Camino silente en busca de la última respuesta. La vereda se abre y
enseña valiente el angosto atajo hacía el epílogo de mi infierno. Sudan las
huellas y la piel se abre perversa en cada poro, la mano se hace puño, el
diente aprieta labio y mi lengua esconde una gota de saliva, entre las papilas
de mi alma. Se muestra respetuosa la montaña, una nieve la resbala y atraviesa
mi mirada, el cuerpo viaja solo en busca de una última palabra y a lo lejos
diviso cansado, el rizado cabello de una barba blanca. Se juntan en la cima las
cuatro estaciones: funde el invierno entre sus hielos mi pensamiento, el atrevido
verano desgarra lo que queda de una pasión de hombre, el triste otoño corre
despacito sus secas hojas por mi sangre y la dulce primavera, la que todo
regenera, se empapa completa en mi alma.
Piensa
sentado el sabio en su roca, a la derecha un río susurra agua y a su izquierda
una vieja tortuga, asoma cautelosa su cabeza porque no ve nada. Lo veo y
enfrento su mirada perdida en el incipiente ocaso, iris perdido en un arco
senil todavía no comprendido, imaginación triste por un tiempo que en sus manos
yace sin destino, sueños de hombre, enseñanza y eterno sabio, recuerdo y mimo
de un niño en el último abrazo. Me dice con su cara que mi tiempo ya se ha
acabado, que esté tranquilo, que todo lo he dado, que el juez ya ha pasado y
que su sentencia dejara legado. Alarga su mano y en mi hombro siento respaldo, se
compadecen sus ojeras y siento el cariño que para mí siempre fue denostado, se
toca las sienes y leo aquellos primeros versos que un día sentí envueltos en
besos y entre una media sonrisa me recita lo que este poeta en su vida pretendía:
“creíste que la vida era un verso y lo escribiste tantas veces como te fue
posible, desbarataste cada uno de tus sentimientos en busca de la rima
adecuada, arrancaste de cada labio que enamorabas una tilde para tu causa pero jamás
lograste tener, una adecuada estrofa terminada. De lágrimas eran llenos los
tinteros y de sonrisas los pensamientos, en la intensa soledad ocultabas tus
deseos mientras a lo lejos, solas y en silencio cien almas leían cada verso.
Acompañaste vidas, abrigaste humedades y cerraste muchos ojos cuando creías que
tu poesía, no era parte del alba ni parte de nada. En el café hacías falta, en
el silencio te arrullabas y cada noche antes de dormir, siempre alguien, te
pensaba. Lo que menos sembraste fue vacío y el cielo lo sabe, poco amaste pero
de lleno te enamoraste, quizás poco leíste porque no querías contagiarte y
quizás tampoco a obedecer te comprometiste, porque siempre fuiste libre. Ahora
descansa y deja aquí a mi lado, entre el susurro del río y esta vieja tortuga,
tu poesía como legado. Yo le pondré las rimas del tiempo, las tildes de tu alma
y el sentimiento de toda una vida en cada palabra. La publicaré en la editorial
del cielo para que sea leídas en cada rincón del Universo, para que aprendan
los ángeles que el hombre tiene sentimientos, que si lo dejan escribe intenso y
que en libertad se expresa mejor que el viento y si algún día llega al infierno,
para que aprenda el miedo que el pecado es un invento, que en la pura poesía no
hay freno y que los sentimientos no se juzgan jamás, en las brasas del averno.”
Parece que el momento llegó, se cierran los ojos ya cansados y mi
aliento no espera reclamo…da igual el color del cielo, si tiene nubes o si lo
pintan las estrellas, el silencio es requerido y el instante temido, toco mi
alma y el dolor llega a su destino. Viajo lejos, donde el espacio no tiene
tiempo, el Universo se abre, el agujero negro absorbe, la memoria vomita cuerpo
y la música es intensa, el calor abraza y la luz enamora, la ternura es tanta
que el espíritu colapsa, la imaginación se toca y la utopía se vive, el limbo
explica la pequeñez del ser humano y el sueño cabe, en la palma de una vacía mano.
Viajo lejos, allá donde el infinito escribe versos, donde el amor no tiene piel
y el deseo no es perverso, allá donde explica el viento su aire y el rayo su
trueno, donde la eternidad expande su tiempo y las almas sus alientos…viajo
lejos, tan lejos que ya volver no puedo, tan lejos que ya ni el silencio
siento, tan lejos que mi cuerpo dejo y tan lejos que ya no tengo miedo…viajo
lejos, allá donde la manzana no tiene hueso, donde una estrella destella y el
cometa siempre vuela, donde la caricia permea y la ternura no es odisea, donde
no existen los espejos, los caballos galopan sueltos y cuando les dan la gana,
los búhos giran trescientos sesenta grados sus cuellos… tan lejos que ya no veo
lo que siempre temo, tan lejos…tan lejos de tanto ego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario