Miraste aquel espejo y me
sentiste dentro, en su frente te desnudaste, viste como te miraba, ante él tu
cadera contorsionaste, a él tus senos pegaste, sabías que no podía tocarte, me
hablaste, un beso con la boca abierta me enseñaste, las manos recorrieron tu
cuerpo, los dedos el vaho de mi aliento, tus ojos miraban dentro y yo sufría,
envuelto en aquel espejo. Fue el primer día.
El segundo te vestiste distinta, con menos
ropa, solo una seda te cubría, toda te entreveía, erótica y hermosa, seductora
y con todo el reflejo, de una elegante poesía. Te acercaste completa, primero
fue tu mano la que tocó el espejo, tus dedos lo medio rasguñaron, exhalabas
deseo, tu pubis mojado era perfecto, cada uno de sus poquitos vellos, cada poro
abierto y también esa suavidad, que resbalaba despacito por aquel pulido viejo.
Fue el segundo día.
Era miércoles, ya la noche caía,
una luna preocupada no te veía y yo atrapado, con la paciencia discutía.
Llegaste como siempre divina, te quitaste el maquillaje, las arracadas, una
pulsera y también una regalada gargantilla. Aquellos labios probaron tu lengüita,
yo quería, solo me mostraste una gota de tu saliva, también una grieta que en
vida no querías y poco a poco de tus hombros quitaste del sostén una primera
tira. El escalofrío era consentido, tus pezones excitaban la superficie de
aquel amigo, tus manos los juntaron, a mi cara se pegaron, sentí su olor, el
sabor de tanta ternura y también ese dulce erotismo, cuando en mi alma creaste
un nuevo y empapado rocío. Fue el tercer día.
Recorrió el alba sobre el espejo su
elegancia, una pequeña brisa gritaba, del norte un frío viento en su temblor
cabalgaba y tú, despacito te despertabas. Yo estaba atento, quería ver tus
lagañas, tu cabello desquiciado, el sabor de tu aliento temprano, lo que del exquisito
perfume en tu cuerpo había quedado y también en tu espalda, lo que de aquel
sentimiento se había perpetuado. Ese día me ruborizaste, ante mí te depilaste,
de crema te llenaste, tus pestañas acicalaste y recuerdo muy bien, cuando
aquella toalla por mí encelada, recorrió el alma, acarició tu lienzo y de aquel
espejo quise ser pincel, óleo y también, el artista más travieso. Te fuiste
corriendo, se te hacía tarde, se te olvidó mi beso y cerraste la puerta no sin antes dejar un pedazo de tu viento en
el calabozo de aquel espejo. Fue el cuarto día.
Del trabajo llegaste, independiente
te miraste, orgullosa y retando una nostalgia. La dualidad estaba presente como
mujer y también como humana. Te desvestiste, solo vi tu espalda, una pequeña
arruga que escribía edad en la parte baja de tu garganta, en el hombro una ansia estresada y en tu aliento,
esas ganas de secuestrar todos mis sueños. Apagaste la luz, tu mesita de noche
y toda la estancia, el celo era magia, la almohada al verla pegada a tu cara, aquella
sábana cuando entre tus piernas por siempre parecía se quedaba y también
aquella bendita oscuridad, solo por el brillo de tus ojos cuestionada. Fue el
quinto día
Y llegó el sábado, perverso y
confeso, día de aventuras y extraños versos, te sentías sola porque no
entendías que yo seguía atrapado en tu espejo. Te gritaba y no me escuchabas, a
su puerta tocaba y ni se estremecía la maldita estancia, de mi caliente vaho lo
llenaba y no le dolía, palabras de amor y deseo escribía pero ni un garabato en
él sobrevivía. Tenía que conseguir que entraras en él, de alguna manera tenía
que imaginar tal osadía y fue entonces que convertí en cuento tu vida: cerré
los ojos, te soñé mía, le pedí al cielo una alquimia, que le robara al mar su
espejo, a una vieja nube que me lo trajera con empeño y un poco de intensidad,
a cada uno de los vientos. Convertí mi
espejo en agua, esa cárcel en dulce cama, lo notaste y quieta me miraste. Como cada noche frente a él te desvestiste,
eras turrón y de la música exquisita melodía, quería que fueras atrevida, como
algodón de caramelo en el pensamiento con ansías te lamía, la más hermosa nube
del cielo, esponjosa y con la forma elegida, seductora y erótica, hoy serías
mía, húmeda y de la Tierra su armonía…hoy, con amor te poseería. Sentiste
diferente, sabías que ahí estaba mi vida, que no había excusa y que a mi ser,
toda te darías. Te acercaste, tu cuerpo pegaste, se hundió en mi agua, a mi
boca llegaste, lo absorbí con toda mi alma, tus labios juntaste, mi deseo
engullió cada una de sus partes, tus piernas caminaron y en alta marea fuiste
amada sin temor y por cada una de mis artes. En mi entraste, a mi espejo y a mi
vida. Aquel reflejo por siempre se rompió, entre nosotros el tiempo se olvidó,
aquel espacio nos atravesó y el espejo cayó. Fue el sexto día.
Al séptimo día con los dos abrazados, el
amor no descansó.
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