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domingo, 17 de noviembre de 2019

ESCOGÍ PARA TI UN PEDAZO DE CIELO.



               Escogí un pedazo de cielo, conmigo lo dormí, a una estrella luz le pedí y a un viejo planeta la experiencia de un vivir. La noche se plegó sobre mi, ni siquiera al viento un susurro le permití, cerré la ventana, al tiempo puse en pausa, dormida estabas en mi cama y a una caricia lo imposible le pedí: que fuera tersa y suave, que sería la primera y por ende un poquito perversa, que primero oliera, que después dejara de ser quimera, utopía o un vago escrito de alguna hierba que entre albures la llamaran poeta. También le pedí honestidad, que fuera calibrada en su andar, con un  poco de humedad y ese calor que solo los pajes a su reina deben dar.
              Oculta estaba su espalda entre las sábanas de mi cama, con un ligero movimiento las puse a andar, le pedí silencio al colchón, un momento al edredón y mucha paciencia a una sabana que pegada,  acariciaba por dentro todo su pezon.  Despacito la desabroché botón a botón, cada hilo y cada seda que en la etiqueta era nombrada como lino o un importado rayón. Me regaló su espalda, tersa y suave, deseo en carne, lisa, sin anclajes, de una pieza y rebosando la sal de mis mares. De ella me enamoré, despacito mi pecho le pegué, una ola rumoreó un aliento a café, pero ese amanecer solo estaba por nacer. Pensé y no me demoré, le dije a mi caricia que había un  querer, que sobre su espalda se posara, que no tendría frío y tampoco calma, que su osadía mostrará y que poco a poco todo ese erotismo, para mí retratara. Y así lo hizo, fotografió aquella espalda, poro a poro la recorrió con calma, la olió, la saboreo, de un hermoso sudor se impregnó y cuando le dije que terminara, ella siguió, y siguió y siguió. Tanto siguió que mi cuerpo todo se empapó, de mi caricia y de su espalda….tanta seducción, tanta excitación, esas pequeñas contorsiones, ese almíbar que dejaba mi hombre sin nombre y a mi piel sin un poro que en su lumbre fuera noble.  Le dije a mi caricia que conmigo viniera, pero ella se pegó, como lapa y como tren a su vía, no me oía, solo su latido sentía y era tenso y terco como hambriento oliendo a pan recién hecho. Decidí despegarla cuando ella difuminó su espalda, se dio la vuelta y un hermoso cielo ante mis ojos se desempañó como vaho en cualquier alborada.
         Ante mi mirada mostró su torso, bello y muy hermoso. Mi caricia no se atrevía ante tal osadía. Le dije que era mía, qué haría lo que yo quería. Tomó mi mano, se posó en su pezon erecto y muy humano,  lo acarició con tesón, con avaricia, con esa posesión que un hombre en sus letras hubiera dibujado, con esa humanidad celo de cualquier vanidad, con esa suavidad envidia de cualquier lana en Navidad…con esa elegancia que solo el amor vestido de cariño puede dar.
          Le pedí una pausa y no me la daba, un momento porque mi cuerpo tregua pedía con ansia, un instante para que mis labios una lengua recordaran, un segundo para tragar saliva en lo más profundo de mi garganta. No quiso, tampoco yo quería, su cuerpo era ara, aquellos sueños relucían en pasión más que deseada, aquel vientre temblaba y sus piernas cerca de mi, vibraban y vibraban. Mi caricia me desobedecía, le di libertad a lo que hacía y más profunda la sentía,  húmeda, mojada me latía, entre sus piernas, en sus axilas, entre sus senos, sobre sus labios, entre sus sienes y también empapada en su mirada, que de cerca me decía,  lo mucho que me deseaba.
         Escogí para ti un pedazo de cielo, en caricia lo convertí, todo tu cuerpo con ella recorrí y ahora que no te tengo,  algo comprendí: la caricia se fue, se fue a su cielo como parte de otro Universo, ahora es cometa, un sortilegio que brinca entre estrellas, un destello que en la luna es poeta, un juglar del viento, una estela que impregnada de tus cabellos,  grita y grita que quiere regresar porque en ti descubrió, su verdadero cielo.

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