Se contorsionaba el árbol en su viento, una
madriguera le preguntaba al frío y el hongo se arrastraba en ajenas humedades.
Aquella vieja casa ya sudaba siglos, sus paredes nostalgias y sus lámparas,
olvidados petróleos. Pintada de niebla y años, admirada por el cielo y el
musgo, guardada por cien arañas pendientes de sus telas y con cerradas puertas,
protegía al espectro de un viejo amante: un ser que no era hombre ni mujer, un
espíritu libre, un pétalo de luna y un alma poseída por el corazón del amor.
Era esencia y aroma, fragancia de tierra y ternura de lluvia, deseo de mar y
pasión de trueno…fantasma y amante. De blanca pureza y pálida semblanza en la
soledad, caminaba despacito sus jardines, quedito olía el paso del tiempo, de
tanto en tanto un suspiro susurraba y muy a menudo, perdía su mirada en el
reflejo de una Luna que ya era añoranza. Escribió su vida en la fuerza del
abrazo, su libro en la esperanza de un último beso y arrodilló el postrero deseo
de su incipiente muerte, en la pasión por conocer una vez más, el intenso
gemido de su alma.
Olía
la noche a pino mojado y el aire a congelado olvido, rechinó el portón como
mazmorra inquisitoria, las ventanas temblaron y medio se abrieron, el espectro
se materializó y una dulce voz, arrulló la cuna de aquel amante. La vio
doncella y él jamás una virginidad desbarató, la sintió hermosa, cauta, con el
miedo de la duda y con sabor a ignorancia. La miró y lo miró, el destino
imaginó, un sueño apuntaló cimientos y la vieja casa se dejó. El aire se volvió
luz y el suave abrigo del amor, envolvió a la doncella. Oscureció el cielo cualquier
camino y tapó la nieve cualquier huella marcada, lobos en manada aullaban y
pequeñas estrellas enfilaban las agujas de sus destellos, entre grandes cauces
de ríos y lavas.
El
día fue marcado por el esotérico llanto del destino, la espera había terminado
y aquella noche abrió de par en par, la última poesía de aquel viejo amante. Él
lo sabía y ella presentía que algo pasaba, sus ojos hablaban de un último deseo
y ella no los ignoraba, la lengua humedecía sus labios y ella quería, una
pasión sudaba en su piel y ella ya lo deseaba. Se abrió el alma y la doncella
desnuda la bailó, el amante vibró y fue hombre y mujer, pezón y vigor, fuerza y
ternura, caricia y explosión, espalda y seducción, erección y contorsión, sudor
de hombre y dulce humedad de mujer. El viento atrapó el vaivén de las ventanas
y habló en nombre del Creador, entró la nieve y el rayo fulgurante aquel comedor
atravesó, la espesa miel de la energía
cósmica todo lo lleno: resbaló paredes, pintó muebles, aterciopeló fuego, de
pétalos recubrió cada poro de suelo, de saliva cada gota de aliento y de
exótica vainilla cada copo de nieve. El amante se retorcía y gritaba su animal,
la doncella su cuerpo arqueaba y respiraba suspiros en lo más profundo de su
garganta, las uñas rasguñaban, los dedos corrían, la piel brillaba, despuntaba
oro el rizo de un cabello, trascendían los besos a sus labios y las almas
mordían, juraba la ternura sus tatuajes y en medio del aquelarre de todos los
sentidos conocidos, el amor se desnudó, el cielo reivindicó su color y la Luna
rasgó su manto de seda y cubrió a la doncella y al viejo amante.
Reventó el amanecer aquella encelada poesía, las montañas secaron ríos y
empujaron sus lavas, el calor fue divino, el fuego intenso, desapareció la
nieve, la senda, la vieja casa y el viejo amante. Refugiada la doncella en un
iglú de cielo, acariciaba la desnudez de su vientre, la soledad de su alma y la
incipiente preñez de su amante. Caminó entre los escombros y cuando lo sintió,
recogió sus cenizas. Con ellas llenó sus manos, apretó puños, sintió fuerza y
una lágrima lloró. A lo lejos un aullido escuchó, la Tierra se movió, el Sol
corrió, una joven estrella inventó noche, una Luna con nuevas sedas sonrió, por
doquier brotaron ríos, el mar embraveció, la doncella cerró su mirada y dejó
que sintieran los ojos del alma. El cuerpo absorbió su embarazo, se percibió
diferente y atravesó el espejo de su desnudez: era hombre y mujer, un espíritu
libre, olía a pétalo de Luna y su alma estaba poseída por el corazón del eterno
amor. Depositó aquellas cenizas entre las raíces del árbol más joven, las regó
con gotas de lágrimas y sudor, besó aquella tierra y esperó…esperó que aquel
viejo amante soltara la última fragancia, el beso que mordiera su alma y el epílogo que
cerrara el libro de su poesía. Una leyenda se escribió y la vieja casa por siempre
olió amor. El portón se cerró, el camino abrió la senda y el lobo aulló, un
espectro se materializó y el viejo amante escribió: el amor es energía y siempre es, no es creado ni destruir
se puede, solo se transforma, se vive y se sufre.
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