Quemaban
ceniza tus labios, tus mejillas temblaban làgrimas y un miserable viento te
enredaba entre polvo y cabellos. Vibraba tu sombra, un reflejo se mostraba y poco a poco aquella
acera te dibujaba. Desvanecìa la pared su viejo tiempo, vigilaba carcomida la
tiesa farola y un perro levantaba su pata en el primer árbol. El duro invierno imponía
sus filos, un hombre cansado arrastraba sus pies y una vieja ventana reflejaba
el tejer de unas mancilladas manos.
El
portal cansado, la puerta cerrada, el olor podrido y tus sueños, asesinados por
el poder de una tragedia escrita con tu puño y letra, buscaban la sutil excusa
de una ajena culpa. Tu voz interior no cesaba, el grito rasguñaba y una razón desataba
el infierno de la duda. ¿Dios? ¡No es opción! ¡No existe! Cerrabas los ojos y
el vacìo era eterno, en èl caìas, no veìas fondo, el aire arremetìa contra tu
cara y las entrañas rasguñaban huesos y piel. Esa libertad era miedo, la oscuridad era culpa, el escalofrìo arañaba
ansiedad y la seca saliva entumìa boca
hasta la ùltima grieta de tus labios. Y la pesadilla persistìa, las petañas no
se atrevìan a cerrar tus ojos, el vacìo cada vez era màs grande y en la caìda,
ya ni el aire osaba respirar.
Despertabas hundido en la profunda depresión, en un mar sin espuma ni
oxìgeno, en las fauces de una reseca garganta y en la soledad del absoluto
infierno. Tus manos no abrazaban y en tus dedos se borraba dìa con dìa el
recuerdo de la última caricia. Tu piel exhalaba dureza por no ser tocada, los
cabellos recubiertos de canas se perdían en cualquier peine y tu mirada
caminaba perdida en cualquier esbozo de medio cielo. Pasaba la gente y te
miraba, una suave lluvia empapaba tu alma, de vez en cuando un extraño ruìdo te
recordaba que vivìas y una densa neblina era la única que te sonreía.
La desesperación
te obligaba, el silencio empujaba, el pensamiento querìa, pero tu corazón se conformaba con un pequeño
latido. Persistìa en su empeño la tormenta, el agua resbalaba calles, la presa
ahogaba su espacio y el rìo embravecía su caudal. El rayo envolvía su cielo, el
viento enredaba fuerza y el granizo escupìa sus balas a diestra y siniestra.
Sin ver salida, te acurrucaste en tu portal. Sin esperanza, cerraste los ojos,
recordaste y empezaste a rezar. Desbordò hiel el rìo, tronò la pared de la
presa y un terrible destino preñò tu calle. El grito del trueno fue intenso, la
calle oscureciò, el agua bajò calle con tanta fuerza que el instante fue eterno
y el abrazo te supo a muerte. La riada te llevò y te llevò. Nada donde
sujetarte. Solo un pensamiento: “¡Dios mìo!”, solo lucha por tener una bocanada
de aire, tesòn por alzar una mano, instinto por vivir, memorìa corriendo película
de toda una vida en segundos, sùplica de una ayuda imposible, ojos abiertos
buscando algo o alguien. Otra bocanada de aire, silencio, gritos, làgrimas
pidiendo “¡Dios mìo, ya no màs!”, màs aire, ¡Ayùdame!…Y de pronto a tu
izquierda, un hombre abrazado a una tiesa y fuerte farola, tendió su mano para
que vivieras. A ella te aferraste con tal fuerza que dolió, con tanta esperanza
que aquel hombre sonriò, con tanta vehemencia que tu corazón latió fuerte y
sincero en aquel abrazo. Poco a poco, bajò el agua su caudal, despejò el cielo
sus negras nubes y el rayo reflejò su distancia con algún que otro lejano trueno.
Tu abrazo era consistente y firme, pero tu alma languideció al ver que aquel
hombre que te había salvado la vida, empezaba a llorar.
Lo
miraste, con tus manos secaste sus làgrimas y tus ojos preguntaron. El hombre mordió
sus labios, tu mano sacò uno por uno los cabellos de entre sus ojos y en su
mirada supiste que empezarìa a hablar.
-“¡Por
favor, ayúdame! Mira, no tengo piernas.”
Un gran escalofrìo
recorrió tu espalda. El miedo no era opción y no lo tuviste. Enfrentaste su condición
y jamàs mostraste làstima. Solo pensaste en tì, en èl y en Dios. Lo ayudaste y
junto a èl te sentaste. El momento agotò paciencia y el hombre prosiguió.
-“Hace
dos años tuve un accidente de coche. Perdì mis dos piernas, a mi esposa y a mi
hija de dos meses. Desde entonces, dediquè mi vida a maldecir mi destino, mi
nacimiento y mi Dios. A Èl las culpas, los rencores y los remordimientos.
Porque antes, Èl estaba en mis silencios y ahora solo hay ruidos, porque antes
estaba en mi hogar y ahora està la oscuridad, porque antes estaba en mi trabajo
y ahora nada tengo, porque antes creì que era Èl quien me protegía y ahora solo en el sueño me siento protegido,
con mis dos piernas con mi esposa y con mi hija. Por mucho tiempo he huìdo de
mi realidad, de este càliz y de mi Dios. Pero hoy lo sentí. Lo sentí cerca, a
mi lado, luchando conmigo para poder sobrevivir. La riada se llevò mi silla y
sin saber còmo, mi brazo se aferrò a esta farola. Porque debes saber que yo no
sè nadar. Y fue cuando te vì, una fuerza me empujò y mi mano te pudo alcanzar. Ahora
estàs a mi lado y debes saber que hoy, mi vida cambiò. Porque Èl me atò a esta
farola, quiso que viviera para que tu vivieras, quiso que entendiéramos que aquí
estamos por algo, que nuestros destinos ya están escritos y que debajo del agua
ya dejamos lo que fuimos.
¿Y tù, hablas
con Dios o esperas sentado en el portal, para que cuando veas llegar la sombra
de tu muerte, arrodilles tus creencias?
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