Le robé una nube al cielo, la pegué a mi
vida y cada día le imaginaba una forma distinta. En su algodón dormía, en su
vapor mi alma desvestía y en su textura, despacito y con exquisita ternura,
cada noche escribía. Mis velas prendía, ella se reía, dos copas llenaba pues
ella también quería, de media luz mis paredes esculpía y con dos varas de
vainilla, quemaba ese incienso que mi nube conmigo olía.
Le robé una nube al cielo, la
más blanca, también mi preferida, esa que hasta el arcoíris atravesaba cuando
disimulaba distraída, esa que el Sol tapaba y esa que era cómplice de la Luna,
cuando en mi piel la humedad de una mujer resbalaba. De mi poesía era creadora,
en ella vivían musas y tintas tentadoras, hadas y rimas deliciosas, también sílfides y
algunas sombras aterradoras, helechos,
gnomos, mandrágoras y druidas que en sus pócimas adelantaban el tiempo en sus
horas.
Le robé una nube al cielo, la más hermosa, la
que inventaba colores entre prismas de rosas, esa que guardaba lluvia y besaba
cada una de sus gotas hasta que al reventar creaba vida y no otra cosa. Del
cielo era la ubre más erótica, ese seno tierno de pezón siempre erecto, esa
aureola que dibujaba las estrellas del Universo, esa caricia que en boca
susurraba el más profundo amor en cada uno de mis besos. Era suave y ardiente, conmigo siempre
concupiscente, del amor el conocimiento más insistente y de mi sudor, ese
escalofrío que en él, nace inherente.
Le robé una nube al cielo, la que
nadie quería, la más sola, la que de su
vientre crecían caramelos y amapolas, la que me gemía de noche y le gritaba al
cielo en cada una de sus horas porque de él quería ser la más perfecta y de sus
entrañas la más inquieta y primorosa. Era refugio de cometas, guardadora de los
secretos de las estrellas, también de sus destellos y cuando dormía, sus
anhelos exprimía y sobre mí se vaciaba toda. Era maravillosa, un libro con sus
hojas hechas de carne en prosa, una leyenda que tenía escrita mi historia y una
alcancía llena de aquellos recuerdos que de otras vidas, explicaban hoy, todos
mis silencios y memorias.
Le robé
una nube al cielo, la más sabia, la que siempre trae agua, la que se convierte
en nieve o calma cuando le da la gana, la más generosa y de la Tierra su sombra
más esperada, la que siempre está, la que no le importa si es de noche o
incipiente alba, la que siempre me acompaña en las buenas o en las malas, la
que ahora vive en mi alma y me seguirá cuando trascienda, a una vida más
lejana. En mi tumba le daré la mano, de su ternura me llenará, será vereda y
camino en el paso al más allá, esa luz que guiará mi destino, ese regalo de
algodón que envolverá mi paraíso, esa nube que robé y huele a eterno divino.
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