Cuenta un beso que al aire un favor pidió
porque triste y solo se sintió, no encontraba una lengua que sus grietas
lamiera ni una mejilla a quien darle su calor. Buscó entre sábanas, en la
enredadera, en la distancia y a un lado de la almohada, dibujó un pedazo de su
aliento en una imaginada cara, de saliva llenó el borde de una taza y se pegó, en el cristal de su ventana. Pintó
con su labial el sueño de una media barba, recorrió con ilusión el cuello de un
recuerdo, juntó sus labios y quiso sentir un pellizco, en el vello de un
ansiado pecho.
Explica el aire que una nube del cielo robó
porque en su melancolía aquel beso lo sedujo y jamás lo soltó. Con antifaz y
disfraz su algodón deshebró, de azúcar lo llenó y en el manto de la Luna lo
extendió. Le pidió al primer cometa que del cielo arrancara la estrella mayor,
al viento que sus destellos guardara con esmero y al Sol, que la fundiera
dentro, envuelta en algodón, azúcar y destellos de viento. Creció la Luna su
resplandor, el cielo cambió de color, la oscura noche amaneció, el dulce rocío
llegó y aquel beso, todo se abrió. Se sintió querido, amado y poseído, ansiado
y anhelado, de rojo vestido y llamado a ser, un precioso regalo.
Despertó de su letargo e impulsado por un fuerte ánimo salió en busca de
su amado. Lucía fría la calle, los portales en su nieve jugaban, las farolas
chispeaban y un sereno, sus llaves guardaba. Tejía una viejita una suave lana,
el juglar cantaba mientras una cantina cerraba, abrazaba el viento su fachada y
el borracho, su casa no encontraba. Era un ambiente vestido en destino, de
altos tacones y perlas hechas collar, de jazmín olido y ojos de mar. Caminó el
beso en busca de su hogar. Miró sus grietas y el susto lo cautivó, resecas y
abiertas le recordaban que el dolor no se olvidó, que un día fue cobijado,
mimado y amado pero que una hipócrita traición un gran miedo le sembró. Pensó
el beso que no a cualquiera se daría, que prisa no tendría y que ninguna
desvergüenza, de él se aprovecharía.
Calibró
el tiempo sus manecillas, el espacio su neblina y aquel beso, cargando su
deseo, atravesó y caminó calles de agonías y fríos paseos. Superó la primavera
al invierno, los viernes amanecían después de un tedioso lunes, el sueño no
dormía y cuando daban las doce no sabía si era de noche o de día. Mientras
tanto pensaba y el café quemaba sus labios. Cuando imaginaba su lengua otra
saliva anhelaba y cuando dormía sentía en sus comisuras, la hiel de su propia
escarcha. Y fue entonces que el destino se vistió de lino y dulce seda: salía
de su casa tranquilo un inquilino caminando por el lado amable de aquella
vereda, su media barba cortaba el viento y el corto cabello, lucía un negro intenso.
Latió con fuerza el beso y se preparó para el encuentro: acicaló sus labios,
pulió lengua y ensalivó su sabor. Se sintió pleno, deseoso y erótico, tierno y
cariñoso, sediento pero temeroso. Temblaron sus comisuras y cerró sus grietas
con un labial de coco, vio en el espejo el blanco de sus dientes y presto salió
a la caza de un hombre, que ya sentaba su alma en una mesa reservada.
De
frente estaba y cruzó su mirada, perdió tiempo en aquel cristalino pintado de
suave esmeralda y como por un trueno impulsado retiró silla y sentó su alma.
Bailaban las manos mientras los dedos entrelazaban nostalgias, se vaciaban las
copas y una pícara sonrisa retiraba los platos, se vino el postre y un cava
anhelado, el café y un viejo licor de corcho añejado. Fluían las palabras y de
humedad se llenaban, se perdían en las caras las miradas y aquellos labios
sentían sus ansias más cerca de ser mimadas. Se levantaron de la mesa y
abrazados cruzaron la vereda, abrió el hombre la puerta, el beso lo siguió, en
su espalda se pegó, por la nuca despacito caminó, hasta que en su boca por fin
se perdió. Reinventó caricias y su imaginación dibujó, a dientes y lengua se
abrazó, succionó y degustó, lo enmeló y se atrevió a ser, un bocado de Dios.
Aquel hombre enloqueció, jamás algo así sintió, el intenso sentimiento de aquel
beso por siempre lo escribió y ahora, cada vez que duerme sus anhelos, recuerda
aquel día que un beso de mujer, lo poseyó. Y el beso lo consiente, lo mima y lo
llena intenso, le recuerda que ya el amanecer es diferente y se posa erguido al
borde de su taza de café rasgando el aliento, lo protege en sus sueños y le
pega un suspiro en cada arruga de su piel deseada, lo ama sin tiempo y cada vez
que él le pregunta por su cara, se desnuda y le muestra el amor que aquel beso
de mujer, por siempre escribirá en su alma.
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