https://publishers.propellerads.com/#/pub/auth/signUp?refId=Tilr HISTORIAS DE ITACA: EL COLOR DEL AMOR.

viernes, 20 de octubre de 2017

EL COLOR DEL AMOR.


              Un día un abuelo le regaló a su nieto un cuento de hadas. El nieto lo leyó, creció y con un  hada se casó. Pasaron mil años y en una de esas noches, la historia se repitió: Estaba sentado un viejo hombre entre las piedras de una noble montaña. Era sábado y las nubes descansaban, el Sol apretaba y los pájaros no volaban. Decidió la Luna no salir y el día se hizo largo. Las estrellas olvidaron sus destellos y el cielo se negó a cambiar de color. El Sol, ya cansado, se puso en huelga y el Universo cruzó brazos, miró para otro lado y no quiso negociar.El viejo hombre, buen entendedor y sabio por sus años, miró al cielo y se tomó un café. Una serpiente pasó por su lado y medio cascabel se olvidó, un topo se equivocó y una piedra taladró, un conejo le regaló su zanahoria a una hiena y ésta de agradecimiento lloró. El día era inusual y la noche, simplemente no era.
                    El hombre seguía sentado. Ya su café dejaba poso en sus labios y nada cambiaba. Recordó que su madre fue hada y su padre un viejo letrado en cuentos y poesía. Decidió que su bastón cambiara de mano, que su quijada desafiara seguridad y acomodó sus gafas. Miró al cielo y gritó, ejecutó una orden y el aire calló. Dispuso más piedras a su alrededor, puso bastante leña al centro y una copa de un añejísimo tinto al lado de cada una de las piedras. El cielo arrugó su espacio y bajó, dejó vacío y una estrella cayó. A su lado sentó su destello y los dos pensaron. Un cóndor se atrevió a nadar, un delfín a volar y el señor de las bestias se puso a rezar. Aterrizó la Luna en otro mar, le pidió explicaciones el horizonte y se presentó a un nuevo Sol. Se dieron la mano y en dos pulidas rocas sentaron sus orgullos. Sopló a lo lejos un viento que solo arena comía, lo rescató el más grande de los icebergs conocidos, lo limpió y junto a él lo sentó. Cuatro piedras quedaban.
                  Una vela se prendió y el hombre en su chorreada cera, escribió el nombre del trueno. El vacío se iluminó y el inmenso rayo construyó inmensas telarañas de luz. Solo una, la más poderosa tocó tierra y revivió al trueno en toda su intensidad. Hacía frío y los últimos invitados no llegaban. Pintó el hombre una senda, dibujó en ella mil atajos, le pidió al callado aire que en viento emergiera y al sueño, la exquisita imaginación de un ser perfecto que le ayudara en su reunión. El aire se convirtió en viento, arrastró al rayo con su trueno y juntos dejaron sus traseros en tres sublimes piedras. El último invitado no llegaba. El sueño del hombre no se realizaba y la discusión debía empezar. La puntualidad era europea, el relax latino, la música tocaba caderas brasileñas y el tinto, un viejo oporto, esgrimìa preocupado tersas lágrimas de madera indígena. Los camareros vestían smoking de alta alcurnia y shorts de baja cadencia, zapatos sin marca, lentes disfrazados de falsas dioptrías y calzoncillos de manga larga terminados en un sutil tanga para que marcara sus deficiencias. El día-noche o lo que fuera sería largo. Pero faltaba llenar la última piedra, una piedra que daría razón, seguridad y quizás algo más.
                 Empezó la discusión. Cada quien explicó su razón de ser y ésta, no era medida. Las añoranzas afluyeron, los sentimientos brotaban en cada piel y las culpas lloraron. Le pidió el Sol una explicación de monopolio de amor a la Luna, ésta se volteó, una estrella sonrió, el viento le dio un manotazo de cariño y el rayo estuvo a punto de prenderse. El trueno calló. Quiso el cielo dar su opinión y la Luna lo abrazó, una estrella se acurrucó y el rayo palideció. El viejo y sabio hombre vio que lo de siempre era aburrido y esperando a su último invitado, abrió un libro. Tomó un sorbo de su Oporto, dejó el prólogo a un lado y empezó a leer en voz alta y contundente: “        Todos estamos destinados a entendernos, el Sol con el mar, la Luna con el amor, el viento con el aire y el trueno con el rayo. Todos somos creación y por lo tanto perfección, todos somos oportunidad y por lo tanto suerte…Todos somos amor y por lo tanto, parte del Creador. La Luna hace el amor con su mar, el Sol refleja estrellas, el viento reparte oxígeno, el rayo vive y el trueno avisa que cayó. Y en todos ellos se creó esa cama Universal que todo lo mueve: El cielo, el cómplice absoluto de la copulación universal, el techo del amor y el jardín de los astros…”
