Entristeció la palabra aquel
ocaso, sobre mi mar se pintó solitario, en el cielo se dibujó un ocre ermitaño
y en mi piel un escalofrío, porque esta noche tampoco, estaría a mi lado. El
susurro estaba en calma, una atrevida abeja libaba miel por toda mi cama, un
pequeño grillo soltaba una carcajada y lloraba la hiena porque el lobo no tenía
una luna que lo acompañara. Miré la
calle, soledades sentadas en cada banca de aquel parque, las sombras que la
incipiente noche reflejaban sobre cada fachada y el corcho mojado de un árbol,
cuando un perrito en él desahogaba sus pecados.
Roto vivía mi corazón, cada
ilusión y también la razón. Tanta distancia confundía el sentir de mi alma, cada
letra pensada, cada pedacito de piel arrugada y también cada caricia que en mi
quedó tatuada, aquella noche que sus besos, no llenaron mi alba.
Estremeció la noche mis sentimientos, esa
pasión que por ella sentía en mis sueños, ese querer tocar su cuerpo, besar su
aliento y sentirme eterno, cuando en ella estuviera dentro. Me desnudé, de
pared a pared caminé, un puño apreté, a la ventana me acerqué y con la palma de
mi mano sobre su marco, solo vacío miré. A una lejana estrella me abracé, fugaz
la respiré, sentí que algo muy húmedo poseía todo mi ser, me toqué, el más
profundo de los deseos pensé y de repente un fuerte destello, me llenó de
poder.
Sensual y cegadora, luz
protectora, seductora, cariñosa en el aire y parte del viento, cuando un
excitado aroma embriagaba de ternura aquel querido infierno. Sentí calor, un ardor
que abría mi piel por cada poro, el sabor del rocío en otoño, el color de una
melodía, que sobre mi cama escribía, lo más dulce de una poesía.
Era luz
y viento, un brillante aliento, sin cuerpo ni miedos, atrevida, vestida de
cielo, una silueta que llenaba mis ojos de pasión y profundo deseo. Tan intensa
que desde mis entrañas sentí su fuego, tan dulce que podía ver en sus labios el
sabor de cada uno de los sueños, tan hermosa que cien mariposas, copularon maravillosas
sobre su cuerpo. Era sentimiento, el
anhelo cuando es perfecto, etérea y sin tiempo, de la distancia un sutil pliego
y del amor, el suspiro más eterno.
Eyaculó mi alma, su espíritu se
estremeció, el sentimiento se erizó, tanto deseo nos mojó, por cada membrana,
por cada historia de vida enseñada, entre la imaginación de las hadas, sobre un
cuento lleno de fantasías y almohadas, en un silencio que del Universo era celo
y de nuestra Luna, el más dulce de los caramelos. La contorsión bailaba, un
desgarrado orgasmo punzaba, el espíritu era alma y ella, robaba cada sudor de su
fragancia. La gota de lluvia se disfrazaba, el beso escribía un tango en su
danza y cada sentimiento lloraba una lanza, que de amor, nuestros corazones
atravesaba. Éramos astral y canela en rama, cada hebra de su espíritu y mi alma,
de la vainilla su vara, de la fresa el jugo de su erótica nata, de la melodía
su arpa, la burbuja de un cava y del profundo deseo, ese secreto que solo entre
ella y yo, cada noche, caliente nos abraza.
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