Miente la carne al cuerpo cuando su piel suda ansiedad, abraza el sueño
una imaginación cuando la idea se disfraza de ilusión, muerde el sabor su
lengua cuando aquella miel recuerda y cierra sus pestañas la mirada cuando la
pasión entra. Sufre el hombre la querencia de un efímero destino, la distancia
de un olor vivido y exige de nuevo, ser pervertido. Cae firme una
desesperación, el calor ahoga y la saliva no pasa, la mano cierra su puño y no
tiene nada, le pide su prisa al tiempo, calma a su alma, paciencia a sus labios
y una razón de fe a su hartazgo. Funde cólera su rabia, su camisa desbarata,
desnuda su cuerpo y se envuelve de sábanas.
Piensa el deseo que no fue querido sino que es parte del silencio,
medita el ansia con la piel de quien la eriza y despacito respira el escalofrío
sobre la nuca de su espina. Siente la caricia que no es mimada y se olvida en
el aire el gesto de una mirada, tiembla la carne porque recuerda que un día el
amor la poseyó, sufre el alma por encontrar aquella tinta que en ella escribió
y corre profundo el sudor para explicar que cada noche gota a gota, besa en
silencio el onírico erotismo arrancado de los brazos de un Morfeo, todavía
dormido en su cama de ébano.
Desprende
la noche desde sus confines perdidos destellos de Universo, se cierra la
ventana en el empapado rocío de un amanecer que sin embargo es bello, muestra
la pared su vacío y enseña la mesita de noche el chorrear de una cera sin
destino. Arañan las sábanas los hilos de una consentida telaraña, cabalga la
imaginación entre dunas y vírgenes playas, encoge la almohada su algodón y se
pega a una mejilla que busca aunque sea, una caricia de compasión. Copia eco la
primera respiración y el aliento se convierte en exhalación, no se atreve el
suspiro porque el aire huele a pasión, saborea el gusto una brisa y vello por
vello enchina la memoria de una canción. Recuerda aquel beso y aquellos dedos
perdidos en su pecho, la exquisita fragancia de su perfume y la transparente
mirada de su alma, su piel aterciopelada y aquel intenso calor entrelazado a
unos cabellos que sabían a miel y exótica mermelada.
Excita la cama su habitación porque el deseo ya se recita, el suspiro se
convierte en vaho y el extraño vacío se llena de bruma y densa neblina. Muestra
valiente el sueño su primera erección, recorren las sábanas caminos sin ton ni
son, la mano se aferra al colchón y orgullosa la almohada entre las piernas,
aprieta su algodón. Sudan las humedades, la imaginación eriza su pezón, el
vientre se contrae y los pies tensan su condición. Piensa la idea y se
reinventa de emoción, hierve la saliva y recorre el dedo una boca mojada que
gorgotea excitada, desvanece su mirada el rostro y estira el cuello, el último
gemido de su garganta.
Explica el sabio a la montaña que ya el deseo no es guardado, que la
imaginación exageró su magia, que la razón no controla pasión y que la intimidad
ya venció al pecado. Que es menester humano la autosatisfacción, que es honesto
y evolución sin tener que pedir perdón, que es amor y devoción, controlada
lujuria y necesaria redención, gula de la carne y dulce carrusel de los
sentidos…que es un derecho vivir nuestro erotismo, en silencio.
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