No se
atrevió el cartero y aquella carta caminó sola a su casa. Abrió la puerta un
viejo perro, la tomó en su boca y como periódico envuelto la dejó entre las
zapatillas de su amo. Cantó el amanecer
un ocre y cansado canario, el gallo miró de reojo una Luna y acarició su
gallina mientras un gato buscaba desahogar sus fantasías en cualquier pecera. Se
preocupó el tiempo, el cielo pensó, una vieja nube encogió su algodón y lloró
generosa un manto de lluvia. Permeó en
alto porcentaje la humedad, empapó de gotas aquella casa, el Sol se atrevió y
mostró incandescente sus destellos de fuego, un intenso vapor llenó el aire,
abrazó con fuerza aquella alfombra… y la carta se abrió.
Olió
el perro aquellas letras, el canario calló, el ambiente se abrigó y la gallina,
de frío cacareó. Impaciente por sus zapatillas, arrugó el amo aquel papel
extraño, empapado y ensalivado por su consentida mascota, con él su basura
llenó, anudó la negra bolsa y a un lado de su puerta la dejó. Exhaló su amor
aquella carta y en la pretensión de ser leída, dejó que su firma, un grito
soltara. Sonó un dulce eco entre las
paredes de aquel portal, un mendigo se acercó en busca de un seco pan, abrió la
bolsa y la carta a sus manos brincó, se pegó a sus dedos y por más que de ella
se quiso deshacer, no lo consiguió. De ella salieron una por una sus letras,
sus puntos, sus tildes, sus comas y sus versos, también sus razones, sus deseos
y aquellos sentimientos que por intensos un día la escribieron. Sintió aquel
hombre que estaba poseído en un romance que no era suyo, en unos deseos que jamás
había tenido y en una pasión tan incontrolable que toda su espina dorsal se
arqueó en un alucinante escalofrío. Caminó calles, miró su norte, abrió una
mano al cielo y la otra se hizo puño, no entendió, no supo respirar tanta
delicia, no quiso mirarla de frente…porque nunca a leer, aprendió. La sintió
profunda, pensó sus emociones, soñó aquellas escritas imaginaciones, desgarró uno
por uno sus anhelos y la vivió…deseó, amó, pero no pudo recordar. Su vida siempre
respiró soledad y quizás aquel portal, que un día fue cuna, hoy sería una
oportunidad.
Miró
con desafío su cielo, comprendió que del vacío nació y que aquella carta estaba
desnudando su vida interior, una vida estudiada, meditada y jamás comprendida. Se
desbarató la ceniza en la inconsistencia de un recogido cigarrillo, fundió
ceras una vecina vela y caminó sus prisas el tiempo en el espacio de su alma. Voló
intenso un sentimiento entre las sábanas de aquellas letras y crujió el dedo su
hueso en el puño de la esperanza. Se diluyó el bosque en su noche y resurgió el
maldito laberinto de las emociones, despechó la soledad su silencio, fluyó
quedito el caliente aliento entre sus labios y un suspiro siguió esculpiendo
cada grieta de su alma. Arrancó una tristeza pedazos de insomnio, no se atrevió
una lágrima y la mejilla tembló, el ojo se cerró y nadó la mirada entre los
blancos y tibios grises del sueño. Sudó la piel su nostalgia, abrió el poro su
deseo, escribió sus tildes el miedo y un oscuro frío abrigó de hiel su corazón
errante.
Cicatrizó una perdida melodía de calle la recordada música de aquel
escrito amor, el aire envidió caricias, las ventanas olvidados rocíos y una
imaginada almohada, el olor de aquellos descritos cabellos. Creció intenso el
deseo, se desbarató dulce el sentimiento y la ternura se llenó de sueño. Del
interior sintió correr su niño por una ilusión, la vida necesitaba reescribir
su historia, el sabio destino poder comprender aquellas letras y aquel hombre,
firmar en su libro, que fue leyenda de un amor perdido. Sonó lejano el violín
de un estremecedor pasado, gritó ronco el saxo en su cueva de alcohol y tabaco,
olvidó el piano su playa y se perdió la dulce flauta entre las alas de
cualquier ángel. Gimió profunda su alma, latió su rutina el corazón, lloró el
anhelo aquella ilusión mientras el fundido chocolate bailaba espeso en una
espalda dibujada, en quien sabe qué esperanza.
