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sábado, 9 de febrero de 2019

ATARDECER ROBADO.



           Dibujado y distinto, noble y variopinto, ocre en azahares, dorado en grosellas y atrevido entre agaves, almizcle soñado, un poema por el cielo recitado y dulce sobre tu cuerpo, como almíbar aterciopelado. Atardecer robado, un regalo a tu lado, saboreado en la brisa del océano, olido en arena dentro de cada grano, vivido y a tus cabellos enredado, probado por mis labios, siempre a tu sudor pegados.
           Caliente nadaba sobre un horizonte difuminado, cada ola encelaba de aquel atardecer su color deseado, oro sobre tu espalda, granate en tu sangre, rosado sobre tu cara y blanco en el primer gemido, que tus dientes respirara. Ya las gotas de su brisa entre tus senos relucían, un atrevimiento pedías, quizás una osadía, ser tocada con la inquietud de mis caricias, sobre tus pies y entre los dedos, por tus piernas y en tu vientre con pasión ardiente, dentro de tu boca y por todo tu cuerpo, hasta que aquel atardecer, se durmiera por completo.
           Gimió un viejo viento acicalado por tu cara, también un rocío pegado de una antigua mañana, aquel geranio que dejó su balcón y caminó ermitaño, el vaho de mi aliento tocado entre tus labios y la humedad de mi cuerpo cuando sentiste su cálido abrazo. Despertaste una mirada, una profunda ternura, el cariño de un hada y la sonrisa más deseada, cuando mi suspiro te susurró al oído que en aquel atardecer, serías amada.
            Viajó la nube más cercana, deshizo su algodón sobre nuestra playa y desplegó el lienzo de una ilusión, que en sueños nos acariciaba: el caballito de mar caminaba, una vieja caracola escondida nos miraba, una almeja se sentía reina, la estrella de cinco puntas volaba y todo el paisaje se relamía, con aquella dulce marea que desnudos nos abrazaba.  Copos de sal imaginaciones cristalizaban, en tu regazo mi espuma una y otra vez salpicaba, entre besos nuestras bocas poesía recitaban, el cuerpo se erizaba, el alma cantaba porque en el sentimiento eran tus ojos quienes mandaban, en el deseo mi lujuria y en la pasión el arte esculpido, de una ternura.
            Queríamos más, necesitábamos amar, rebozar en aquella arena cada poro de nuestra beldad, exprimir cada lágrima que del deseo era mar, copular amor sin parar, estremecer el espíritu más allá de la eternidad, escribir esa pasión que nos fundiría en ansiedad y sembrar una semilla, que germinaría por siempre viva en el recuerdo de un atardecer, que nos atrevimos a robar.


          

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