Vivía un teléfono a una mujer
pegada, un coche a su hombre adosado, una falsa reliquia a su iglesia sujetada
y también un árbol, que a su perro siempre orinaba. La vida no era, solo
consistía en bien hacerla, la muerte sostenía su alegoría y en más de uno,
ajenas alegrías. Todo sucedía, nada se acababa, todo continuaba y nunca todo
terminaba. La misa era un cáliz, la escuela lo más parecido a una
penitenciaría, la calle una selva de extraños animales y la familia, una utopía
que por tan aprendida, a incienso de vieja gárgola olía.
El amor como siempre se resistía,
como vicio y como poesía, también en prosa y en anuncios que todos veían. Era
viscoso y hermoso, concupiscente con el depilado y bravo con el oso, feo con la
gorda, plácido con el obsceno, cervecero con el piojo, petulante con el presumido
de grandes ojos y placentero, con la de vagina y vientre de antojo. En el día
vivía rencoroso, de noche mimoso, entre sábanas erótico y a veces con un venido
a menos primoroso, entre semáforos vampírico y oloroso, en el café transparente
y deseoso…en la muerte, a veces recordado y siempre, de odios liberado.
Caminaba un seno a su gran pezón
pegado, de aureola increíble mostraba sombra a cada pared por donde caminaba,
las aceras a su paso se apartaban y el fango apretaba su textura para sostener
tanto peso y tanta vara. Corría una vagina con el tiempo a toda prisa buscando
un pene que le secara tanta humedad que como cascada entre sus piernas contenía.
Una ventana con fuerza se cerraba, su marco en madera se astillaba, el canto de un rocío de temor
callaba y como siempre al romperse, solo un medio cristal en su aire se quedaba.
Mientras tanto una marsopa en un lejano desierto de frío tiritaba, una mariposa cantaba entre flores arrugadas,
una anciana tejía de lana unas sábanas y aunque le picaran, sabía aquel nieto,
que serían su manta. Todo transcurría menos la utopía, los sueños topaban con
letanías aprendidas, lo artificial prevalecía y los grandes traseros caminaban
como sombras consentidas.
Y fue entonces que la ternura entre
piedras se creó, una caricia apartó del camino las espinas, surcó el atrevido
dedo miles de vellos, una saliva resbaló, la boca calló, un suspiro vivió y el
más dulce de los gemidos, en poesía se escribió: el orgasmo nació, una
eyaculación salpicada corrió y nadie, absolutamente nadie, criticó. Llegó el
tiempo del erótico rencor, del cuerpo cautivador, ese tiempo en el que las
ansias no lloraban temor, donde todo se pegaba sin dolor, el que buscaba
encontraba y la encontrada a veces hasta cobraba…era el tiempo de otro amor: moderno,
atrevido, pornográfico y en escaparates exhibido, pretencioso y también
oloroso, muy oloroso y pecaminoso.
Todo era posible, quien quería
podía, el que hablaba no solo palabras escupía, quien cantaba siempre en
melodía lo escuchaban y quien reía, hasta las montañas le mostraban pleitesía. El
mar volaba, el cielo nadaba, el espejo se compraba, la gorda se veía flaca, el
imbécil coherente, el político un animal que en cada portal comía gente, el
vagabundo el ser más inteligente y el amor,
ese sentimiento que no tenía cualquier ente. La bruma no poseía
tinieblas, el vampiro rehuía la siesta, el cantante a la trompeta mientras un
viejo sabio penitente rasuraba sus barbas, creando sutilezas y cenefas. Era una
locura premeditada, las calles pintaban de colores sus fachadas, las chimeneas
su hollín no recordaban, las farolas lucían sus noches con destellos de fogatas
y las verrugas de sus brujas que en luna llena mostraban orgullosas su piel
arrugada, ahora bailaban despechadas, porque un tatuaje las había dejado sin
cara.
Tanta alevosía carecía de
premeditación y por eso el Universo se partió en dos: el de los viejos amantes
persiguiendo sublimes traseros y el de proscritos jóvenes lamiendo bolas de
plástico en vez de senos, el de los cuerpos imperfectos pero de carne hechos y
el del negocio suculento que pagaba peaje por sufrir tantos celos. Otros nos
quedamos en medio, atrapados en Quevedo, en su mundo caótico, hiperbólico y
esperpéntico para que de vez en cuando al mirar la Luna deshacerse de su velo,
nos sumiéramos despacito, en las letras de Coelho.
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