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viernes, 9 de noviembre de 2018

EL PUEBLO DE LA GUERRA.



                Es profundo el miedo y liviana la esperanza. Extraña el timón su barca, el pueblo un viejo tiempo, la tierra su agua y el cielo aquella lluvia que entre vientos, escribía día con día, la poesía de una añoranza.
                Pasea entre piedras el río mientras un viejo puente lo cruza erguido y con sumo tino. Como siempre en cada alba su espejo mira, medita y piensa, cada gota cuenta y  abraza su caudal, con delicada paciencia. Recuerda ciertas miradas que un día en aceite lo pintaban, aquellas voces que en sus manos lo acariciaban, unos niños que de tanto en tanto sus nenúfares le arrancaban y también aquel pueblo que entre sus paisajes, cada tarde lo fotografiaba. En el ocaso se relamía porque la naturaleza lo dibujó como línea, al horizonte permiso pedía, juntaba cielo y mar, también sus burbujas con viejas espumas y cuando el Sol se iba, de la Luna era su guía. Pero ahora lloraba: de los árboles cada seca rama, de aquel paisaje tanto verde que ya nadie en un lienzo plasmaba, de su agua esa pureza que tanto extrañaba y de aquel pueblo, todas y cada una de sus calles abandonadas.
              Soltaba la margarita una enredadera desde su balcón, el alfajor su  dulce receta, el cántaro su agua, la pared su fachada, y el olor se despegaba desnudo exhalando el sabor de aquella tierra, yerma y sin alma. Un ladrillo cantaba pretendida ignorancia sobre una acera cansada de antiguas pisadas, una basura lamía alcantarilla mientras una soledad hecha sombra agobiada por tanto sol, un árbol a gritos pedía. Blanco sobre blanco, arena sobre arena y lodo sobre fango. Pueblo bendito, abandonado, sin nada ni alguien, pintura olvidada, margen proscrito de un mundo alien, sabor a virgen naturaleza que un día encelaban hasta tus piedras. Fuiste víscera cultural en el vientre de la Tierra, sembradío de vagabundos poetas, utopía de navegantes y viejos proxenetas vendedores de leyendas, refugio de rocas en traseros de sabios y también hogar, de almas inquietas. Expiatorio escrito en cuero callado en antiguas manos, hiel de gargantas solitarias, deseo compungido de las penas del ánima. Hogar de artistas y críticos literarios, de políticos llenos de ideas arrepentidas, anárquicos que ahora fuman reliquias, maestros de doctrinas insípidas, lacayos sin tierra ni alegría y también de aquellos que en tu soledad, son capaces de escribir en sus vidas poesía.
               En ti vive la ignorancia sumida en el perpetuo silencio, esa que no habla porque de ser mirada sonroja de su boca cada palabra, esa que no respira porque el olvido llena su garganta, esa que explica tu soledad en cada gota de tus albas.
               Rincón de ubres y pezones salvajes, de leches solo mamadas por vientos que del norte nacen, de fríos que rasgan cada instante y de sabores que solo ciertas lenguas reconocen como ancestrales. Pueblo, bendito pueblo, que desde el cáñamo fuiste alguien, del bambú obtuviste tu imagen, de cada árbol tu historia y de la primera piedra tu memoria. Cantan las derrocadas paredes músicas y epopeyas, tus hilos de silencio las más grandes proezas, los sonidos escondidos esas palabras tatuadas en tus aceras y los venerados siglos, tus remembranzas y también, tus flaquezas. En la guerra fuiste destruido, por la sociedad olvidado, por el silencio oprimido y en la desventura, amagado de una sociedad que tiembla genocidio, cada vez que te recuerda en el exilio.
             Paredes olvidadas, literaturas en piedra grabadas que ni los nacidos de madre osan copiarlas. Oh, pueblo mío, escondido de vergüenzas y de otros con estirpes regias. Preferiste quedarte solo que ser copia del genocidio, quisiste ser ruina antes que oprimido, un refugio antes que ser vendido, un pueblo antes de ser de los miedos,  un amasijo. Y ahora solo esperas ese veinticinco de Enero, el día en que fuiste parido, ese día en que todos te daban brío, que te explicaban la mentira del libre albedrío, la sutileza de que en ti no vivirían almas en vilo, la realeza de un pantano junto a tu río y también aquellas promesas, de que tu riqueza, se perpetuaría a través de los siglos.  No los creíste porque siempre brujo fuiste, caliente calvado para los ogros, un venerado mago para los sin rostro y un calvario en la memoria, para los que osaron dejarte solo. Pueblo de mí, arranca de tus recuerdos las bicicletas, los bailes, la fiesta mayor, las reinas de tus primaveras, aquellas verbenas y también de tus árboles, cada una de sus cerezas. Arranca del olvido la certeza, de tu comida el sabor cuando la vigilia amanecía serena, de tus miedos tanta metralla incierta, de tu olor la realeza de tus aceras y del alma, la memoria de tanta fortaleza. No te sientas solo porque hoy, desde ti, estoy forjando mi experiencia.



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