Sudaba inquieto el río cada gota de
su espejo, vigilaba atenta la montaña para que su verde no fuera deshecho
mientras en tu cuerpo una caricia, te explicaba mi profundo deseo. Extrañaba la
Luna viejas sedas en su velo, nuevos destellos envolvían el cielo y en mis
ojos, un regalo era tu reflejo. Lloraba el silencio entre la enredadera de un
viejo trueno, salpicaba el mar ola tras ola con esmero, una caracola gritaba
los sonidos de sus ancestros y quien esto escribe se perdía perverso dentro de
tu aliento.
Recuerda el momento porque en esa
playa, en ti jugué dentro. En esa arena te hice mía por completo, en tu saliva
nadé desnudo y sin miedo, en tu fragancia rescaté esos olores olvidados en
ajenos vientos y en tus labios por fin encontré esa pasión que como hombre,
quería sentir pleno y muy dentro. Extraña la memoria ciertas páginas escritas,
se abre el libro con sentimientos de letras permitidas, explota la imaginación,
el verso tiembla en su rima, el corazón late deprisa y una humedad abre mi
camisa, recorre toda mi espina, enciende cada poro de mi vida, cada vello se
eriza, cada suspiro te hace otra vez mía mientras el recuerdo te muestra bella
y desnuda sobre la playa, en aquel hermoso día.
Del ocaso fuiste elegida, rebozada
en arena, salada con espuma divina, preñada por mi semilla y abrazada con tanta
intensidad que tu alma a la mía era fundida. Eras mirada y alevosía, tatuada
por el ocre del cielo sobre tu piel atrevida, mimada por cien brisas marinas y
poseída hasta el fondo, por la carne y mi poesía. Mujer, entraña de amor que aún sobrecoges
mis días, recuerdo venerado por tanta miel hecha caricias, música que invade
cada hebra de mi alma cuando otra vez te siento mía, brasa que desde el
infierno del no tiempo crepita en profundas humedades, cada noche de mi vida.
Mujer que en mí reinventaste el
amor, ese deseo vestido en pasión, libre y sin condición, ese silencio que solo
entre miradas es beso y rendición, ese cabello pegado a mi piel, esos labios de
miel, ese aliento que del orgasmo es expresión, esos dedos al recorrer mi
cuerpo sin olvidar ningún rincón, ese momento en el que tú y yo nos convertimos
en cielo y nuestro suspiro en hermosa oración. Mujer, de la memoria debes caer
porque sufrimiento no debes ser, de mi necedad te debes olvidar porque a
fuerzas ni el saber cabe en cualquier mar pero a mi sueño te debes aferrar
porque sin ti solo es una extraña sensación que mi alma no puede llenar.
Compré la playa de aquel sueño y en
cada grano de arena escribí un deseo, dentro de cada burbuja un sentimiento,
sobre cada chispa de sal todo mi recuerdo, en cada gota por el mar acicalada un
verso y en cada caracola, esas dos palabras que todavía escucho, para que
resuenen por siempre en la playa de aquel sueño: “te amo”.
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