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domingo, 19 de noviembre de 2017

APARIENCIA CONSENTIDA.


                  ¡Huíste! Trepaste tu vida sobre la línea roja de un surreal caparazón, te disfrazaste de apariencia y le compraste una máscara a la oscuridad. Caminaste sobre un alambre mientras sus púas sangraban tus huellas, cambiaste de piel, escondiste tu mirada y cuando un dedo logró tocar tus labios lo quemaste con la hiel de tus comisuras. En la virtualidad encontraste un desahogo, en el secreto una conquista y en aquella foto, una imagen que dibujó la última mentira de tu alma. En tu osadía propagaste el engaño, en tu falsa miel provocaste tentación, en tus copiados versos una ilusión y en tu pesadilla, sembraste ajenos sueños que dormían cada noche en la utopía de tu Luna.

                   Pero un día aquel hombre se atrevió y te cazó. El mar cruzó, un viento desafió y cien consejos desechó. De viejo desaliñado y cojo se vistió, compró un bastón unas gafas y un perro, en tu portal esperó y al ver que el tiempo en su contra apostaba, sentó un deseo en aquel parque, en un banco a la sombra del gran sauce llorón y a un lado de la quimera del último aquelarre de una pasión anunciada.

                   Una y otra vez repetía la impertinente nube su tormenta mientras el trueno se apiadaba de aquel pobre hombre. De mirada perdida y agrietados labios, solo esperaba que el espejismo de tu atracción  se mostrara contundente en aquel tradicional balcón. Las manecillas marcaban minuto a minuto su prisa mientras que sus latidos arañaban los segundos perdidos en cada gota de sangre. El portal abrió su puerta, tu moño de los lunes espantó aire mientras una absorta mirada, te leía, te pensaba y te imaginaba. Con normalidad, tiraste la basura, miraste el teléfono, recogiste de la calle un pequeño papel de ajena desidia, miraste tu buzón y cerraste la `puerta.

                    Sorprendido aquel hombre se llenó de preguntas, inquietudes y malos pensamientos. Imaginó su irreal apariencia en un espejo y comprendió una inmadurez que jamás había abrazado, una inseguridad que no tenía porque mostrar y una mentira que no tenía que prolongar. Él era como era y así se presentaría, pero presintió que algo andaba mal: ella no era la de aquella foto, su apariencia distaba mucho de la que cada noche dibujaba en sus sueños y tanta elegancia escrita, no correspondía a ese tipo de alma. Decidió tocar aquella puerta y así lo hizo.

                     Tocó vehemente el bastón la madera, las gafas perdían oscuridad y el perro sentado en aquel portal,  solo miraba el desenlace de aquel cuento. Por fin decidió salir y de frente olió la vergüenza de la sutil hipocresía: demacrada imagen sumergida en los dedos de sus propios infiernos, piel escamada de miedos y consentida soledad en el refugio de un profundo desamor. Y aquel hombre tuvo que hablar, tiró su bastón, plegó sus gafas y dejó correr al perro que terco en su averiguación,  siguió sentado en aquel surrealismo.

                     Penetró dura la mirada, los dientes apretaron labios, se preguntó y se respondió, reclamó y sumiso asintió, exclamó y lanzó su mano a la conquista. Dejó que sus uñas afilaran el desafío, poco a poco en tu cara las posó y lento rasguñó, rasgó y te humilló: la miel en costra se convirtió, tus lágrimas chorrearon cera, un temblor vibró y una comisura en tu labio se abrió. De tu mirada la tristeza arrancó, de tu piel cada escama quitó y entre sus manos ese moño de los lunes se desintegró.

                     La palabra silenció su voz porque en tu corazón una canción estaba naciendo, el ruido era intenso, el acorde perverso, el pentagrama lleno y la melodía, dulce cielo abrigando ternura de Luna. Cayó tu máscara, tu blusa, el sostén que escondía tus hermosos pechos, tu pantalón, tus bragas y el silencio de tanta hipocresía. Se rompió el espejo, los enanos crecieron, el horizonte se despegó de su mar, se abrió tu alma y en ella sus labios te absorbieron. Nunca por tus versos  preguntó, jamás tocó un pixel de tu autoestima pero en sus brazos nació lo que ahora eres, una poesía de amor, una melodía escrita por la ternura y una mujer que no necesita ninguna apariencia para explicar lo que siente, lo que es y lo que ama.


                     Aquel hombre cumplió el sueño de conocer el verso de esa poesía que noche tras noche excitaba su Luna y tú, rompiste por siempre con la tristeza, con el miedo, con tu inseguridad y  con tu apariencia, una apariencia consentida.


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