Érase una vez una historia, un pedazo de vida
que pocos habían leído y muchos ignorado, un paquete de aciertos y errores, de
lágrimas y pequeños éxitos, quizás con escondidas sonrisas y seguro, con algún
que otro retoño que tomara su herencia.
Nació el druida en cuna hecha de
mandrágoras y tréboles, fingió reflejos de amor la Luna para que un Sol siempre
la cuidara y una nube dibujó imaginación mientras el más pequeño de los gnomos
inventaba una travesura. Vivió el héroe sin saberlo y el vencido lo supo
después de su muerte, pintó roja bandera su sangre mientras una sabia tierra
reclamaba su independencia. Tomó pecho el instinto aún sin saber de quién era
su leche, navegó lejos el cometa y enseñó que la vida se esparce, que llueve
todos los días y aún nadie recoge una gota de cielo y la siembra en su alma.
La historia fue escrita, el
mandamiento dado y un caballero de mediana estirpe la hizo suya. Abrazó
enseñanzas, tejió con su educación una armadura, de los conocimientos envainó
espadas y en sus genes cargó siempre lanzas de Libertad. Dejó su mar, atravesó
un océano y dos continentes, pintó un rastro, cortó venas a lo imposible y
plantó cara a un incierto destino. Quiso correr antes que caminar y lo pagó,
respiró la fugacidad de la vida y la tibieza de la muerte, rasguñó atajos,
descolgó precipicios hasta tocar fondos y escaló temibles montañas. Aprendió
que una palmada en su armadura era un privilegio de la mentira y la traición,
que un cuento también podía ser un sueño
y que la música nace del corazón, crece en el alma y jamás es pentagrama de un
sentimiento nacido en la borrachera de una vieja rockola en la esquina de
cualquier bar.
Cansado de vida, de lucha y de
perdidas batallas sin guerra, le pidió al cielo dormir. Por vez primera su
armadura se desprendió de su cuerpo, colgó cada espada y una por una, ordenó de
pie sus lanzas. Dispuso su lánguido cuerpo en el agua perfumada con jabones y
burbujas de las más exóticas experiencias. Sus piernas destilaban vellos por
doquier, sus manos ensalzaban venas y sus canas confundían ojos entre sus
pestañas. Solo, acompañado por el vaho de un sutil vapor, el caballero respiró
profundo y creyó, por una vez, dormir.
Tronó fuerte la vieja madera, la
puerta cimbró su apolillado marco y una luz entró. Sin tiempo de coger lanza o
espada, un asombro lo poseyó, un impacto lo detuvo y hasta su viejo apéndice se
arrugó. Abrió sus ojos de más, dejó que sus manos pellizcaran brazos y piernas,
que los dientes mordieran sus labios y cuando entendió que no era un sueño,
solo preguntó. ¿Quién eres?
-
Soy quien debo ser, tú todavía
no. Yo te escribí y todavía no es la hora de tu descanso.
-
¿Eres un druida?
-
¿Eres un caballero?
-
Ya no tengo armadura, espada ni
lanza. Estoy cansado.
-
Sigo siendo un druida y tú…Un
simple hombre hundido en una bañera perfumada. Ahora escúchame: Si escribí tu
vida, también escribí tu historia. Si escribí tu valor, escribí tu dolor, si
escribí acerca de tus miedos, también lo hice con tus posibilidades…Si te
escribí, es porque un día escribirás.
-
¡Por favor! Nada entendí, pero
te diré que con un papel en la mano, ni las comas pondré.
-
Te escribirás, me escribirás y
les escribirás.
-
Dame un papel y escribiré
“Adiós, encantado de conocerte”.
-
Te daré un papel y entenderás
de donde nació…Y en ese árbol te convertirás y aprenderás. Porque si bien es
cierto que luchaste vida, ganaste batallas y perdiste guerras, también lo ès
que debes contarlo. Porque de historias sin memoria los cementerios están llenos,
nuestros pueblos muerden desesperanza y las personas involucionan en su propia
ignorancia. Escribe, pinta, dibuja, toma una fotografía o llena un muro con el
grafiti de tu vida. ¿Y me dices que estàs cansado? Deja tu legado para que sea
aprendizaje, parte de una sabiduría y neurona de la memoria colectiva de este
Universo.
