https://publishers.propellerads.com/#/pub/auth/signUp?refId=Tilr HISTORIAS DE ITACA: ¿TE ACUERDAS CUANDO NOS CONOCIMOS?

miércoles, 14 de noviembre de 2018

¿TE ACUERDAS CUANDO NOS CONOCIMOS?



                 Estabas sentada en el banco de tu iglesia, no creías en ella pero admirabas los golpes de pecho que retumbaban entre santos y viejos testamentos.  A tu lado siempre una esquela, recién hecha, fresca como el alma en pena que leían sus letras. De bruces estabas llena y también de alguna que otra culpa de la última verbena. Te recuerdo mirando aquellas estampas que ya querían bajar de sus maderas, escuchando ajenos pecados de ancianas y algún que otro proxeneta, también contando un rosario cansado de tanta mano inquieta y rezando a ese santo, que te habían asegurado, siempre cumplía promesas.
                 Yo te miraba despacio. Intentaba descubrir belleza en esos ojos a tus pestañas entrelazados, una grieta que me sedujera en tus labios o una sensualidad en tu cadera cuando te levantaras de aquel atrio. Me dijeron que eras soltera, virgen sin engaño, que sabías como coser un trapo y también que te gustaba el vino tinto, cuando era anciano. Poco a poco, cerca del altar resbalé mis manos, prendí una cera de las trescientas que pedían amparo, se acercó un asceta, me dijo que lo que había hecho era de pago y sin dudarlo tiré una moneda que cayó vacía en la caja de aquel párroco. Sonaba el agua bendita entre dedos que olían a pecado, un murmullo me pidió que fuera cauto, que no juzgara al niño que lloraba, tampoco a una mujer que botes y botes llenaba y por supuesto a ese olor que entre ancestros leños, de incienso mi paciencia mareaba.
                  Te levantaste, tu plegaria en un amén estaba firmada, sonreían las estampas y un joven monaguillo de reojo sediento, el tinto de aquel cáliz miraba. Me pregunté por la campana pues a misa sonaba, no quería que te quedaras y por primera vez recé para que aquel sonido se callara.  Miré con ansias a una persona que bajo una cruz lloraba, en mi pensamiento una voz me dijo que no me preocupara y salí de aquella iglesia, persiguiendo y adorando tu cadera que se movía como danza. Tu diezmo fue para el de la puerta, tu saludo para una vecina que de palabras sonaba inquieta, tu mirada para una escalinata un poco traviesa y tu sonrisa para quien esto escribe pues por fin te diste cuenta de mi presencia. Yo también te miré, mis labios alargué y sin querer queriendo un ojito te guiñé.
                 A ti me acerqué, esperaste mi calidez, un estúpido expresó sorpresa a la vez, te ofreció un té, pero yo, con mi copa de tinto, la cita gané.
                Quise darte la mano, te diste cuenta que mis uñas estaban recién cortadas, que me recorría un ansia y también que la susodicha estaba sudada. Una mirada me dijo que despacio. Oculté el anhelo, a escondidas recé el rosario, ese que el hombre siempre trae dentro en el acecho a un cuerpo venerado. Pediste el tinto y su año, te miré con admiración entre mis caros trapos, pediste el corcho destapado, oliste su mosto con un aliento extraño, miraste mi rostro, me mostré ansioso, un deseo calculaste y un poro entre mi barba se abrió, hasta sudarte. Explicaste que la semana era santa, que el aperitivo tanta exquisitez no ameritaba, que esto te habían enseñado y que mejor fuéramos a otro lugar sin tantas miradas ni hipócritas elegancias. Pensé que era por mi atuendo y le dije que desnudo también para ella sería perfecto. Me contestó que le gustaba que de cerca olieran sus senos pero que ahora no era el momento. Me quedé en silencio, sentí una gota que me salía desde dentro, una caricia que me pervertía…quizás una sensación que hacía tiempo no tenía.
              Se levantó de su silla, su cadera cantaba emociones y seguidillas, sus muslos alegorías, sus pechos metáforas atrevidas y sus ojos, una música que hacía tiempo no veía. La sentí en mi alma pervertida, con ganas de mí, atravesando hasta mi poesía y también como ladrona, esa que siempre quise tener entre mis brazos, un día. La seguí, una mano con fuerza de mi espalda se colgó, el camarero me rogó, no me acordaba que sin pago me fui y saqué, no sin dolor, unos centavos para cumplir con mi honor. Ella sonrió, de la mano me llevó, no preguntó ni quise saber en donde calmaría tanto ardor. Todo era santo, la semana, las personas, las calles, las persianas y también las miradas.  Me llevó a su casa, una vecina medio desnuda y con resaca nos miraba, aquellos árboles a sus perros meaban, toda la fachada era rara, el portal no estaba, las ventanas tenían ramas, una gata con sonrisa en su cara nos esperaba, las farolas se atrevían a mirar apagadas  y hasta parecía que el silencio gritaba. Aquella casa daba miedo, era una gran metáfora, me pellizqué por si estaba soñando o ebrio y me contestó mi piel, que dejara de ser necio. Mi alma anhelaba, el pensamiento se liaba, mi cuerpo deseaba, la mente su blanco en una esquina dejaba y mi corazón latía tan fuerte que la sangre una erección constante me dejaba. Lo diferente no cotejaba, el árbol no dejaba su meada, los perros en él se bañaban, la gata refunfuñaba, el portal todavía no estaba y aquella fachada me decía: “no entres, que aquí, roban almas”.