                De repente, un severo silencio se apoderó del hombre. Todos lo miraron. Se escuchó un paso, luego otro y otro más. Un sonido elegante, con rima de ángel y cadencia de tiempo hecho miel. La niebla que estaba atenta entre el Sol y la Luna dejaba ver una silueta. El aire no se atrevía a desvanecerla. El viento se hizo a un lado, el trueno embelesado hizo camino para que a su lado se sentara, el rayo emergió duro y erecto a su paso… Y el cielo se convirtió en arcoíris. Se levantó el hombre, arrodilló bruces y otorgó su mano. Se prendió el Sol y un mar lleno de blanca espuma lo medio apagó. Aulló un lobo que por ahí andaba, giró tres veces su cuello un búho y solitas se rellenaron las copas del viejísimo Oporto. Las ceras chorreaban sin estar prendidas, una estrella sentía escalofrío y la Luna se llenaba de hermosura e infinito.
               Se apartó la niebla, el silencio enmudeció, la plegaria rezó y una silueta dibujó belleza. Llegó la mujer. El maná del Creador a los hombres, agua de vida para el universo conocido y motor de sueños para nuestra Tierra. Al lado del hombre se sentó y preguntó, le dio la mano al Sol y éste sonrojó su fuego y luego le pidió perdón, se fundió en un largo abrazo con la Luna y una estrella pudo limpiar su destello, el cielo expandió su dominio, el rayo desdibujó hebras y cosió grandes haces de ternura. El trueno ya dormido, calló. Los camareros despidieron su trabajo y la mujer ante el hombre, desvestida se postró. Lo levantó con sumo respeto y entre sus manos, ropas, botones y collares, trizas se hicieron. Literalmente lo desnudó y un libro abrió, el prólogo de lado dejó y leyó: “Deja que te conozca, deja sentirme en cada una de tus arrugas, deja que mi alma te lea y que tu corazón copie mis latidos, déjame ser tu compañera y tu hada, déjame entrar en ti y dejaré que tu, penetres vida en mí. Te ofrezco una nueva noche, una noche solo conmigo”.
                Obnubilado el hombre, avergonzado de su vieja desnudez y pidiendo protección a la nueva noche, siguió leyendo su libro. El nervio lo traicionaba, las sílabas entrecortadas en espesa saliva casi no salían y se calló. Levantó sus mirada, fijó ojos en ese maravilloso cuerpo, tiró el libro lo más lejos que pudo y se atrevió. Se atrevió con la vida, con el destino y con el universo entero. Se atrevió con él, con sus miedos, con su historia y con sus decisiones. Por un momento desvió su mirada y vio sus invitados sentados y con diferentes actitudes. Ya el cielo había tomado color con sus estrellas y su Luna. El Sol dubitativo porque no sabía a qué diablos lo habían invitado, miró al hombre, le guiñó el derrame de su ojo y se fue. El rayo cargó al trueno medio dormido  y le pidió al viento que los llevara a la parte que es ninguna. El hombre suplicò al aire que se quedara, que cerrara sus ojos, que alimentara sus velas, que llenara sus copas y que le diera suficiente oxígeno para complacer a esa gran mujer. El aire asintió, se quedó y escribió alientos, gritos, gemidos, ilusiones y sueños porque el amor es poesìa, el oxígeno vida, el hombre un animal y la mujer, la perfección Universal.
                 Soltò el hombre su instinto y la mujer se llenò de frìas caricias. Vibrò el sueño, el cielo explotò luz, deshizo sus velos la Luna y con ellos cubrió a la mujer. El hombre no entendía. El huracán arrancò tierra y el rayo abrió la montaña, el trueno ensordeció al eco y el mar embraveció su espuma. El hombre, atenazado por el miedo solo miraba y la mujer esperaba ser tocada. Eclosionò el Universo y su mejor estrella mandò. Una estrella que reflejaba la luz de cien soles, la frescura de mil rocíos y la ternura que solo la pureza del amor puede exhalar. Su destello cegò al hombre y abrió su mente. La llenò de sabiduría, le diò razón a sus instintos y cariño a sus manos. Sembrò un sentimiento en su alma y un latido diferente en el corazón. Abriò los ojos y viò a su hada cubierta con el velo de la Luna. Se acercò, poquito a poquito la desnudò, mojò sus labios y con su saliva una poesía pensó. Acariciò su piel. Esperò a que sus poros se abrieran y en cada uno de ellos un verso tatuò. Abriò sus brazos el hada, el escalofrìo enchinò cien rosas y mil pètalos del cielo cayeron. La luz enrojeció los cuerpos y el amor por primera vez, tomò su color.





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