Chispeó una madera, la puerta voló, un estruendo calló al silencio por
siempre, el cansancio se hizo pesado, la espalda dobló su volumen, el pecho
irguió sus pequeños pezones y los brazos ya eran ramas, las piernas frondosas
raíces, la piel corcho espeso y la garganta ya no tragaba saliva sino pura
savia de quien sabe qué vivas arterias. El caballero árbol nada entendía y su
conversión extendía dominios y lodos. Sus raíces profundizaban buscando agua,
sus ramas se llenaban de hojas y éstas de pájaros, gusanos y lagartijas de
verdes tonos. Sus ojos no miraban, solo veían, veían y veían. No encontraba su
lengua y en su oídos solo habitaban los más extraños zumbidos. La noche
atravesaba el día y solo un quieto búho lo miraba. La Luna sonreía pero lo
ignoraba y cuando el Sol desvestía su coraje, hasta su alma se resecaba.
Pasaron los años y el viejo árbol
de mediana edad seguía estancado en unas raíces que solo él profundizó, que
solo él les pidió que buscaran agua en ese lugar y que solo él, en su
conformismo, creyó adecuado para su descanso. Día con día, socorronas hienas se
reían de su porte, extraños pájaros anidaban entre sus ramas y oscuras
serpientes repartían abrazos en su tronco. Las babosas esperaban lluvia y
empapaban baba en su corcho, el pájaro carpintero hacía su trabajo y la resina
chorreaba, un triste hombre prendía una fogata y sus ojos de árbol lloraban
humo y distantes nostalgias.
Y un día vio que nada pasaba, que su vida era un simple vacío, que el
aire ni siquiera en los hoyos de su tronco se posaba y que el vacío solo
gritaba cuando en sus resinas un alacrán capturaba. Permeó el silencio la
corteza de su mente, rasgó la reflexión pedacitos de su corcho y gimió la
integridad cuando las volátiles burlas, enjuiciaban sus frutos. Llegó el
verano, la sequedad respingó y sus raíces empezaron a buscar. Una de sus manos
desprendió ramas, rascó sus pies y sintió una cosquilla de alivio. Soltó su
otra mano pero solo a la pantorrilla llegó, justo para alzar su pie y que las
raíces no prosiguieran en su profundidad. Luchó, se desenredó de esa tierra,
sacudió lodos y fangos entre sus dedos, pidió clemencia al destino y una nueva
lucha a la vida. Esa noche durmió con el búho de turno, pero sabía que el
amanecer sería otro. El tiempo se había cumplido.
Amaneciò decidida la última batalla y en una seca hoja empezó a escribir.
Por fin respirò Libertad, una palabra por la que siempre había luchado para que
otros la consiguieran pero que èl jamàs sintió. Poco a poco viò como su vida tomaba sentido, que podía explicarse,
que podía tomar añejas làgrimas y darles un porquè, que sus sentimientos todavìan
corrìan a flor de piel y que la fuerza de sus letras, serìa bastión para su
definitivo descanso: Otros empuñarìan su espada y cruzarìan lanzas, caminarìan
desiertos y preservarìan la sangre de sus tierras, pero siempre con una
oportunidad màs que èl, porque lo leerían y aprenderìan, lo respirarìan a cada
paso y sus huellas serìan màs profundas, lo respetarìan y sabrían que tuvo una
vida.
Y ahora, el caballero sin
armadura, escribe y escribe las ocho letras de la palabra Libertad, número del infinito, sin tiempo, espacio
expandido, primera y última razón, decisión de pueblos y mirada limpia del ser
humano. Porque aùn en la represión, su ausencia debe ser escrita, dibujada,
pintada y fotografiada, pues quizàs un dìa sea parte de nuestra sangre y no un
sueño perseguido por ajenas ignorancias. Libertad es oración y decisión, porque
es de humildes pedir y de valientes decidir. La vida es lección y una decisión jamàs
será error si el contexto es el correcto, si tus principios están de acuerdo
con ella y si después te atreves a contarla, para que dentro de cien años
alguien sea capaz de juzgarte y explicarla tal y como tù la sentiste, tome tu bandera
y por ella cruce su lanza. Libertad es un sentimiento que nace en el alma, un
pedazo de raíz del todo universal, una prueba de tu evolución, una razón de ser
y una chispa de amor del Creador…Y debe ser escrito. Si tomas la vida como una
enseñanza y no la explicas, no mereciste vivir, pues nadie sabrà que un dìa
caminaste, lloraste, reíste, abrazaste, si fuiste libre o te ganó la ignorancia.
Y el caballero sin armadura
descansò, sabedor que su vida ya era legado. El druida seguía inmerso en su
magia y en sus pócimas, sabedor que en estos momentos, muchos caballeros sin
armadura y con las manos alzadas, están escribiendo las ocho letras de la
palabra Libertad.