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miércoles, 23 de enero de 2019

LLUVIA DE ESTRELLAS


              Fue una locura, una hermosa aventura, esa caricia que en mi cuerpo era paisaje y  pintura…el sueño de un amanecer, dentro muy dentro de su ser.
             Desperté pegado a su cintura, entre sus muslos abrazado en caliente travesura, con un dulce aliento respirado en su nuca, con mi pecho a su espalda envuelto en el grito de la ternura y con mis manos entre sus senos, buscando esa erección que despertara en mí, el más erótico de los sueños. Abrí los ojos, sentí ese olor preñado en mi boca, ese sabor a fresas y vainillas locas, ese calor que me ardía dentro como leña crepitada en chispas maravillosas… el incienso de un desgarrado sentimiento porque a mi lado solo vivía, un desquiciado silencio.
            Se había ido, sin una nota, sin esa caricia que en mi cara borrara del tiempo todo lo perdido, tampoco un beso que mi alma abrazara, solo una despedida que en el amanecer de una mesita, no había dejado nada. Le pedí a mi ángel una tregua en la  vida, que la llenara de poesía, de esperanza, de epopeya y quizás de elegía, que no borrara aquellas ansias, solo lo que en mi quedaba, de viejas  y anquilosadas reliquias.
              …Y con su ala pintó mi cielo de color azabache, le dibujó una noche,  la llenó de lluvia y silencio, de pequeñas luces y  algunos secretos que entre sus plumas permanecían mudos y quietos. Ese ángel me guardaba, también mis nostalgias, los recuerdos, esas fantasías que desde niño dibujaba, cada fotografía que en el carrete de mi vida no había sido revelada,  esas ideas que en la memoria sudaban y que ahora en sus manos me imaginaban envuelto en una poesía, que no era humana. De tanto en tanto desde su arpa bellas melodías escapaban, lágrimas de cielo  llenas de aquellos acordes que un día para mis sentimientos, fueron regalos. Cantó aquella música tres notas, tres deseos que entre perdidas caricias arrullé en el recuerdo, tres ilusiones que convertían aquel momento, en un hermoso sueño.
              Quería alcanzar las estrellas, perderme entre las luces de cien cometas, respirar del espacio sus hebras y también leer lo que de mí, había escrito el Gran Poeta. En mi soledad encontré una pequeña vereda, llena de extrañas flores que el camino llamaba quimeras, de piedras casi perfectas, de grandes enredaderas que surgían desde la intensa niebla, de gigantes grillos que frotaban sobre su vientre una canción que recorría inquieta, toda aquella senda.
             Llegué a su vera, me disfracé de idea, en mi piel sudé viejos poemas y entre blancas nubes de seda me perdí, entre las sentimientos del Gran poeta. Derramó sus tintas como lluvia de estrellas, maravillosa y por doquier llena de letras, de Casiopea y de las Perseidas, brillantes desde Centauro y tímidas las de Taygeta, perfectas las de Hydra, rojas las de Orión y perversas las que llegaban desde el vientre de Escorpión. El baile abrazaba entero todo el Universo, danza de musas, olas llenas de sirenas, vírgenes desnudas entre eunucos que también eran poetas y también agujeros gritando sus blancos y negros, entre cada planeta. De Ganimedes llegó la más pequeña, fugaz y traviesa, sobre ella caminaban  miles de letras, eran humanas y no de otra Tierra. Poco a poco las juntaba el Gran poeta, Venus con ternura las acicalaba y Marte de rojo las entintaba para que estuvieran listas por si había otra guerra.  En ellas vivían artes maestras y  sobre una mesa charlaban perfectas, Darío discutía con Lorca, Alberti con Shakespeare, Cortázar le pedía la mano a una afligida Rosalía de Castro mientras un pensativo Neruda con el humo de su pipa fumada, media Luna me tapaba.   
          Al séptimo día ya cansado, puso un último punto a su trabajo. Lo miró, por primera vez lo recitó y estuvo orgulloso de aquel regalo. En su mano me lo mostró: Era ella, mi mujer, la que siempre soñé, hecha de poesía y sentimientos llenos de querer, vestida de colores, desnuda en sabores, olida entre vainillas y exóticas flores, tersa, sin espejos ni ajenos temores, tampoco vacíos, con el alma en su abrazo y con el corazón,  siempre latiendo, sobre cada comisura de mis labios. De ella era tinta, la sangre de toda su poesía, cada tilde, la coma escrita, una pausa atrevida, la espera ansiada cuando desnuda toda se mostraba, juguetona y seductora, inteligente, de mirada caliente y con ese cabello, que desvanecido sobre sus hombros, excitaban mi piel al enredar en ellos, cada mirada de mis ojos.
         Desperté pegado a su alma, las sábanas eran alas, ya no habría despedida en mi alba, tampoco una soledad que mi pared rasguñara, solo el intenso amor que aquella mujer hecha de poesía, sobre mí respiraba. Desde entonces mi vida camina entre tildes, por las comas de una piel amada, en las ubres de una ilusión que cada noche es soñada… bañado por esas rimas, que el Gran poeta por siempre, tatúo en mi alma.

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