Fue
una locura, una hermosa aventura, esa caricia que en mi cuerpo era paisaje y pintura…el sueño de un amanecer, dentro muy
dentro de su ser.
Desperté pegado a su cintura, entre sus muslos
abrazado en caliente travesura, con un dulce aliento respirado en su nuca, con mi
pecho a su espalda envuelto en el grito de la ternura y con mis manos entre sus
senos, buscando esa erección que despertara en mí, el más erótico de los
sueños. Abrí los ojos, sentí ese olor preñado en mi boca, ese sabor a fresas y
vainillas locas, ese calor que me ardía dentro como leña crepitada en chispas
maravillosas… el incienso de un desgarrado sentimiento porque a mi lado solo
vivía, un desquiciado silencio.
Se había ido, sin una nota, sin esa caricia
que en mi cara borrara del tiempo todo lo perdido, tampoco un beso que mi alma
abrazara, solo una despedida que en el amanecer de una mesita, no había dejado
nada. Le pedí a mi ángel una tregua en la vida, que la llenara de poesía, de esperanza,
de epopeya y quizás de elegía, que no borrara aquellas ansias, solo lo que en
mi quedaba, de viejas y anquilosadas reliquias.
…Y con su ala pintó mi cielo de
color azabache, le dibujó una noche, la
llenó de lluvia y silencio, de pequeñas luces y algunos secretos que entre sus plumas
permanecían mudos y quietos. Ese ángel me guardaba, también mis nostalgias, los
recuerdos, esas fantasías que desde niño dibujaba, cada fotografía que en el
carrete de mi vida no había sido revelada,
esas ideas que en la memoria sudaban y que ahora en sus manos me imaginaban
envuelto en una poesía, que no era humana. De tanto en tanto desde su arpa
bellas melodías escapaban, lágrimas de cielo llenas de aquellos acordes que un día para mis
sentimientos, fueron regalos. Cantó aquella música tres notas, tres deseos que
entre perdidas caricias arrullé en el recuerdo, tres ilusiones que convertían
aquel momento, en un hermoso sueño.
Quería alcanzar las estrellas,
perderme entre las luces de cien cometas, respirar del espacio sus hebras y
también leer lo que de mí, había escrito el Gran Poeta. En mi soledad encontré
una pequeña vereda, llena de extrañas flores que el camino llamaba quimeras, de
piedras casi perfectas, de grandes enredaderas que surgían desde la intensa
niebla, de gigantes grillos que frotaban sobre su vientre una canción que recorría
inquieta, toda aquella senda.
Llegué a su vera, me disfracé de
idea, en mi piel sudé viejos poemas y entre blancas nubes de seda me perdí,
entre las sentimientos del Gran poeta. Derramó sus tintas como lluvia de
estrellas, maravillosa y por doquier llena de letras, de Casiopea y de las
Perseidas, brillantes desde Centauro y tímidas las de Taygeta, perfectas las de
Hydra, rojas las de Orión y perversas las que llegaban desde el vientre de Escorpión.
El baile abrazaba entero todo el Universo, danza de musas, olas llenas de
sirenas, vírgenes desnudas entre eunucos que también eran poetas y también
agujeros gritando sus blancos y negros, entre cada planeta. De Ganimedes llegó
la más pequeña, fugaz y traviesa, sobre ella caminaban miles de letras, eran humanas y no de otra
Tierra. Poco a poco las juntaba el Gran poeta, Venus con ternura las acicalaba
y Marte de rojo las entintaba para que estuvieran listas por si había otra guerra. En ellas vivían artes maestras y sobre una mesa charlaban perfectas, Darío
discutía con Lorca, Alberti con Shakespeare, Cortázar le pedía la mano a una
afligida Rosalía de Castro mientras un pensativo Neruda con el humo de su pipa
fumada, media Luna me tapaba.
Al séptimo día ya cansado, puso un
último punto a su trabajo. Lo miró, por primera vez lo recitó y estuvo
orgulloso de aquel regalo. En su mano me lo mostró: Era ella, mi mujer, la que
siempre soñé, hecha de poesía y sentimientos llenos de querer, vestida de
colores, desnuda en sabores, olida entre vainillas y exóticas flores, tersa, sin
espejos ni ajenos temores, tampoco vacíos, con el alma en su abrazo y con el
corazón, siempre latiendo, sobre cada
comisura de mis labios. De ella era tinta, la sangre de toda su poesía, cada
tilde, la coma escrita, una pausa atrevida, la espera ansiada cuando desnuda
toda se mostraba, juguetona y seductora, inteligente, de mirada caliente y con
ese cabello, que desvanecido sobre sus hombros, excitaban mi piel al enredar en
ellos, cada mirada de mis ojos.
Desperté pegado a su alma, las sábanas
eran alas, ya no habría despedida en mi alba, tampoco una soledad que mi pared
rasguñara, solo el intenso amor que aquella mujer hecha de poesía, sobre mí
respiraba. Desde entonces mi vida camina entre tildes, por las comas de una
piel amada, en las ubres de una ilusión que cada noche es soñada… bañado por
esas rimas, que el Gran poeta por siempre, tatúo en mi alma.
MIRA EL VÍDEO EN YOUTUBE, APÓYAME Y SUSCRÍBETE A MI CANAL.
No hay comentarios:
Publicar un comentario