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martes, 30 de octubre de 2018

MELANCOLÍA



                      Siento la rareza del silencio, esa pluma cargada de tinta, esa punta ardiente que escribe y rasga sobre la membrana de mi alma desquiciada. Cada letra salpica en mi sangre, cada coma detiene de mi vida su esperanza y cada tilde me dice que su escalofrío es de la melancolía su gran parte. Despierto en vacías miradas en una gran nube fijadas, camino sobre piedras y ni siquiera una lágrima atraviesa mi cara. El espacio envuelve encogido, mi vientre, mis piernas y también ese temblor que en cada poro pende y explica mis ansias. El aliento no es permitido, el pensamiento por otros es elegido, la imaginación vuela coja sin color ni sentido y cuando cierro mis ojos ni mi cama ni su almohada me dan cobijo.
                      Es menester comprar del cielo su abrigo, del humano saber a qué ha venido, del tiempo ser su fiel enemigo y a través del hambre por aprender, caminar ese viejo libro que el Universo tituló destino. En la melancolía nos sentimos parte y poco arte, no encontramos pincel que en nuestra tristeza su color resbale ni cincel que perfecto esculpa en cada uno su viaje. No hay fachadas blancas ni rocíos que empapen cerradas ventanas, tampoco verdes entre montañas ni esas nubes que en el albedrío de nuestras formas, nos digan que podemos crear un nuevo mañana. Nos abrazamos a músicas de acordes salidos de ajenos lodos, del fango de unos recuerdos que nos ahogan movedizos y pegajosos, melodías que por añejas ya no tienen sostén ni saxo que las exhale ronco y que nos empeñamos en sentirlas una y otra vez, como parte de un equivocado tesoro.
                     De por sí el amor sólo no existe, lo creamos al sentirlo, cuando lo emocionamos, al poseerlo desde el  sentimiento guardado, al sudarlo, al gemirlo, en ese teléfono que jamás su llamado podemos dar por acabado, en esa mirada que nos hace mas divinos y menos humanos, en ese poder de creación que tenemos sembrado en el fondo de nuestra alma y que por ignorantes, tenemos abandonado. También la melancolía es parte de ese legado, sus formas dibujamos, sus lágrimas pintamos, la vestimos de algodones e hilos del pasado, le abrimos nuestro corazón y le susurramos que es vereda para sus amaños, que sus huellas en él son necesitadas y a veces regalos, que de su pobre alma queremos estar, por siempre preñados.
                     En la melancolía vivimos, pegados a un pasado que nos aparta del sueño ansiado, de ese derecho a respirar nuevo que tenemos como humanos, de ese poder de reinventarnos cada día como parte y arte de la Fuente original que nos ama demasiado. Somos creadores, de luces y colores, de vida y de exóticos sabores, de naturaleza y de cálidos olores, también de miedos, sombras y resquemores, de malas ideas e inútiles rencores, de conciencia y de maravillosas imaginaciones. Porque más allá de nuestras flaquezas como hombres, somos poderosos y creadores, capaces de todo y de nada, de escribir caricias y también de apuñalar por la espalda, de tatuar besos en boca o de dejarlos sobre una tumba en una rosa desahuciada, de protegernos en una música vigorosa o en aquella que nos llena de sentimientos vacíos y que de la melancolía es su prosa. Somos diferentes y por eso en el libre albedrío nos conocemos, tomamos decisiones y damos consejos, ayudamos y en él, nuestro fallecer también escogemos, lo respiramos y a través de él, día con día, lo que somos, creamos.
              Despierta porque eres semilla abierta, la germinación última y primera, esa voz del origen que en tu alma siempre reverbera, ese silencio que huye de la melancolía y crea a su alrededor, eternas primaveras.



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