Había una vez un hombre solo, un hombre
sin destino, un hombre sin fuerzas ni batallas con el olvido. Estaba vacío, hambre
tenía por instinto, en su carne no había deseo solo un intenso frío, sus manos
carecían de líneas y sus pies tampoco huellas escribían. Sentado vivía, su
mirada no creía lo que veía, tampoco olía ni entendía de sabores cada vez que
algo comía. Solo era una quimera de la naturaleza, un error parido desde las
estrellas…un vagabundo que jamás sería mendigo, porque no había otro en su
refugio, al que pedir cobijo.
Y fue entonces que el árbol habló
con su musgo, le preguntó si aquel parásito era de este mundo, que no entendía
porque su sombra no lo seguía ni porque aquellos sonidos de su boca eran tan
sordos y mudos. Contestó una rama que raíces no se le conocían, que de la
Tierra no bebía, que solo su sed saciaba cuando llovía y que bajo la luna,
pelos por todos lados le salían. Tuvo miedo el árbol y le pidió a su búho que de
noche lo espiara, al topo que bajo sus pies investigara, a una araña que en su
tela moscas no guardara para que no fueran por aquel ser robadas y a la
serpiente que le diera una manzana para que en su mordida, supieran de su adn y
también, de donde venía su raza.
El ocre pegó al mar su horizonte,
llegó la noche, se vistió elegante la Luna, acariciaron las aguas su marea baja
y un zopilote acicaló sus cantares, para que el lobo no aullara y solo cantara.
Se hizo el silencio, el búho miraba, el topo investigaba, la araña su tela con
moscas guardaba y la serpiente buscaba con ansias una manzana que escondida junto
a su árbol perversos y eróticos atajos enseñaba. Aquel hombre solo dormía, ni
siquiera soñaba.
De repente una luz vestida de haz atravesó
aquel bosque, su calma y aquellas tranquilas aguas. Por un pequeño grillo fue
observada, dejó de frotar su vientre y alertó sin palabras a todos los seres
vivientes. Rascó el árbol nervioso su corcho, el búho cerró su mirada y aquel
hombre con el topo en sus manos, por primera vez sintió, la ternura de un cuerpo
hecho abrazo. Aquella luz caminó y enfrente de aquel hombre, en destino se
convirtió: tenía corazón y alma, arrugas y experiencias, enseñanzas y
tristezas, también sonrisas y alguna que otra estrella que lo seguía gemela. El
hombre no entendía pero lo sentía, sabía que en él sembraría vida, quizás un
por qué o un sueño que de ilusiones lo llenaría. Y el destino le habló: “Soy
tuyo y no estoy escrito, soy un borrador sin memoria, lleno de comas para que
me respires en cada vuelta de tu noria y sin tildes, para que en el camino seas
tú, quien las ponga. Tengo muchos hilos, en cada decisión muchos son vencidos,
otros suprimidos, algunos de tajo cortados, pocos deshebrados y solo uno debes
mantener vivo pero siempre, en tu libre albedrío. Te parecerá que tengo prisa,
que en mis caderas bailan apresuradas cadencias pero siempre con paciencia crearé
nuevas melodías esperándote sentado, en el portal de tu vida. Me sentirás como
niño, a veces como adolescente reprimido, otras como un valiente que desafía al
mundo en cada uno de sus principios, pero siempre deberás verme de frente, abierto
de mente, aprendiendo de mis arrugas como sabio irreverente, con tus manos extendidas
para que entre tus sienes sea yo, quien llene tus vacíos y también tus deberes.”
Le pidió el árbol a la serpiente que
pausara su vientre mientras resbalaba cautelosa con la manzana entre dientes,
al búho que disimulara su mirada, a la araña que por sus moscas ya no se
preocupara y al topo no le dijo nada, pues de aquel hombre ya era mascota,
parte de su destino y también de su casa.
El hombre caminó, tenía un
destino pero no sabía qué hacer con tanto albedrío, poco a poco sus huellas
dibujó, en el sueño diferente se vio, la comida tenía sabor, cada flor un
distinto olor y cada amanecer, un diferente color. Se sentía solo, muy solo. Un
viejo cometa a su lado se sentó, le habló de amor, de la Luna, de cada Sol y de
su mágico resplandor, también de semillas y caricias, de eróticas poesías y del
silencio, le enseñó su candor. El árbol de reojo lo miró, se quitó el corcho y
se desnudó, una estrella con él copulo y el hombre viendo tanto esplendor, al
cometa una mujer pidió, al destino mucho amor y al árbol que recogiera su
corcho porque sus miserias no eran para él, un ejemplo valedor.
Ilusionado se durmió, la
serpiente por su lado pasó, sobre sus pies resbaló, entre sus piernas tembló,
en su vientre poquito latió, por su ombligo lamió y cuando a punto estaba el
hombre de morder aquella manzana…una mano salió de la nada, abrazada por unos
senos que las rosas envidiaban, cubierta por unos cabellos que sedas irradiaban
y por una boca tan sensual que aquella manzana brincó a sus dientes y se sintió
amada con un cariño inusual. Desde entonces todo cambió: la historia, el
destino y también el hombre por estar dormido y no ser él quien aquella manzana,
hubiera mordido.
…y en el hubiera todo fue distinto.
Algunos dicen que nació de una espina, otros de una caricia, pocos del hueso de
una costilla, los menos de una mona como evolución divina. Cada quien la
refleja cómo le fue en las vueltas de su noria, algunos la refieren como araña
arrepentida, otros como mosca en ajena tela sufrida, muchos como parte del
estambre de una flor divina y los menos, como salida de una vieja y apolillada
poesía. En mi opinión personal es una mezcla no comprendida: linda espía como búho
tanto de noche como de día, como topo todo investiga, a veces se cubre de espinas
pero siempre nos derrite, en cada una de sus caricias. También teje telas y
laberintos, a veces es amiga, de la poesía musa y rima divina, de la manzana
suculenta mordida, del hombre una asignatura perdida, de la sabiduría su más hermosa
elegía y de la creación, la escultura más querida. Que ninguna se enfade,
aunque si lo hace lo comprenderé, pues de ellas también es parte. El hecho es
que desde que aquel reptil entró en nuestras vidas todo cambió, el destino
rompió muchos hilos, los que quedaron fueron por muchas serpientes deshebrados
y cada quien tomó una brizna de su pasado para construir un destino que entre
manos, debe ser de nuevo forjado. Ahora en el hubiera todos nos quedamos
pensando, también la mujer y ese hombre que debe aprender a tejer, para una mejor
vida merecer y quizás algún día en sus brazos tener…el cariño, de una bella y
complicada mujer.
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