Explica
despacito cada gota su lluvia mientras un beso mojado de labios, siente. Duerme
silente una calle su noche mientras una caricia penetra en el alma, gira su
cuello el búho, brilla una luciérnaga, el borracho canta y entre densa bruma,
la voz calla y un deseo abraza. Asoma su cara una sombra a través de la
ventana, desnuda de alma la doncella es imaginada, a media luz pinta dorada y
el negro azabache en rizos se descuelga en su espalda. Sola y blanca se muestra
la cama, ya la piel acaricia sábanas y
sus manos de miel se posan en el vientre mientras su boca exhala. Piensa la
sombra que su cuerpo no tiene nada, que es un sutil desdoblamiento que viene de
la distancia, que la trajo el viento de quien sabe que comarca y que solo su
mirada cargó, para observar a su amada: la piensa, la retrata, la idolatra y
tocarla extraña…la desea, la dibuja fresca, la siente tersa y de pasión hecha vaho,
se empaña el cristal de aquella ventana. Suda la sombra desde el alma pues no
tiene poros que goteen sus fragancias, sufre el aliento desde su espíritu pues
no tiene boca que lo suspire ni olor que lo explique, vibra armónica su aura
pues no tiene piel que le tiemble y relame la lengua un pedazo de su humo, pues
no tiene labios para humedecer sus grietas ni saliva donde esconder sus ansias.
Presiente la doncella que será visitada antes de que llegue el alba, que
esta noche será amada y que la ternura añorada, por fin será acariciada. Mira
la sombra y la doncella es deseada, quiere la mujer ser amada y aquel reflejo
de hombre, no puede ni tocar la ventana. Extiende la noche su manto, mengua la
Luna, la sombra empequeñece su silueta, el espíritu teme perderse y el vigor
del alma desgarra su grito para que lo entienda su amada. El grito es silencio
y poco a poquito se desvanece el anhelo. Recorre su calle una atrevida y gran
nube, vestida de gris y con sabor a húmeda niebla, suave como la seda y
perfumada con esencia de jazmines y violetas. La sombra se pega a la pared, la
nube la envuelve, se siente protegida, escucha el rumor de pequeños destellos,
haces de intensa luz y un cálido ambiente siembra un sueño en cada temblor de
su vientre: es la nube de las nubes, la más grande y bella, prestada por el
cielo viajan en ella las estrellas, los reflejos de cien cometas y los
chasquidos de mil centellas. Nada le pide y la nube se abre, muestra todo su
candor y el aire de mil aves…la hermosura del universo y el poder del cielo. Se
reencarna el hombre y se diluye la oscuridad, el reflejo ciega y la sombra
crece más, le regala la osadía del fuego, el verso del amor cuando es travieso
y una pizca de sal de un mar que ruge intenso. El hombre por la nube poseído
mira y la sombra se alarga, se hace infinita, tierna, se anhela en el alma y se
convierte en el aire que respira su amada. Y ella entiende y se siente abrazada,
contorsiona su mirada y ve su piel dulce y erizada, humedece sus labios y le pide
un deseo a la vela más lejana: quiere sentirse mimada aunque sea de sombra, poseída
aunque sea de alma, acariciada, embriagada y protegida aunque su cuerpo solo
respire distancia. Lo huele en su membrana, lo saborea en el extraño aliento
que permea en su almohada, lo mira en la imaginación de tanta pasión y lo
disfruta despacito por cada rincón de su habitación. Se pega a la pared y lo
siente fuerte en su espalda, desvanece los cabellos entre sus pechos y siente
una lengua que los entrelaza, estira sus brazos, arquea su columna, se abre
toda y siente profunda el vigor de aquella sombra encelada. El gemido es
intenso y el aire denso, suplica el silencio un espacio entre beso y deseo, estira
la piel su terciopelo y grita ansia cada poro abierto. Desnuda el viento su
fuerza, se abre la ventana con fiereza y aquella nube posee entera a la
doncella, la cubre de algodón y seda, de hilos de cielo y destellos de luna
llena. La pared es espejo, el reflejo intenso, la luz lluvia, el olor ternura y
el sabor del aire, un suave mousse de vainilla, fresca nata y sudor espeso de chocolate intenso.
Revienta el amanecer en su incipiente nacer, la cortina se cierra y la
sombra se queja, en sus brazos de humo descansa la doncella, se desvanece su
consistencia y una lágrima recorre despacito la piel que le queda. Piensa en escribir
una letra, una palabra o quizás una carta que guarde la noche de su mesa: se
imagina con dedos, empapado de tinta de cielo y con la pluma del viento. Dibuja
un verso y lo viste de beso, la tilde se resiste y la coma lo embiste, no hay
punto que lo pare ni suspensivos que lo duden, siembra rimas y sonrisas,
travesuras de niño y sueños de poeta, explica un cuento, deja que la historia
lo lea y termina en leyenda. Le pregunta al cielo si tiene tiempo pues su
sombra ya es de viento, le pide al espacio que acorte su distancia pues aquella
doncella ya es parte de su alma, le susurra al oído lo tanto que la ama, le
roba una arruga a su cara, una pestaña a su mirada y un último beso a su amada.
En silencio se desprende, despacito se diluye y se envuelve de nube, lo explica
la tristeza y una añoranza lo aprieta, entiende que es nostalgia y cuando
emprende su huída, la nube suelta su último rayo y consiente que aquella carta
cobre vida. Y desde entonces cada vez que la doncella lee aquella carta, siente
que una sombra la abraza, un hombre que profundo la ama y una poesía que la posee, hasta el fondo de
su alma.
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