https://publishers.propellerads.com/#/pub/auth/signUp?refId=Tilr HISTORIAS DE ITACA: UN RECUERDO A QUEVEDO EN TIEMPOS DE COELHO.

domingo, 11 de noviembre de 2018

UN RECUERDO A QUEVEDO EN TIEMPOS DE COELHO.



             Vivía un teléfono a una mujer pegada, un coche a su hombre adosado, una falsa reliquia a su iglesia sujetada y también un árbol, que a su perro siempre orinaba. La vida no era, solo consistía en bien hacerla, la muerte sostenía su alegoría y en más de uno, ajenas alegrías. Todo sucedía, nada se acababa, todo continuaba y nunca todo terminaba. La misa era un cáliz, la escuela lo más parecido a una penitenciaría, la calle una selva de extraños animales y la familia, una utopía que por tan aprendida, a incienso de vieja gárgola olía.
             El amor como siempre se resistía, como vicio y como poesía, también en prosa y en anuncios que todos veían. Era viscoso y hermoso, concupiscente con el depilado y bravo con el oso, feo con la gorda, plácido con el obsceno, cervecero con el piojo, petulante con el presumido de grandes ojos y placentero, con la de vagina y vientre de antojo. En el día vivía rencoroso, de noche mimoso, entre sábanas erótico y a veces con un venido a menos primoroso, entre semáforos vampírico y oloroso, en el café transparente y deseoso…en la muerte, a veces recordado y siempre,  de odios liberado.
            Caminaba un seno a su gran pezón pegado, de aureola increíble mostraba sombra a cada pared por donde caminaba, las aceras a su paso se apartaban y el fango apretaba su textura para sostener tanto peso y tanta vara. Corría una vagina con el tiempo a toda prisa buscando un pene que le secara tanta humedad que como cascada entre sus piernas contenía. Una ventana con fuerza se cerraba, su marco en madera se  astillaba, el canto de un rocío de temor callaba y como siempre al romperse, solo un medio cristal en su aire se quedaba. Mientras tanto una marsopa en un lejano desierto de frío tiritaba,  una mariposa cantaba entre flores arrugadas, una anciana tejía de lana unas sábanas y aunque le picaran, sabía aquel nieto, que serían su manta. Todo transcurría menos la utopía, los sueños topaban con letanías aprendidas, lo artificial prevalecía y los grandes traseros caminaban como sombras consentidas.
            Y fue entonces que la ternura entre piedras se creó, una caricia apartó del camino las espinas, surcó el atrevido dedo miles de vellos, una saliva resbaló, la boca calló, un suspiro vivió y el más dulce de los gemidos, en poesía se escribió: el orgasmo nació, una eyaculación salpicada corrió y nadie, absolutamente nadie, criticó. Llegó el tiempo del erótico rencor, del cuerpo cautivador, ese tiempo en el que las ansias no lloraban temor, donde todo se pegaba sin dolor, el que buscaba encontraba y la encontrada a veces hasta cobraba…era el tiempo de otro amor: moderno, atrevido, pornográfico y en escaparates exhibido, pretencioso y también oloroso, muy oloroso y pecaminoso.
            Todo era posible, quien quería podía, el que hablaba no solo palabras escupía, quien cantaba siempre en melodía lo escuchaban y quien reía, hasta las montañas le mostraban pleitesía. El mar volaba, el cielo nadaba, el espejo se compraba, la gorda se veía flaca, el imbécil coherente, el político un animal que en cada portal comía gente, el vagabundo el ser más inteligente y el amor,  ese sentimiento que no tenía cualquier ente. La bruma no poseía tinieblas, el vampiro rehuía la siesta, el cantante a la trompeta mientras un viejo sabio penitente rasuraba sus barbas, creando sutilezas y cenefas. Era una locura premeditada, las calles pintaban de colores sus fachadas, las chimeneas su hollín no recordaban, las farolas lucían sus noches con destellos de fogatas y las verrugas de sus brujas que en luna llena mostraban orgullosas su piel arrugada, ahora bailaban despechadas, porque un tatuaje las había dejado sin cara.
             Tanta alevosía carecía de premeditación y por eso el Universo se partió en dos: el de los viejos amantes persiguiendo sublimes traseros y el de proscritos jóvenes lamiendo bolas de plástico en vez de senos, el de los cuerpos imperfectos pero de carne hechos y el del negocio suculento que pagaba peaje por sufrir tantos celos. Otros nos quedamos en medio, atrapados en Quevedo, en su mundo caótico, hiperbólico y esperpéntico para que de vez en cuando al mirar la Luna deshacerse de su velo, nos sumiéramos despacito, en las letras de Coelho.
            


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