Escribe el periodista en una columna por
otros siempre vestida, llena de historias no vividas e ideas que para ajenas
mentes son prohibidas. Abre el libro de la ética, ese que albedrío contenido enseña,
el que siempre duerme siestas y ese que de reprimidas educaciones se llena. Descubre
que hay letras que al leerlas ignorancia escupen, que entre comas algunas
frases no tienen conciencia, que a las tildes les falta vehemencia y también
que hay tintas, que no tienen sangre en sus venas. Intenta pensar en una
leyenda para que sea símil de aquella realidad tan compleja, en una epopeya que
le diga que también ahora hay lucha en cada acera…en una utopía que explique
aquel sueño que de niño tenía y que hoy, tanto su mente exprimía: el sueño de
poder escribir lo que brotaba de su alma, lo que el sentir le susurraba y lo
que creía, su destino le dictaba.
Apagaba su lámpara, sus
cabellos una y otra vez acicalaba. ¿Cual sería esa verdad que tendría el eco
que tanto esperaba?¿Cual sería esa condición por el editor siempre
amañada?¿Cual de todas sería la palabra censurada? Las ideas venían pero al
pensarlas una y otra vez se iban. La imaginación a los colores se resistía y
siempre bajo un impuesto blanco y negro su pluma escribía y escribía. El
sentimiento no era, el aliento jamás salía de su trinchera, el sudor no vivía y
solo el profundo nervio en cada uno de sus poros, travieso y punzante
prevalecía.
Recibió una llamada, alguien
le recordó que la nota editorial estaba vacía, que en vigilia su escrito
esperaba y que se diera prisa porque un corrector ya quería irse a su casa.
De niño fue soñador, de
adolescente un mal criado rebelde y ahora de adulto veía como el sueño y la
rebeldía no eran parte de su osadía. Sentía maniatadas sus tintas, las ideas no
corrían porque de su cabeza no salían. Debía pensar en lo que otros leer
querían y no en lo que él reflexionaba cada día, en lo que le prometían que la
sociedad debía imaginar y no en lo que él creía una falsedad, en lo que
justificara un pago por regalías y no en la verdad que él sabía, era distinta.
Y fue entonces que cansado de
tanta hipocresía, decidió escribir la verdad sobre aquellos silencios que tanto
le oprimían, sobre hechos que solo en perversas mentes existían y se negó a
vivir sumido en una red por ellos
creada, con desmesurada alevosía. En la decisión creó un derecho, ese derecho
que mantenía su niño despierto, al adolescente siempre travieso y al hombre, recto
y pegado a su credo. Pensó que no todo estaba mal y escribió un réquiem como
editorial:
“UN RÉQUIEM A LA SUMISIÓN”
“Estoy cansado de ser parte de
un sistema anquilosado, pared de una enredadera que me aprieta demasiado, tinta
de un poder por el dinero endiosado y sentimiento vacío de un hombre que
siempre tuvo demasiados. Estoy harto de pensar siempre igual como el que dicta
mis pagos, de comer de su mano y de no poder explicar cómo me siento a diario. En
la equivocación vive un calabozo muy estrecho, en la rectificación parte de
nuestros derechos, en la sumisión la falsa obligación y en la rendición, seguir
como lacayos de su inventada religión. Por años me han dicho qué escribir, cómo
pensar, desde su educación como aprender, en sus enseñanzas como crecer, en la
tristeza cómo rezar y también cómo vivir como parte de un sistema que nos
impide progresar. ¡Ya no más! Quiero abrazar mi libertad, sentir ese albedrío
que me hará capaz, ese silencio que me hará comprender que hay otra verdad, esa
sensación de que soy un hombre diferente y por ende un ser con más intensidad,
ese pedazo de alma que vino aquí, para otro caminar. Me voy del sistema, como
ser humano y su más fiel anatema, miraré diferente mi Tierra, cada río, cada
vereda, cada mano que se me acerque y tenga su alma llena, cada mar y de lejos
cada planeta, pero jamás huiré de mis letras porque como único me complementan
y hoy, son de verdad.
Gracias. A unos por haber
creído y leído mis hipocresías, les pido perdón porque realmente no eran
mías. A otros por su complicidad y a
unos pocos, solo un poco de antiácido en sus papilas para que no se les haga
tan amarga, lo que les queda de vida.”
Su réquiem terminó y a la
editorial lo mandó. El corrector se asustó, el editor lo desechó. No se
publicó, nadie lo leyó, le dieron las gracias y aquel periódico para él se
cerró. No hubo liquidación y si premeditación, tampoco felicitación por tantos
años y sí, un olvido un tanto mesiánico.
Por todas las redes sociales se atrevió, lo escribió en verso y en prosa, en
cuento para los niños, en sentencia para los mal nacidos y también lo llenó de
metáforas y dobles sentidos para los que como él conspiraban contra cada
político. Ahora escribe poesía para plantas y otros seres que como él viven en
la utopía, para los viejos amantes y algunas Lunas perdidas, no hay regalías,
sueldos ni dádivas escondidas, sigue amaneciendo cada día y de tanto en tanto, vive,
de lo que le da una mano tendida. Por una vez un réquiem escrito fue para su
autor el nacimiento a una nueva vida, una decisión sin miedo elegida, un epílogo a un sistema que quizás,
destruiremos algún día. Hoy disfruta de su libre albedrío y también de tantas
cosas que siempre le habían escondido, sigue escribiendo porque en sus letras
no hay exilio, solo del sistema que lo tenía oprimido es un huido y como tantos
otros, de tanto en tanto, en el libro de
los olvidos es leído.
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