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domingo, 25 de noviembre de 2018

DESAMOR PASAJERO, AMOR ETERNO.


            Se deshace la mirada en lágrima, la mano en caricia, el labio en apretada rabia y el pensamiento se abraza fuerte a una deseada nostalgia. Se desliza en el aire una suave fragancia, la memoria pinta una raya, el olvido necesita magia pero el recuerdo estremece con dureza, el fondo del alma. Suda el candelabro sus ceras envainadas, el balcón resbala el óxido de unas barras a hierro forjadas, astilla el vidrio el marco de su ventana, también el viejo polvo del suelo se levanta y poco a poco se derrumba la casa de aquel amor, que ahora yace en otra cama.
             De traición se vistió el alba cuando la primera brisa de tu olor no tenía nada, de hipocresía la palabra al nacer de tu boca y saber a falacia, de hiel cada gota de tus fingidas lágrimas cuando en tu último abrazo, empapaban mi cara. Lo último que vi fue tu espalda de arrogancia disfrazada, las puntas de tus cabellos en extrañas huellas enredadas y el maldito orgullo de tu mirada cuando al cerrar la puerta, tu reojo, todo me explicaba. Te pedía que no me dejaras, que sin ti sería nada, que la vida daría por muertas cada una de mis albas, esos amaneceres que en brazos de otra alborada, besabas y besabas.
            Los días pesaban, cada noche una incertidumbre cerraba a canto mi ventana, las sábanas gritaban, mi almohada ni a la mejilla se pegaba, el miedo en mis entrañas cabalgaba y la soledad empezaba a pintar cada pared de mi casa. Encerré mi corazón, no quería del amor saber nada, ni su poesía ni a que sabía su fragancia, tampoco si en él vivían alegrías o si en algún libro tenía escritas sus melodías. La negación era un tesoro, el nervio un maldito y escondido acertijo, el pensamiento ignoto y la imaginación, carente de cualquier tipo de retoño. El invierno no solo era frío sino también hielo para mis sentidos, la primavera un otoño caído y el vacío el que mejor dibujaba tu olvido.
            Caminaba de la mano de una desidia consentida, no me atrevía a pisar ninguna orilla ni oler la fragilidad de un lodo que mis huellas no quería, tampoco una pequeña luz que de lejos me perseguía pues creía que eras tú quien la prendía. Pensaba que regresarías, que de él te olvidarías, que ante mi tu perdón arrodillarías y que mi alma otra vez te escribiría. Pero no fue así, el cielo cambió de color ese día y una tremenda oscuridad llenó mi vida. Quería una cantina, un desahogo que me explicara que algo seguía, un zumbido que atravesara mis sienes y que me gritara que aun tendría vida. Las puertas se cerraban, nadie quería aquella madrugada, ni las farolas ni las fachadas, tampoco la Luna y mucho menos el aire, que prestado respiraba. El tiempo blandía su espada, el espacio crecía y de frondosa niebla se llenaba, el bosque reía, un lejano lobo aullaba, el grillo callaba cuando sobre aquella acera, este hombre, sus bruces arrodillaba pidiendo clemencia a quien sabe quién, que le explicara si habría otra alba.
             Ya el frío mi garganta estornudaba, la decisión calaba, un cáliz desde mi dentro sangraba y  aquella cuchilla sobre mis venas, despacito e inquieta, resbalaba. Un escalofrío recorrió mi espalda, sentí una presencia que entre velos me abrazaba, una imagen necesitada, un olor a quemada vainilla en vara, ese sabor a mente sabia…esa sensación de que alguien escribía en mi alma. Aquella poesía me regaló sus palabras, también cada rima, cada pedazo de un sentimiento que ya no recordaba, sentí que me acariciaba, una sonrisa que profunda sobre mis labios temblaba, una oportunidad como tren despuntando en aquella incipiente alba. Me giré sobre mi sombra, no vi nada pero mis sentidos con alguien hablaban, no era mujer ni hombre, tampoco una imaginación alocada, quizás una invención del alma, la necesidad de un corazón a punto de perder el palpitar de su magia o quizás esa visión que no ve nada pero mira quieta como la naturaleza poco a poco, formaba desde la oscuridad, aquella hermosa alborada. Me sentí transportado a un mundo que no era raro, crecía el musgo a su árbol atrapado, un arcoíris mostraba su raíz y el tesoro enterrado,  el mar estaba sentado, por lejanas olas era bañado y por esponjosas nubes, una y otra vez llenado. Nada se acababa, todo siempre empezaba, la música se reinventaba, el aire entre rayos sus entrañas calentaba, todo vivía, nada moría, todo sucedía, no había distancia y  tampoco tiempo que sus manecillas necesitara. El cielo soñaba cuando el pintor de colores lo llenaba, la lluvia sobre algodones descansaba y el viento, todo el viento era para mí y frente a mi cara, todo el Universo me explicaba. Y apareció el gran Mago, ese eterno desde la Fuente creado, todo el saber del akásico, el infinito de luz disfrazado, esa condición que es Legado. Huyó la dimensión, sentí amor en su posesión, cambió la vibración, a tanta intensidad rendí sumisión y me rebocé por completo en la arena de una exquisita  pasión.
                Me llené de mirada, desde mi cama a la ventana, en la pared ya no había soledad estampada, las sábanas no gritaban y un suave rocío  abrazaba aquella ansia y de ella, poco a poco me preñaba. La puerta con insistencia era tocada, la sensación me aturdía, me envolví con la toalla, desperté con caricias mis canas, tragué una saliva extraña y a través de la mirilla, ahí estabas. Llegaste a mi vida, un día que no era nada, no te esperaba pero te necesitaba, no quería pero me llenaste de alegría. Mi portal lo sabía, amaneció limpio como destino divino, terso para que tu huella fuera la primera en ser imprimida, valiente para que desde él quitaras todos mis miedos, soñador para enseñarte el volar de todos mis anhelos y muy osado para contagiarte de aventura y robar de mi alma tanta amargura. Nos fundimos en verso, en amor, en naturaleza y en Universo. Hoy nacen de la poesía los recuerdos, aquellos instantes que entre sombras desgarraban mis sentimientos, las melodías que tocaban azufres en mis infiernos y también esas letras que nacen de mi alma cuando te toco y te siento. Cada día desde la oscuridad creamos nuevas alboradas, siempre distintas, siempre de nuestras humedades preñadas…cada tarde somos pincel de ocre en el cielo y cincel de arte en cada nube que convertimos en deseo…cada noche en la Luna caemos presos, en su reflejo el amor hacemos, cada grito es gemido, cada suspiro un sueño y cada caricia, la promesa de un amor eterno.
            


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