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viernes, 1 de febrero de 2019

ERÓTICO ROCÍO.


           Tostaba un pedazo de pan sobre la brasa de una vieja leña, le pedí a una oliva que exprimiera su jugo en cada migaja, a un ajo que las acariciara y a mi boca que las ensalivara, como delicioso manjar de hadas. El tinto hizo el resto, desde aquel porrón me atravesó erecto, en su mosto saboreé el cielo y con la mirada perdida en cada viga de aquel techo, dejé que un sueño me absorbiera por completo. Se desparramó la noche entre las sombras de un humo perfecto, gritó mi soledad su postura más irreverente, abrí la ventana, también la cortina que tapaba su persiana y caminé despacio por un aire que me envolvía caliente y lleno de una extraña ansia. Tanta oscuridad desvaneció mi mente, el recuerdo cayó, la memoria cada neurona tiró, solté riendas a la imaginación y entre tanta bruma, una calle apareció.  El pensamiento la abrió, con ganzúa pues la llave no encontró, mi corazón aquel hermoso paisaje latió y fue entonces que un atrevido deseo, le pidió a mis huellas que no fueran cobardes y que en aquel extraño camino, plantaran sus pies y también su coraje.
           Abrí la puerta del tiempo y en su portal senté mi silencio, estaba lleno de relojes y manecillas cubiertas por un polvo cansado y quizás algo viejo. De repente me cautivó un reflejo, un espacio sin pliegos gemía su distancia a lo lejos, una extraña niebla lo llenaba denso, no había maderas taladas en invierno, tampoco crepitaba ningún leño, solo una espesa resina que lo resbalaba por la espalda y que ahora se pegaba como ámbar, sobre la palidez de mi cara. Enfrente se abrió un parque, lleno de hojas y bancas, de otoños caídos, de pacientes viejos divinos y  de algunos niños, que ahora no jugaban ni mostraban sus gritos. Aquel parque pensaba sus olvidos, aquellos vacios que entre sombras una y otra vez lo habían recorrido, esas miradas que un día lo respiraron verde y que ahora lo tenían sentenciado, en un retiro ya jubilado.
             Y despertó el amanecer, a un rocío estaba pegado, sus labios eran de agua, su piel tersa como mármol de carrara, su mirada tierna como nube pintada y su fragancia algo traviesa pues olía a rosas, jazmines y también a dulces manzanas. Era un rocío extraño, un tanto humano, a la vez vestido y desnudo, seguro y despistado, por el viento acompañado y con un aliento abrazado en cada puño de sus manos. En cuanto me vio una sonrisa dibujó, giró su cara y detuvo mi saludo con una prisa que salía de su alma, dejó caer sus gotas sobre cada árbol, suspiros sobre cada portal abierto desde temprano y con una sutil elegancia, cruzó los brazos en su espalda y sobre aquella vereda, caminó erguido y en calma.
             Desde el parque nos miró una vieja banca, rodeada de palomas blancas, algunos celofanes que todavía respiraban a caramelo de anciana, un par de colillas bien exprimidas y entre sus forjados hierros, un pequeño caracol  recorría despacito aquel frío, con toda su baba. Estaba limpia, no tenía heces tatuadas ni hojas secas sobre su estampa, tampoco pedacitos de caídas ramas. El momento se mostraba tenso, le pedí al rocío que a mi lado sentara su trasero, de reojo preguntó, de mi aliento salió un gesto, de su boca un mojado silencio y con el primer viento a mi lado sentó, su olor más travieso.
