras tanto una montaña se desvestía de calor que tenía, la nieve
caía y caía, el mar ya tanta agua no quería y le pedía al río que aguantara
tanta osadía, que no era invierno todavía y que tanta sal, al final en la nada se
diluiría.
Llegó el primer turista, el atrevido
que se ganó de otro planeta la lotería. La Tierra era suya, no había
competencia solo un aire con sabor a vicio y fresa. Lo respiró primero, se
desnudó después, miró y remiró, vio que no había mujer, se sintió solo, pensó,
un sentimiento nació, el acto emocionó y una mujer creó. Le dijo “hola” le
contestó con un “adiós”, insistió y un “pregúntale a Dios” se llevó. Cabizbajo
se retiró. Se durmió y el segundo día llegó. Ahí estaba la mujer, hermosa,
bella, seductora, sensual y cautivadora. Se preguntó si tan excelsa creación
era de él, la mujer su telepatía leyó, le dijo que no, que solo sus ojos eran a
su semblanza, que su cuerpo era de Dios y que su alma, todavía estaba en divina
discusión. ¡Hummm! Pensó el turista. La mujer le preguntó: ¿quieres crear mi
alma? El hombre pensó, meditó, imaginó, un sentimiento de otro cielo lo
embargó, le gustó, lo soñó…Y un alma se creó. Cerró los ojos aquella mujer, una
intensa luz toda la Tierra cegó, el amor se olió y en aquellos ojos algo sublime
se creó: calor y viento, deseo y anhelo, azabaches y flores de almendro.
Sorprendido, el turista la mano le dio. La mujer asintió. El turista se
atrevió, aquella mujer no cedió. Empezó un juego de palabras, intenciones y
negocio entre almas.
Intentó el hombre cambiar los
sentimientos de aquella mujer, sus decisiones, sus creídos desórdenes, la
religión que no tenía y hasta los hábitos que quizás de alguna bacteria poseía.
No hubo manera. El turista insistía, la mujer no consentía.
Cansado de carne y mente, con el cerebro
seco y algo de su cuerpo bien tieso, sacó del imaginado bolsillo su mano y
pensó en ahogar sus pasiones como lo hacía antaño. La mujer se le acercó, lo
acarició, puso entre sus piernas un poco de vaho, con un labio su boca rozó, el
hombre se ruborizó, se calentó, frío sudó, también dudó. La mujer insistió, su
pezón al velludo pecho acercó, el hombre cedió y cuando todo el volcán lamía
lavas a su alrededor…la mujer se levantó y con gran estupor exclamó: “de ti soy
superior, jugaste a ser Dios y el sueño te sobrepasó, tanta imaginación un
hermoso ser en mí creó, en el deseo mi cuerpo perfecto nació y en el
desordenado revoltijo de tus sentimientos, un gran amor en mi dentro se creó.
Un amor a lo eterno, no al hombre sino al cielo, no a tus silencios sino al
ruido del Universo, no a tus pasiones y sí a los brazos de cualquier albedrío
hecho viento. Soy lo que debo ser y no parte de tus miedos, soy inteligente y
no cómplice de las ignorancias en tus celos, soy mujer y por tanto, libre en
mis anhelos”.
Entendió el hombre que debía crecer,
reinventarse como otro ser, ver más allá del límite a tanta languidez para
después, una mujer poder merecer. Se convirtió en mono y de cada árbol
aprendió, en pájaro y su mirada expandió, en perro y la fidelidad comprendió,
en delfín y diferente respiró, en niño…y otra vez soñó. La mujer de lejos lo miraba,
el aprendizaje costaba pero ante tanto empeño, algo la enamoraba. Aquel hombre
diferente se mostraba, blanca era su alma, su cuerpo cuidaba, exquisito olor
sudaba y cuando un desacuerdo llegaba, siempre recurría a la palabra. También
la ternura llenó sus manos, la caricia sus dedos, la sincera humedad sus ansias y el día que por fin la tuvo en sus
brazos, ella consintió, en él se refugió y con ambos de amor preñados, explotó
la poesía, de tantos sentimientos guardados.
Hombre y mujer deben estar al mismo
nivel, en ese nivel donde lo espiritual copula con el ser, donde el alma es
escrita con semejante tinta y donde el corazón late con la sangre del otro, sin
condición y con la misma rima.
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