Llegó
el tiempo de que respirara, de que tomara un poco de aire, que desnudara en mí
toda su fragancia y mostrara ese aliento,
que en vides sudadas olía a una tierra, hoy, muy lejana. Rechinó el corcho
sobre la botella una caricia, medio empapado asomó cada poro, mis ansias y
también una historia que en aquel mosto, era de las hadas un preciado tesoro. Lo
miré y me miró, perverso un pequeño viento de sabor se disfrazó, el tapón
salió, a un lado mi mano lo durmió, el mantel estremeció su color cuando una
pequeña gota lo manchó y despacito, con
mucho cuidado, mi copa se ladeó. Lo esperó, como velo la recorrió, por sus
paredes, en su lecho, sobre cada transparencia de su bohemio, por su cara y
húmedo entre sus destellos. Diáfano resbaló, una vez giró, con sutileza dos
gotas descolgó y mi alma cada uno de sus gemidos olió. Aquella sangre viejas
maderas suspiraba, un toque de avellanas, dos luces que en él vivían guardadas,
el canto de un juglar que sobre su cosecha relatos recitaba, la esencia de una
desquiciada canela en rama, briznas de almendras tostadas, pedacitos de raíz de
una joven acacia, rimas de viejas trufas inspiradas y de tanto en tanto, unos
pequeños detalles que su piel aterciopelaba.
Se afligió la copa al acercarse mi boca, de
reojo miraba a una vela primorosa, chorreaba cera con espesa ternura y cálida
angostura, también cautelosa, con ese calor que desde la ventana miraba a la
más vieja de las osas, la que era mayor, esa que del universo era señal y del
norte la más hermosa. Le pidió una
chispa, enceló aquel tinto su alegría, su mosto y también aquella recordada tierra
que suave, todavía lo exprimía. Mi cara
disimuló paciente una sonrisa, lloró el cielo pues luna no tenía, agitó mi pecho cada vello cuando entre sus fauces
aliento no sentía y aquella noche con alegoría desparramó su mano, el más largo
de sus dedos, señaló con tinta mi añejo e inquieto ante mí, juzgó de aquel
vino, su tiempo.
Aquel caldo me respiraba intenso, mis labios lo abrazaban con el color
del sentimiento, poco a poco mis papilas de él se embriagaban por completo, por
toda mi boca viajaban como sutiles versos, lo quería mi garganta y muy
despacito, gota a gota, dejé que su amor, todo me tragara. En mi cuerpo
escribió una danza, pícara y sabrosa, desnuda y erótica, densa, primorosa, con
toques de ébano y salvajes rosas. Lo envolvía con mi saliva, lo acariciaba con
la mirada perdida, lo pensaba, meditaba sus viejos días, lo sentía, cada hebra
de su mosto acicalaba y bailé con su conciencia cuando en mi espina, todo su
escalofrío resbalaba.
En
él comprendí toda mi historia, esa infancia enseñada con el mosto de la uva
entre panes y mesas veneradas, ese niño que a escondidas entre viñedos jugaba, el
adolescente que entre barricas buscaba del sabor sus ansias, el hombre que en
soledad hoy aprendía, que de vida esas
gotas lo gritaban con la melodía de su tierra añorada.
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