              No habló, tampoco yo. Sentía que una humedad me vigilaba, que desde otro cielo alguien me observaba, abrí mis manos y se llenaron de nostalgia, de cada poro salió una lágrima y en su sal se cristalizó dulce una gota de agua, también en mis ojos y con la mirada empañada comprendí, que aquel rocío me amaba. El tiempo pasó página, el deseo rasgó tiras de piel en aquella banca, aquel rocío en mujer poco a poco se transformaba y mi hombre, erotizado por aquella seductora fragancia, tenso despertaba. El sueño se desvistió en mujer, su latido desnudó cada miedo, la caricia me prendió perverso y en el primer suspiro arrancó de mí, todos los pecados que de ajenos infiernos, guardaba muy dentro. En su aliento la gemía, en el vaho mis dedos una pasión escribían, cada una de sus prisas en mi pensamiento eran lamidas, también esas humedades que apenas contenía y cuando la mano atrevida desabrochó mi camisa…le ofrecí mi cama, mi vida, los besos que ya destilaban mi saliva, también algunos versos y toda, toda mi poesía. De ella tenía ganas, de su hermosura y de cada curva, también de su boca y de cada gota que de mí, hoy caminaría erecta por las entrañas de un rocío, que era mujer y de mi música, la más erótica de las notas.
             Y en aquel parque la hice mía, dentro, muy dentro, abrazado por su caliente melodía, poseído por aquellos labios que un día fueron guardianes de su virginidad y  besado por esa miel que solo mi cuerpo en su piel, era capaz de libar.  Surcaba su cielo mi mar, chorreaba ardientes chispas la cera en cada deseo hecho ansiedad, sufría el sentimiento porque en la carne se quería expresar, también el latido cuando en su sangre quería caminar, mis pestañas porque en cada mirada  una poesía querían recitar y toda mi alma,  porque en su historia quería escribir ese capítulo, que jamás, iba a olvidar. Dentro, muy dentro, perdido en lo perverso de los sentidos, como parte de su cariño, niño y cautivo de su ritmo, de la Luna y el destino, de esa pasión desbocada que me atrapaba en su paraíso…de ese sudor que en el amor era una y otra vez, bebido y permitido.
              Su contorsión era suave y perfecta, la recorría completa, caían tullidas las hojas de mil ramas sobre aquel parque proxeneta, aquella banca gritaba, cien ventanas cerraban cortinas y persianas, solo estrellas nos miraban  y entre cien lunas, diez mil cometas humedecían sus estelas y también se desnudaban. Dentro, muy dentro, irreverente, perdido, libre y completo, sin miedos ni falsos vientos, con toda la energía del hombre que despertó tenso, disfrutando a esa mujer que fue capaz de desnudarme en su cariño, con un solo dedo.
               Nos mostró el silencio un atrevido sigilo, lleno de gemidos y gritos, de orgasmos y eyaculaciones permitidas en traviesos escalofríos, de eróticas trampas que como río recorríamos sin pausa en nuestra piel y también sobre cada sentido. Lloraba profundo cada aliento, me sentía abrazado por puños de sentimientos, por ese intenso fuego que recitaba su cuerpo, por tanto cariño que me mantenía inquieto y perverso, por esa suave dulzura que exprimía con ternura hasta la última gota de mi erecto miembro. Dentro, muy dentro, con toda su vagina abierta, mojado desde mi vientre hasta la cabeza, ungido por tanto jugo que de ella era un precioso néctar, erotizado hasta lo más profundo…amado y deseado como nadie jamás, se había atrevido en mi mundo. Dentro, muy dentro, no me quería salir, en ese abrigo quería vivir, en ella todo erizado quería morir porque no habría otro amanecer, que un rocío clavara, tanta huella en mí. Con dulzura la vestí, que me acompañara le pedí, toda se empapó en mí y camino a casa le expliqué que su destino, siempre estaría en mí. El parque nos miró, el otoño en su ocre se despidió, el viento se deslizó y nos dijo adiós, un arrugado celofán en caramelo otra vez se convirtió, me sonrió la banca y no pudo aquel caracol, ya que de tanto calor,  yacía hervido en su propia baba.               
              Le ofrecí una taza café, con duda me miró, lo probó, pero era tanto el calor, que en ese vapor, toda se desvaneció. Solo una gota dejó, la más tierna y clara, esa que es sudor en cada alba, entre mis brasas una chispa de añoranza, en mi taza la memoria de un erótico sueño en aquella banca y en mi alma una lágrima de amor, que desde entonces cada mañana,  recorre sin prisa el cristal de mi ventana.






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