               La miel se vistió de vainilla en vara, el miedo huyó de mis sentimientos, la razón de sus cimientos, la osadía quería su pezón y a media luz, entré a su habitación: El armario era blanco, con estantes hechos de alambre, colgados estaban sus harapos, algunas lentejuelas y también unos estambres. Retiró las sábanas, me invitó a entrar en aquella magia, una de las almohadas se cayó de cansada y sin darme cuenta entre sus manos, mi camisa era rasgada, rota y sin botones desdeñada. El deseo se llenó de celo, de fuerza, de anhelo y de algo que no era de mi tiempo. Sus labios mi piel preñaban, entre mis vellos sus humedades dejaba, sus ojos me hablaban, sentía como sus labios me deseaban, como aquellos senos se pegaban y erizaban  lo dulce de su plegaria y también cómo me excitaba. Todo era perfecto, la gata estaba en celo, ella y la que la acompañaba, el árbol meaba a su perro, el portal se diluía inquieto, una alarma sonaba y llegó la policía porque la vecina su bebida extrañaba.
                 Tocaron la puerta, mi boca entre sus piernas respiraba perversa, no había espacio para la poesía ni para el grito y tampoco para la respuesta. La ventana trémula se abría, el viento silbaba entre mis sienes y sus parabienes. Sin abrir entró la policía, detrás de él, toda la compañía. Me dijeron que eras una asesina, una serial homicida. Te metieron a la cárcel y algo que no sabía, cambiaría por siempre mi vida.
                ¿Te acuerdas de aquel día? ¿Te acuerdas cuando nos conocimos?
                Entre cristales de una falsa telefonía me dijiste que mi vida cambiaría, te contesté que cambiado estaba y de por vida. Sonreíste porque atrapado me tenías, tomé una estampa de entre mi camisa, te dije que todavía en la cruz se sostenía, que jamás nadie lo había clavado en aquella alegoría y también que de santo se vestía porque sabía que gente como tú, a él sus plegarias arrodillarían. Asentiste con morbosa sintonía, me pediste que agarrara número para la conyugal visita, que sería entonces cuando me enseñarías lo que tenías de divina y que no perdiera tiempo porque si no, seguro habría fila. Me convenciste, tomé turno como primero y único. Llegó el día, entre barrotes, cámaras y ajenas morbosas sonrisas, haríamos el amor de forma convenida. El alambre fue cama, el trapo una cobija, el muro silencio y el amor una reliquia. Un puñal tenías en tu vagina, veneno en cada uno de tus senos y en tu boca, ese beso que penetró dulce hasta el fondo de mi féretro. Entre súplicas hechas plegarias pagué la fianza, te llevé a tu casa, me serviste una media copa con alguna rara sustancia, sentí como mi alma despacito se envenenaba y después… ya no me acuerdo de nada. Amanecí a una camisa de fuerza amarrado, pegado a una pared sin ventanas y con un olor a mierda que desde aquel suelo todo impregnaba. De tanto en tanto me visitabas, me susurrabas y con desmedida fuerza una y otra vez me violabas. De negra te vestías, de bruja te desnudabas, me explicaste que de uno y otro eras viuda, que tanto veneno todavía tu sangre corroía, pero que no importaba porque de la muerte eras su elegida.
              Con paciencia deshice aquellos nudos porque siempre del amor fui escapista,  marinero de tierra adentro y soñador de cuentos. Así fue como llegué a la autopista, me subió un viejo camionero, me preguntó por qué olía a incienso y le dije que no, que solo era el sudor de una mala mujer mezclado con mi aliento. Fui a la policía, les expliqué la historia de aquel día, el comandante reía, un escribiente con las teclas no podía y hasta la mujer de la limpieza, la fregona no sostenía. Me sentí estúpido. Entré al baño, la bragueta estaba abierta, los cuadros de mi camisa eran circunferencias, mi boca de escamas estaba llena, una mejilla temblaba, la otra sostenía mi cara, mis cejas estaban peladas y al ver mi cabello, entendí todas aquellas carcajadas: era morado, verde, fucsia y con mechas de un extraño dorado, hechas a mano… en mi frente un verso tatuado: “¿Te acuerdas cuando nos conocimos? “…Hoy no me acuerdo de nada, bueno si, de un árbol que sobre su perro orinaba.



               

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