Se deshace la mirada en lágrima, la mano
en caricia, el labio en apretada rabia y el pensamiento se abraza fuerte a una
deseada nostalgia. Se desliza en el aire una suave fragancia, la memoria pinta
una raya, el olvido necesita magia pero el recuerdo estremece con dureza, el
fondo del alma. Suda el candelabro sus ceras envainadas, el balcón resbala el
óxido de unas barras a hierro forjadas, astilla el vidrio el marco de su ventana,
también el viejo polvo del suelo se levanta y poco a poco se derrumba la casa
de aquel amor, que ahora yace en otra cama.
De traición se vistió el alba cuando la primera
brisa de tu olor no tenía nada, de hipocresía la palabra al nacer de tu boca y
saber a falacia, de hiel cada gota de tus fingidas lágrimas cuando en tu último
abrazo, empapaban mi cara. Lo último que vi fue tu espalda de arrogancia
disfrazada, las puntas de tus cabellos en extrañas huellas enredadas y el
maldito orgullo de tu mirada cuando al cerrar la puerta, tu reojo, todo me
explicaba. Te pedía que no me dejaras, que sin ti sería nada, que la vida daría
por muertas cada una de mis albas, esos amaneceres que en brazos de otra
alborada, besabas y besabas.
Los días pesaban, cada noche una
incertidumbre cerraba a canto mi ventana, las sábanas gritaban, mi almohada ni
a la mejilla se pegaba, el miedo en mis entrañas cabalgaba y la soledad
empezaba a pintar cada pared de mi casa. Encerré mi corazón, no quería del amor
saber nada, ni su poesía ni a que sabía su fragancia, tampoco si en él vivían
alegrías o si en algún libro tenía escritas sus melodías. La negación era un
tesoro, el nervio un maldito y escondido acertijo, el pensamiento ignoto y la
imaginación, carente de cualquier tipo de retoño. El invierno no solo era frío
sino también hielo para mis sentidos, la primavera un otoño caído y el vacío el
que mejor dibujaba tu olvido.
Caminaba de la mano de una desidia
consentida, no me atrevía a pisar ninguna orilla ni oler la fragilidad de un
lodo que mis huellas no quería, tampoco una pequeña luz que de lejos me
perseguía pues creía que eras tú quien la prendía. Pensaba que regresarías, que
de él te olvidarías, que ante mi tu perdón arrodillarías y que mi alma otra vez
te escribiría. Pero no fue así, el cielo cambió de color ese día y una tremenda
oscuridad llenó mi vida. Quería una cantina, un desahogo que me explicara que
algo seguía, un zumbido que atravesara mis sienes y que me gritara que aun
tendría vida. Las puertas se cerraban, nadie quería aquella madrugada, ni las
farolas ni las fachadas, tampoco la Luna y mucho menos el aire, que prestado
respiraba. El tiempo blandía su espada, el espacio crecía y de frondosa niebla
se llenaba, el bosque reía, un lejano lobo aullaba, el grillo callaba cuando
sobre aquella acera, este hombre, sus bruces arrodillaba pidiendo clemencia a
quien sabe quién, que le explicara si habría otra alba.
Ya el frío mi garganta
estornudaba, la decisión calaba, un cáliz desde mi dentro sangraba y aquella cuchilla sobre mis venas, despacito e
inquieta, resbalaba. Un escalofrío recorrió mi espalda, sentí una presencia que
entre velos me abrazaba, una imagen necesitada, un olor a quemada vainilla en
vara, ese sabor a mente sabia…esa sensación de que alguien escribía en mi alma.
Aquella poesía me regaló sus palabras, también cada rima, cada pedazo de un
sentimiento que ya no recordaba, sentí que me acariciaba, una sonrisa que
profunda sobre mis labios temblaba, una oportunidad como tren despuntando en
aquella incipiente alba. Me giré sobre mi sombra, no vi nada pero mis sentidos
con alguien hablaban, no era mujer ni hombre, tampoco una imaginación alocada,
quizás una invención del alma, la necesidad de un corazón a punto de perder el
palpitar de su magia o quizás esa visión que no ve nada pero mira quieta como
la naturaleza poco a poco, formaba desde la oscuridad, aquella hermosa
alborada. Me sentí transportado a un mundo que no era raro, crecía el musgo a
su árbol atrapado, un arcoíris mostraba su raíz y el tesoro enterrado, el mar estaba sentado, por lejanas olas era
bañado y por esponjosas nubes, una y otra vez llenado. Nada se acababa, todo
siempre empezaba, la música se reinventaba, el aire entre rayos sus entrañas
calentaba, todo vivía, nada moría, todo sucedía, no había distancia y tampoco tiempo que sus manecillas necesitara.
El cielo soñaba cuando el pintor de colores lo llenaba, la lluvia sobre
algodones descansaba y el viento, todo el viento era para mí y frente a mi
cara, todo el Universo me explicaba. Y apareció el gran Mago, ese eterno desde
la Fuente creado, todo el saber del akásico, el infinito de luz disfrazado, esa
condición que es Legado. Huyó la dimensión, sentí amor en su posesión, cambió
la vibración, a tanta intensidad rendí sumisión y me rebocé por completo en la
arena de una exquisita pasión.
Me llené de mirada, desde mi
cama a la ventana, en la pared ya no había soledad estampada, las sábanas no gritaban
y un suave rocío abrazaba aquella ansia y
de ella, poco a poco me preñaba. La puerta con insistencia era tocada, la
sensación me aturdía, me envolví con la toalla, desperté con caricias mis
canas, tragué una saliva extraña y a través de la mirilla, ahí estabas.
Llegaste a mi vida, un día que no era nada, no te esperaba pero te necesitaba,
no quería pero me llenaste de alegría. Mi portal lo sabía, amaneció limpio como
destino divino, terso para que tu huella fuera la primera en ser imprimida, valiente
para que desde él quitaras todos mis miedos, soñador para enseñarte el volar de
todos mis anhelos y muy osado para contagiarte de aventura y robar de mi alma
tanta amargura. Nos fundimos en verso, en amor, en naturaleza y en Universo. Hoy
nacen de la poesía los recuerdos, aquellos instantes que entre sombras
desgarraban mis sentimientos, las melodías que tocaban azufres en mis infiernos
y también esas letras que nacen de mi alma cuando te toco y te siento. Cada día
desde la oscuridad creamos nuevas alboradas, siempre distintas, siempre de
nuestras humedades preñadas…cada tarde somos pincel de ocre en el cielo y
cincel de arte en cada nube que convertimos en deseo…cada noche en la Luna
caemos presos, en su reflejo el amor hacemos, cada grito es gemido, cada
suspiro un sueño y cada caricia, la promesa de un amor eterno.
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