Poseído por aquellas letras, renació virgen el himen de su espíritu,
contorsionó la sensibilidad cada vello de piel y entre melosas sombras, cabalgó
desnuda, el ansia por sentir un abrazo. Discutió olor una añorada fragancia y
una seca saliva derramó un pedazo de vida entre las comisuras de la nada. Aquel
hombre sintió sin poder leer una carta que no le correspondía, un amor que el
destino no le había escrito y un calor de portal que desde su cuna no había
conocido. Durmió y al Universo se pegó, soñó y su alma se abrió, vió, su
corazón de luz se llenó y una sensación vivió: le pidió el cielo al escultor
que de piedra lo hiciera, la Luna al pintor que de aceite la mimara, el mar al
viento que de olas lo llenara y la Tierra a su horizonte que de ilusión se le
pegara. Encendió la musa una pequeña luz, un hada lo cuidaba y un viejo leño lo
abrazaba. Respiró el animal y sufrió el hombre, el alma lloraba y desvanecido, perdido
en sus latidos, su corazón sollozaba. Gritaba la rosa porque había perdido su
último pétalo y corría el jardín en busca de un nuevo paisaje. Se abrieron sus
manos y entre puños amarraron aire, soltó la garganta un intenso vaho, tembló
su lengua ese sabor a mujer y escupió su miel, el calostro de una sentida
humedad. Vagó perdido entre el más dulce de sus secretos, arrancó sus costras
la cosida intimidad y desmayó su hambre interior, el verso de tanta
profundidad.
Se
despidió la carta de aquel hombre, pero en él sus letras dejó. Convertida en
blanco papel, se arrugó y despacito en la negra bolsa murió. Despertó sus ojos
el mendigo, levantó su historia del portal y decidió amar. Dejó que un extraño leyera
el remitente tatuado en su mano y le contó cómo llegar. Imaginó y su barba
rasuró, se llenó de río y su alma limpió, frotó su cuerpo de pino y hojas de
jazmín, le pidió al cielo una nube prestada y con su algodón vistió su estampa,
mascó granos de café y una varita de vainilla, robó unas gafas y una pluma de
fina ave, caminó elegante y tocó suave la madera de aquella puerta. El amor
abrió, el hombre tembló, la poetisa entendió y lo escuchó: “un deseo quemó mi
portal, vibró el ansia y cada molécula comió de tu verdad. Soy lo que conozco
que fui, explico lo que siento, sin saber leo lo que escribes y recito solo, el
sentimiento que hay en mí. Robé aliento a la vida y en un suspiro de tiempo te
imaginé, dejé historias que el albedrío se llevó y cuentos que en mi mesita de
noche, jamás nadie me leyó. Juzgarme se atrevieron y ninguno de mis dedos los
señaló, golpearon mi cara y mi otra mejilla los tumbó, fui presa de un cazador
y de la jauría nació, mi libre pensador. Me refugio en el pensamiento, en el
dulce pesar, viajo en mi interior y respiro vida y profundidad. El destino, el
amor por años me negó, fui mendigo y un gran imaginador, pero siempre hombre y
soñador. Sentí tu carta como nunca la hubiera leído su destino, deshebré cada
hilo de cada sentimiento, besé cada uno de tus alientos y viví cada uno de tus
sueños. Solo te quiero amar en verdad, sentirte y poderte tocar”.
La
poetisa abrió su alma, desnudó su cuerpo, arrancó la camisa de aquellas letras
y dejó que sus besos llenaran de caricias cada vello de aquel ávido pecho. La
poesía se llenó de vainillas y fundidos chocolates, de fresas y cálidos
azabaches, de erizadas pieles y queridas humedades… tocó el violín una caricia
en cada dedo, la pureza prestó su pincel, el deseo pintó de sueño aquella
pasión, el sentimiento goteó en cada poro y el sudor se convirtió en miel. Las miradas
perseguían un te quiero dentro, los labios besos, la ternura su cielo y el
orgasmo su escondido y añorado anhelo… Y aquel hombre amó, tocó y por una carta
que jamás nadie le mandó…por fin, sintió. Desde aquel día, la poetisa escribe y
el mendigo lee su alma, el hombre ama y la mujer es acariciada, la Luna guarda sus
noches y el cielo los tapa, fluye pura la
esencia del sentimiento y el amor, ya no viaja en una carta.