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jueves, 22 de noviembre de 2018

PAISAJES


                 Resbalaba la cascada en el lecho de un río cansado, salpicaba briznas de música su agua, también brillantes y diamantes, ecos profundos que siempre en el alba, se robaban una dulce esperanza. Preguntaban las piedras por qué siempre el musgo las abrazaba, sonreía la humedad y un astillado leño soltaba su última carcajada. El color era tanto que embriagaba miradas, el olor tan sano que expandía el alma hasta su membrana, el sabor de aquel día por natural era extraño pues quien esto escribe, rodeado de otra vida se encontraba. Esa vida que era naturaleza y proeza en cada gota de agua,  del viento caricia sin pausa, en el contenido aliento el suspiro cuando respiraba  verde en cada rama, en el silencio esa soledad que por un día era diferente y muy necesitada. Todo vivía, bailaba la dulce melancolía conectada a mi poesía, se despertaban las letras en el libar suave de cada mariposa que pasaba, en el verso imaginado había fragancia, mis tintas corrían por aquella agua y entre círculos,  rima tras rima, húmedas estrofas se creaban.
                 Aquel bosque me hablaba, desde su profundidad atraía mi mirada, en su poderosa virginidad competía con sombras cada alba, todo era otra realidad, una magia que desde la tierra brotaba, una sutil densidad que con amor me cantaba. Decidí caminar, mis pies descalzar, cada árbol abrazar y sobre cada mojado barro dejar una huella para que aquel bosque sintiera, que yo, era de verdad. En lo alto las hojas se apartaban para dejar que el Sol iluminara cada vara, las ramas de mis piernas se alejaban y algunas flores sus rocíos convertían en pequeñas almohadas  para que sus espinas solo fueran, dulces bayas. De frente miraba, una maravillosa estela el camino me enseñaba, me sentía raíz y de la selva parte de sus entrañas, tocaba el cielo entre arbustos, nubes entre telas de araña y también estrellas en cada corcho, que atento me guardaba. Escuché el cantar del juglar, del viejo tronco su meditar, de cada musgo su palpitar y también como un hada volaba en frente de mi cara sin cesar. Era hermosa, bella, pequeña y parecía talentosa. Me pidió la mano, me dijo que de ahí me iba a sacar, que el ocaso estaba por llegar, que una fantasía me iba a mostrar y sin dilatar, volé con ella a mi mar.
                  Como siempre inmenso me miró con recelo, hacía tiempo que no lo tenía entre mis dedos, rugió una ola y cuando mis pies abrazó, una suave espuma de su sal todo me empapó. Mi azul me sonrió, el horizonte de él se despegó y un ocre perfecto al cielo lo soldó. Era mi mar, ese Mediterráneo siempre inquieto y con historias que escribían en piel sus testamentos, siempre perfecto, en sus gotas, en cada marea, en cada grano de arena y también, en cada uno de sus silencios. Lleno de leyendas y maravillosos yacimientos, de ciudades sumergidas y navegantes que por siempre se quedaron en su lecho, de grandes tormentas sufridas, de extraordinarias elegías, mojado por grandes epopeyas siempre leídas y lleno de sangres que un día se atrevieron a mirarlo con desprecio y que hoy lo miran, desde dentro. Mi mar, mi Mediterráneo que un día me vio nacer y que el destino ha escrito que en él, un día, deberé trascender. En su playa dejé un recado, no dentro de una botella sino sobre su arena y en una burbuja que me respiraba llena,  una brisa se pegó a mis párpados, sentí un abrazo salado y de la mano de mi hada regresé al río donde todo este sueño había comenzado.
              Todo era distinto porque el río ya sabía su destino, rumbo a mi mar emprendió su camino, el bosque se abrió divino, el último Sol entró completo y en sigilo, cada gota absorbió de mi todos mis sueños, cada piedra se desprendió de su musgo con apresurado empeño para que el agua con prisa resbalara y comprendí que aquel río, lleno de mis sonrisas y anhelos, no pararía hasta llegar a mi Mediterráneo querido. El hada se despidió no sin antes con sus pequeñas alas acariciar mi cara, no sin antes escribir un susurro en el fondo de mi alma, no sin antes juntar sus labios y cuando estaba a mi mejilla pegada, tatuarme un beso con toda su fragancia. Mi destino estaba escrito, lo corría el río, por el hada era dirigido, atravesaría bosques y solsticios, veredas y atrevidos caminos, ilusiones y también paisajes que harían de mi vida, un hermoso escrito.


               

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