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miércoles, 9 de enero de 2019

TINTAS MUERTAS



           El pensamiento estaba escrito, la inspiración se había ido, veía en su mano un cierto olvido y en ese vacío, el pasar de una línea arrugada, perdida en el destino.  Miró la pequeña luz de una acabada vela y en su cera olió una media sonrisa un tanto pasajera, entre espacios notó palabras huecas, no habían cenefas, tampoco emociones ni ajenas tristezas, pero si un sentimiento tratado con demasiada ligereza. Gritó una papelera llena de letras, de esos arrugados papeles que un día fueron madera, de esas tintas que fluían en sus venas y que hoy no parecían, las más correctas. De aquel papel se sintió proxeneta, de sus fonemas la más profunda grieta, del ambiente un intruso silente…de aquel poema, el más irascible de los poetas.
            Aquel día amaneció con las tintas muertas, con unos dedos incapaces de explicar sus huellas, con el alma cerrada por el sentir de la indiferencia y con el corazón seco, porque en su sangre, no vivía ningún verso. Cerró la ventana, deshizo con alevosía su cama, abrazó tembloroso la almohada mientras una tenue fragancia,  recorría tullidos fríos por toda su espalda. Era el recuerdo, abrigado de noches y escabrosas albas, de soledades mal pintadas, de sombras que lo seguían en sus palabras, de esas historias que un día sembraron amor sobre cada rincón, de aquella casa. Al olvido se quiso abrazar, también a un viejo tinto, sentía un extraño malestar, una sensación más allá de la elegida soledad…un sentimiento que hoy, era incapaz de explicar.
            Gritó a su musa, un eco le mostró su anverso, aquellas paredes solo rebotaron silencios, su imaginación carecía de viento y su aliento respiraba inquieto, vestido de un vapor cada vez más denso. Se desnudó, con ternura su piel tocó pero nada travieso lo recorrió, en el primer miedo se refugió, en cada uno de sus infiernos el fuego acarició pero no sintió ardor, ni tampoco un pequeño calor. Quería sentir, volver a vivir, ser capaz de explicar tanto elixir, de cada gota la pureza de su agua, de la caricia la ternura de su palma, de la humedad ese deseo que la fluye en calma y del amor ese sentimiento, que en cada una de sus tintas debía resbalar perfecto y erecto. Salió de su casa, de aquella calle, corrió lejos de oscuros paisajes, de montañas y antiguos mares, de cantinas y de aquellos borrachos que abrazaban bares, también de bosques y de aceras llenas, de vacíos portales.  Llegó al último destino, se miró muy dentro, como hombre, como un ser deprimido pero también como un sueño que todavía, era parte de su niño. Abrió el alma y tiró su ancla.
           No sabía dónde estaba. Sentía que algo en su piel lo sudaba, intensa aquella fragancia lo amaba, un extraño sabor a su lengua se pegaba, la mano temblaba, tanta luz no aguantaba y cerró los ojos para sentir, aquel profundo sentimiento, gemido desde su alma. Todo era utopía, una magia sin chistera ni varita, una quimera que no comprendía, unos segundos que lo afligían porque no sabía si estaba en un sueño o dentro de una esperpéntica Biblia, en la que jamás creía. Sentía que alguien lo veía, que una mirada se clavaba en su espalda erguida, que aquel escalofrío era posesión o parte de una diabólica melodía y que a lo mejor, entre tanta alegoría, su vida le cambiarían.
            Un enorme papel lo abrazó, era blanco, con el poro abierto y pequeñas estrías que recordaban aquel árbol, del que era huérfano. El cielo se abrió y todo el Universo se mostró, cada planeta, cada estrella, el viejo cometa y cada nueva flor que entre los  velos de cien lunas, se desnudaba en su olor. La belleza escribió un poema, la naturaleza pintó de violeta cada letra, una irreverente lluvia mojó de nube comas y cenefas, el trueno rugió su temblor y un perfecto rayo cayó sobre los brazos de aquel poeta y todas sus venas, le abrió. Todo se llenó de mar, el horizonte era incapaz de contener tanta inmensidad, el alba fue ocaso y eternidad, el cielo un dulce azul que nadie osaba mirar, el Sol una estrella fugaz y la distancia, un pliego que ni el tiempo podía desdoblar.  La Luna se desnudó en su faz, de sus ubres nació un nuevo mar, negro y voraz como tinta de calamar y por cada brazo, dentro del poeta, logró entrar.
          Sintió el poeta aquella intensidad, el sabor de una oscura humedad que en sus venas empezaba a resbalar, ese olor que por sí solo era capaz de expresar, ese calor que convertiría en gesto en cada uno de sus dedos, ese principio que desde las estrellas por siempre lo caminaría perverso…esa tinta que estaba muerta y que ahora podía explicar, los sentimientos de aquel deprimido poeta.
          Desde ese día, antes de escribir, el poeta revisa sus venas: si las ve llenas empieza a sentir, si están vacías…se levanta, le pregunta a una copa si de tinto quiere ser resbalada, con cariño degustada, también por su añada, por la edad de su tierra, el aroma de su caldo, la textura deseada, la espesura adecuada, la intensidad de su mosto, la vejez de sus vides, la calidad de su uva, las preguntas sobre la Luna y por ese sentimiento que quiere escribir perfecto,  sin que sus tintas le pongan comas o  siembren, alguna duda. Asiente la copa y el poeta empieza a sentir, también a escribir, imagina el sentimiento, lo vive, lo siente dentro, la palabra toma su viento, la pluma el camino correcto, la tinta gotea su aliento, una tilde se desnuda perversa en el deseo, una caricia recorre su alba, en las estrellas fija su mirada, de su boca cae una gota espesa y anhelada, como cera de amor se derrite alada y sella su poesía, con todo el sentimiento, que brota de su alma.
          



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