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sábado, 3 de noviembre de 2018

ELEGANCIAS EN UN CAFÉ



                Pintó el amanecer su alba, delicada, suave, de luz tenue y tierna como pluma de almohada. Despacito dibujó el cielo su horizonte, el mar su marea baja y poco a poco la Luna escondió entre brumas, la hermosura de su cara. Brilló el Sol en mi ventana, resbaló el rocío sobre la fachada de mi casa, una brisa dejó un olor a sal en los árboles, sobre cada una de sus ramas y también en cada pétalo que esa noche tejió una alfombra bajo mi cama.
               Con un roce de labios la desperté, con un beso en su preñez la enamoré, una caricia la mimó y a mi cuerpo, otra vez el amor se pegó. Entre sábanas una seducción se mostró, en sus cabellos un olor a sedas todo me poseyó, sobre su piel una gota cayó de mi sudor y en el primer suspiro, con puro albedrío, hicimos el amor con el tiempo convertido en  olvido. Un dulce éxtasis nos abrazó, de ternura nos llenó, de miradas nos cruzó y también de vida, nos habló.
              Descubrimos que en silencio éramos intensos, que en el murmullo se despertaba nuestro dentro, que en la palabra bailaba el verso y que en el grito, no solo vivía el gemido sino todo el deseo que entre los dos había nacido. Sentimos lo que un día la imaginación pensó, lo que la ilusión en sueños por tiempo meditó, ese inmenso amor que crece desde el alma cuando el corazón late con fervor y esa historia que en un momento se convierte en libro y es parte de los dos.
             Un suave viento de nuestra cama nos levantó, te seguí a dos metros, te pisé cada huella, olí cada gota de aire que te atravesó, tanta sensibilidad mi conciencia embriagó y en la elegancia de tu cintura, mi travieso niño con su pensamiento, otra vez en ti entró. Moliste sin prisa cada grano de café, pegué el pecho a tu espalda y te pregunté si de mí, todavía tenías sed. Te abracé con parte de mi cuerpo y un pedazo que de mi alma tenía abierto, mis manos recorrieron tus senos y entre mis dedos sentí tu pezón respirar como siempre suave y erecto. Me regalaste en mis labios un beso, quise otro pero el café no podía esperar y fue tu dedo el que cruzó mi boca, pidiendo que en el silencio,  me llenara de ansiedad.
            Ya olía la bendita infusión a paraíso terrenal, a tierra trabajada y bien cultivada, a manos enseñadas y a frentes lejanas de sudores y fangos preñadas. Serviste dos tazas, el vapor las caras empañaba, soplaste despacito antes de la primera probada, me miraste y sentí como despacito entre tus senos, aquella seda con tanto calor, sola se desabrochaba. Cada transparencia notaba, cada poro de tu piel cuando su vello erizaba, toda la ternura cada vez que tu lengua tus labios mimaba y esa pasión dura cada vez que era atrapado por el atrevido erotismo de tu mirada. Te sentía y te deseaba, mi café quemaba, mi cuerpo ardía en ansias, la taza en mis manos temblaba y una y otra vez tu mirada insistía que querías ser amada.
            Me levanté, tomé tu taza y la puse en la repisa junto a la ventana, retiré tu silla, me miraste y  te miré, no hubo palabra ni era menester. Puse un pétalo encima de la mesa y  otro y otro hasta que entendiste que sobre ellos nos íbamos a querer. Se desvaneció la seda entre mis manos, tus labios se perdieron en la incipiente barba de aquel amanecer tan humano, tu cintura era toda contorsión, tanta humedad mi mayor ilusión y cada uno de tus gemidos, ese caramelo que en boca de mi niño se deshacía suave, entero y lleno de pasión.
            Tomé un sorbo de ti en aquel amanecer y escribimos elegancias, en un café.


              

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