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martes, 29 de enero de 2019

UNA COPA DE TINTO.


               Llegó el tiempo de que respirara, de que tomara un poco de aire, que desnudara en mí toda su fragancia y  mostrara ese aliento, que en vides sudadas olía a una tierra, hoy, muy lejana. Rechinó el corcho sobre la botella una caricia, medio empapado asomó cada poro, mis ansias y también una historia que en aquel mosto, era de las hadas un preciado tesoro. Lo miré y me miró, perverso un pequeño viento de sabor se disfrazó, el tapón salió, a un lado mi mano lo durmió, el mantel estremeció su color cuando una pequeña gota  lo manchó y despacito, con mucho cuidado, mi copa se ladeó. Lo esperó, como velo la recorrió, por sus paredes, en su lecho, sobre cada transparencia de su bohemio, por su cara y húmedo entre sus destellos. Diáfano resbaló, una vez giró, con sutileza dos gotas descolgó y mi alma cada uno de sus gemidos olió. Aquella sangre viejas maderas suspiraba, un toque de avellanas, dos luces que en él vivían guardadas, el canto de un juglar que sobre su cosecha relatos recitaba, la esencia de una desquiciada canela en rama, briznas de almendras tostadas, pedacitos de raíz de una joven acacia, rimas de viejas trufas inspiradas y de tanto en tanto, unos pequeños detalles que su piel aterciopelaba.
                 Se afligió la copa al acercarse mi boca, de reojo miraba a una vela primorosa, chorreaba cera con espesa ternura y cálida angostura, también cautelosa, con ese calor que desde la ventana miraba a la más vieja de las osas, la que era mayor, esa que del universo era señal y del norte la más hermosa.  Le pidió una chispa, enceló aquel tinto su alegría, su mosto y también aquella recordada tierra que suave, todavía lo exprimía.  Mi cara disimuló paciente una sonrisa, lloró el cielo pues luna no tenía, agitó  mi pecho cada vello cuando entre sus fauces aliento no sentía y aquella noche con alegoría desparramó su mano, el más largo de sus dedos, señaló con tinta mi añejo e inquieto ante mí, juzgó de aquel vino, su tiempo.  
                  Aquel caldo me respiraba intenso, mis labios lo abrazaban con el color del sentimiento, poco a poco mis papilas de él se embriagaban por completo, por toda mi boca viajaban como sutiles versos, lo quería mi garganta y muy despacito, gota a gota, dejé que su amor, todo me tragara. En mi cuerpo escribió una danza, pícara y sabrosa, desnuda y erótica, densa, primorosa, con toques de ébano y salvajes rosas. Lo envolvía con mi saliva, lo acariciaba con la mirada perdida, lo pensaba, meditaba sus viejos días, lo sentía, cada hebra de su mosto acicalaba y bailé con su conciencia cuando en mi espina, todo su escalofrío resbalaba.

                   En él comprendí toda mi historia, esa infancia enseñada con el mosto de la uva entre panes y mesas veneradas, ese niño que a escondidas entre viñedos jugaba, el adolescente que entre barricas buscaba del sabor sus ansias, el hombre que en soledad hoy  aprendía, que de vida esas gotas lo gritaban con la melodía de su tierra añorada.

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