Dibujado y distinto, noble y variopinto,
ocre en azahares, dorado en grosellas y atrevido entre agaves, almizcle soñado,
un poema por el cielo recitado y dulce sobre tu cuerpo, como almíbar
aterciopelado. Atardecer robado, un regalo a tu lado, saboreado en la brisa del
océano, olido en arena dentro de cada grano, vivido y a tus cabellos enredado,
probado por mis labios, siempre a tu sudor pegados.
Caliente nadaba sobre un horizonte
difuminado, cada ola encelaba de aquel atardecer su color deseado, oro sobre tu
espalda, granate en tu sangre, rosado sobre tu cara y blanco en el primer gemido,
que tus dientes respirara. Ya las gotas de su brisa entre tus senos relucían, un
atrevimiento pedías, quizás una osadía, ser tocada con la inquietud de mis
caricias, sobre tus pies y entre los dedos, por tus piernas y en tu vientre con
pasión ardiente, dentro de tu boca y por todo tu cuerpo, hasta que aquel
atardecer, se durmiera por completo.
Gimió un viejo viento acicalado por
tu cara, también un rocío pegado de una antigua mañana, aquel geranio que dejó
su balcón y caminó ermitaño, el vaho de mi aliento tocado entre tus labios y la
humedad de mi cuerpo cuando sentiste su cálido abrazo. Despertaste una mirada,
una profunda ternura, el cariño de un hada y la sonrisa más deseada, cuando mi
suspiro te susurró al oído que en aquel atardecer, serías amada.
Viajó la nube más cercana, deshizo
su algodón sobre nuestra playa y desplegó el lienzo de una ilusión, que en
sueños nos acariciaba: el caballito de mar caminaba, una vieja caracola escondida
nos miraba, una almeja se sentía reina, la estrella de cinco puntas volaba y
todo el paisaje se relamía, con aquella dulce marea que desnudos nos abrazaba. Copos de sal imaginaciones cristalizaban, en
tu regazo mi espuma una y otra vez salpicaba, entre besos nuestras bocas poesía
recitaban, el cuerpo se erizaba, el alma cantaba porque en el sentimiento eran
tus ojos quienes mandaban, en el deseo mi lujuria y en la pasión el arte
esculpido, de una ternura.
Queríamos más, necesitábamos amar,
rebozar en aquella arena cada poro de nuestra beldad, exprimir cada lágrima que
del deseo era mar, copular amor sin parar, estremecer el espíritu más allá de
la eternidad, escribir esa pasión que nos fundiría en ansiedad y sembrar una semilla,
que germinaría por siempre viva en el recuerdo de un atardecer, que nos
atrevimos a robar.
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