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miércoles, 28 de noviembre de 2018

EL ESPEJISMO DE UNA SOLEDAD.


             Desafié el ocaso, lo miré de frente, le dije a la soledad que conmigo estuviera presente, al viento que caminara silente y también a mi cuerpo que entendiera que hoy,  prestaría su piel a un reflejo diferente. Escuché un murmullo, me cautivó y despacito me sedujo, quizás la pena de un alma, los susurros de unos labios sin esperanza o la melancólica quietud de una ola, cuando el mar está en calma. No había nada, el pensamiento se relamía acostado en su cama, la memoria era blanca, el momento en subasta pujaba y gritaba vivirlo en un instante y no, en un tiempo distante.
             Y apareció el más grande, de los espejismos el más cautivante, de la imaginación su holograma más brillante…de mi vida, esa ilusión hecha pentagrama que cuestionaba mis sentimientos y también, los aprendidos pecados de ajenos infiernos. Se desbarataba por completo el silencio, todo era algarabía, se desparramaban los cabellos por la pista, reía la risa, los sentidos nadaban entre morfinas y aquel espacio lloraba, porque en el tiempo era pura alegoría. Todo vivía prisa, corría una lágrima para no ser desvestida, una tumba atrevida se abría a otra vida, el anárquico escribía poesía, el miedo sufría carestía y el hombre reinventaba formas en sí mismo y también en su autoestima.
            No podía aquel espejismo abrazar tanto contenido, faltaban sentidos para comprender aquella fiesta de albedríos, inventó una calle, una casa y también un olor, a humedad y viejos enjarres. Caminaba completa una araña de tela vestida, la puta olvidaba sin rencor su esquina, a trompicones una fachada se deshacía y asomaban sus reliquias cada una de las piedras, que aquella casa sostenían.  Del fondo del mar llegó un trueno, de par en par abrió la ventana sin estruendo, la tristeza era espesa y oscura, se podía tocar con los dedos y también hablar con sus anhelos. Una sombra muy anciana vestía la mesa mientras entre arrugas, cualquier lana tejía con sus agujas. Una desgastada vela discutía con el vacío de una copa, un tibio café sacudía su aliento entre aquellas manos temblorosas, la soledad era otra cosa, más punzante, auténtica y escrita con años y también con sangre.
            Pero aquella estampa a nadie preocupaba. La vida seguía su impuesto aquelarre,  bailaba el monje en aquella calle su desidia mientras un mendigo le rendía pleitesía, un cuerno soñaba sus traiciones entre sedas y caras almohadillas, la noche se reía de su día, el político enseñaba su socarrona sonrisa y como siempre en su terreno, un cura inventaba para el domingo, una nueva homilía. Y fue entonces que la utopía reventó aquella vida, aquel espejismo mal parido, todos aquellos versos que una injusta sociedad, por siglos había escrito. Toda superficialidad se desvaneció, la mentira en su enredadera murió y la verdad, se mostró.
            La casa abrió su puerta, el portal se convirtió en alfombra persa, el aire se desvaneció en dulces y piruletas, expandió la mesa su madera, las paredes parieron sillas por donde fuera y aquella señora, se rindió a lo que sus ojos veían, con auténtica sorpresa: pintaba Dalí su Cadaqués hermoso, Gala lo miraba con deseo erótico mientras un vulgar Sancho, jugaba al dominó con un Neruda ya cansado, de tanta pipa y tabaco. Explicaba el pintor que a todos engañó, que si bien era genio no nació seductor y que de sus huevos solo nació una flor, era de lis y no de otro olor. Contento pintaba la oportunidad que aquel espejismo le daba, a la utopía con su pincel gratificaba porque por fin pudo plasmar, lo que la soledad gritaba. Gala estaba entusiasmada, quería un rebozo tejido por las manos de aquella anciana, una tela que le recordara, un pedazo de nostalgia que le dijera que en la vida, fue amada y no como ella, a la suerte abandonada. Sancho no decía nada, no había un tinto que su panza llenara, tampoco molinos con los que discutir viejas andanzas y mucho menos un Quijote para mostrar travieso una dulce venganza. A la señora miraba y a Dulcinea le recordaba, si, la del Toboso que era mucho mejor que aquella casa, pero no más bella que el alma de aquella anciana. De la mesa quitó un teléfono, llamó a la tienda, como siempre la de la esquina pues estaba más cerca, la compra sería secreta, el pintor pagaría, un tinto y algunos aperitivos para calmar ansias a un Neruda que del humo ya había huido, también para la señora un café distinguido, para Gala un licor hecho de miel y olvido y para Dalí, una butifarra y un par de huevos cocidos. Lo miró y sonrió Neruda alargando en sus labios una rima, pensó en aquella señora y la sintió poesía, se le acercó, le dio la mano y un “gracias” le susurró. Preguntado por el por qué, Neruda respondió: por primera vez sobre otra soledad escribiré porque ahora en mí no la sentiré sino en usted. La abrazó y continuó: Es todo un amasijo de versos, yo solo correctas letras les pondré, los ordenaré, de sus ojos el sentimiento robaré y de su alma ese libro, en el que los escribiré.
              Aquella anciana lloró. Su soledad sería pintada y escrita, tratada como reliquia por los más grandes, asumida como vida y también besada cada día en el rebozo de Gala o en la caricia que le había dado aquella redonda panza. Por primera vez el pintor y el escritor una ajena soledad profunda olerían, en lienzo y hojas la plasmarían. Dalí en un gran huevo escondió su tiempo para poder llenar aquel lienzo y Neruda tomó otra vez su pipa, su tabaco y todo su genio para poder escribir aquel sentimiento.
             Y el espejismo se diluyó.
             Hay soledades que nos rebasan. No es fácil entender una soledad cuando no es la tuya, a veces a lo ajeno cerramos miradas y alma, decimos que no comprendemos pero cuando nos toca…el grito roza el cielo.
             Por cierto Dalí no dejó el lienzo en blanco, lo llenó de colores, sensaciones y dobladas emociones… y Neruda, escribió el libro más largo.



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