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jueves, 25 de octubre de 2018

EL BOSQUE DE LOS MIEDOS


              Llovía encarnizado el cielo amarrado a la enredadera de un inquieto infierno, escribía el abeto sobre su nieve y se abría, en un mil hojas de dulce perfecto. Escombraba el viento la hojarasca de aquel silencio mientras una nube tejía  sus algodones entre extrañas plantas y uñas de roedores. Le preguntaba el mono a un hombre el por qué de su ignorancia, un cabello se resistía y tomaba por asalto en cualquier cabeza sus esquinas, las lenguas eran bípedas y las retinas verticales de color negro ceniza. El tiempo no existía, el bosque en las sombras vivía, el azufre de hidrógenos se envolvía y un olor a sulfuro persistía, sobre cada huella de cualquier vida. Era la cadencia del no espacio la que existía, una pedazo de conciencia dormida, ese agujero de gusano que de ajenas materias vivía, todo en un bosque tan ufano que era averno y lo sabía. Lo abstracto con el correcto pensar competía, la mano abierta con su puño cerrado, la religión con su propia herejía y también el ser, con el humano y  tanta soñada utopía.
             Entrar en él nadie se atrevía, ni el cielo ni el día, tampoco la Luna y mucho menos de la memoria su carestía. La elegancia no se vestía, el musgo gritaba que la humedad era vida, el hongo que la oscuridad era su poesía y cuando el río venía, gemía el nenúfar entre burbujas, toda su hipocresía. Las arañas iban y venían porque sus telas ya no las sostenían, el juglar cantaba su agonía y entre valles, el verde de su pasto renegaba y jamás de él se ufanaba. Era el último día, un amanecer único para quien esto escribía, un aire encontrado en falsos abrazos, un rocío competidor de brisas, quizás una alegoría que hecha historia, por la ignorancia era aprendida.
           Ante todos, descubrió la Tierra su seno, el volcán se quedó boquiabierto, el caracol sudó más baba en su empeño, el gnomo fue descubierto cuando a su pezón se prendió erecto y el grillo calló, cuando una suave melodía su fallido cantar le explicó. Todo era mosto, ese que pisado descalzo, ofrece reliquia al pasado, ese que frotado sobre madera explica al tinto un tiempo pasado y por qué un día fue de su tierra desposado, ese que lee en cada papila del conquistado,  el que resbala en la garganta del procesado, el que bajo vientre le dice al estómago que de embriaguez será sentenciado porque siempre la historia la escribe el vencedor y jamás, el condenado.
           Y llegó el tiempo del mono, del alacrán y del otoño. Cambió la hora por negocio, escribió ocio el periódico, todo era insubstancial y a veces demasiado metódico. La Tierra desvestida todo veía, no comprendía pero ahí seguía, su piel humedecía, en hormonas y feromonas sobre cada musgo se desinhibía, en besos y caricias cada una de sus prosas componía y cuando dormía, era el ángel que siempre en vigilia, su poderosa arpa sostenía. Y lo último ya no fue día, tampoco noche ni fe en ninguna ideología. No hubo tiempo, tampoco espacio, una densidad se atrevió a flotar, un mar a volar, el viento a descansar y cuando el hombre su paz veía llegar…un gran libro en el cielo se abrió, de par en par.
          Era el libro de todo lo escrito y lo leído, ese que siempre la historia había transmitido, con leyendas y ofrendas, con hipocresías y verbenas, también lleno de cuentos y muchas penas. Lo enterró el olvido en aquel bosque, bajo los musgos ocres y encima de petróleos nacidos de extrañas ubres y óleos mediocres.  Revivió el universo al druida más extraño, a ese que venía de lo lejano, el que no tenía barba ni era mago…ese del que jamás nadie escuchó y nada nos recetó. Era un Druida como los de antaño, lleno de pócimas para arreglar cualquier mal de ojo resbalado, respuesta eterna a los que habían mal enseñado y un gran abrazo para los mal aprendidos, que del sistema habían siempre bebido. Pidió dos mandrágoras, el alma perdida de una serpiente preñada, el fuego fosilizado de un dragón odiado, la quinta hoja de un trébol cansado, el diente de un elfo, la parte roja del corazón de un poseso y un pedazo de cielo, en el instante en que el mar, el Sol y la Luna, bailan danzas en celo. Todo era perfecto, la marmita hervía, cien brujas a su alrededor se desvestían, viejos amantes gemían, almas en pena llegar no se atrevían, una estrella escribía y una dulce tempestad, sin viento ni lluvia, todo veía.
           La rima era divina, soledades reían compungidas, tristezas adivinaban estelares poesías, los sentimientos lloraban de alegría y de tanto en tanto, una boca sentía que también labios tenía. Llegó el tiempo del amor, del mar en su inmensa categoría, el tiempo del aliento cuando del vapor de un corazón nacía, el del hermoso latido cuando en otra alma escribía y por siempre el del humano cuando por fin supo que de las estrellas venía. Y llegó el día en que ese bosque se llenó de agua y más agua, de verdaderas elegías y poesía, de vírgenes estrellas y también de hombres que sin miedo, la verdadera historia escribían. Esa historia que amaba la vida, la describía como nadie lo hacía, cada elemento, cada día y también cada hipocresía. Murió ahogada, quizás en el agua o en lo que quedaba de miedo en la raza humana, sin saber que por siempre sería recordada, buscada y hasta la saciedad reclamada. Por muy pocos fue leída y venerada, por muchos como testamento hablada y por algunos, hoy perseguida, porque saben que en esa Historia, está la verdadera explicación de nuestras vidas.
            Todavía vivimos en el bosque de los miedos, en un sistema lleno de engaños y silencios, en una red que más que un mundo, es un sublime cuento.
         

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