Hoy empieza un año, un tal 2018 que
llegó para quedarse, que se desprendió del cielo para que un sueño empezara de
nuevo, para que una imaginación creciera y para que una caricia se inventara en
cada una de nuestras pieles. Un año todavía virgen, lleno de música y colores,
de promesas y juramentos, de visiones y emociones…de viento y de lluvia.
Lo trajo el cometa desde su infinito,
lo llenó de besos la Luna de la eterna ternura, lo arrolló en su regazo el Sol
del Creador y lo llenó de estrellas el paraíso del Universo. Nació entre sedas
y algodones de la nube más joven, mamó pechos y comió dulces calostros entre
alas de ángeles, bebió de la ilusión de los mares, creció despegando cien
horizontes y caminó solo, apartando las ramas del cosmos.
Llegó
a la Tierra a la montaña más alta, lo esperó el más sabio, soltó su manita y un
pequeño cabello de barba le quitó, en su puño lo vio y entre sus labios lo
besó: el año ya era humano. El sabio de frente lo miró y su aliento le dio, dos
mil dieciocho exhaló, tragó, suspiró y entendió: el año pensó. Se cruzaron las
miradas, un alma se abrió, el sabio se encogió, una tinta escribió y el año de
sabiduría se llenó: dos mil dieciocho aprendió. Mostró el anciano sus manos, el
vacío gritó, el precipicio saltó y el eco gimió: el año sintió. Abrió su mente
el sabio para que la historia se mostrara, rugió la leyenda, sonrió una
anécdota, vibró la nostalgia, lloró la vida no hecha y se convirtió en dulce mimo
la expresión de una libertad: el año adivinó, abrió sus brazos y en su regazo
de ternura arrulló a su sabio.
Bajó
de la montaña el año, raudo piso piedras, con su coraje atravesó ríos, nadó
mares, escaló edificios, pisó cien playas y le pidió al viento su tiempo, al
espacio su vacío y al hombre que convirtiera el aire en artificiales fuegos…y
las luces quemaron cielo, los colores truenos y los rayos sombras, bailó la
melodía con su piano, el jazz con su saxo, el juglar con su flauta y un violín
con una tristeza: sentaba un niño el
portal, tejía una anciana bajo ceras y un mendigo mostraba vacías manos al
resplandor de una farola…caminaba la soledad de casa en casa, desequilibraba
una balanza su comida y un cura repartía sermones que un estomago no llenaba. Viajaba
el político en su jet mientras un hombre sus zapatos pulía, lloraba un bebé
porque harto de comer tenía sueño y gritaba una boquita porque el pan no conocía,
mentía el pobre sus kilos mientras su vecino aparentaba lo que no tenía,
anhelaba la calle un sueño pero el sereno guardaba sus llaves, el amante fingía
su amor y el deseo su pasión…el violín tocaba y estupefacto, el nuevo año
miraba y miraba…y miraba.
Se
rebeló el año, el cielo absorbió fuegos y castillos, paró el tiempo sus
manecillas, se perdió el espacio en el primer negro agujero y el hombre se
paró, vió, se preguntó, se abrazó y no se encontró, reflexionó, arrodilló sus
bruces y cambió: la soledad dejó de abrazar su pared, el niño compartió, el pan
se conoció, el frío se tapó, el político viajó en burro y un perro lamió sus
zapatos, el cura mejor calló, el pobre abrió sus puños y el vecino tocó su
puerta porque dejó de aparentar. La calle reinventó su elegancia, el sereno
compartió sus llaves, el amante no fingió, el deseo humedeció su pasión y el violín tocó esperanza.
Dos mil dieciocho cerró sus ojos,
creyó que todo era verdad, que todo sucedió, que todo cambió y se atrevió.
Entre nosotros nació, nos abrazó, nos besó y nos preguntó: ¿en realidad, habéis
cambiado para merecerme?
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