Amaneció
amargo el café, con olor a tierra y escondido en la desnudez de una taza. Mi
ventana se abrigó de rocío mientras un viejo Sol despuntaba su calor, abría una
sábana su timidez y un pensamiento caminaba impertinente de sien a sien. Le
pedí a mi mano una caricia y solo pudo despeinar aún más mis cabellos, solicité
clemencia al espejo y un diferente olor a mi sudor, el tiempo de reojo me miró,
el aire pesó su consistencia y despacito la garganta tragó mi saliva.
El café evaporó su calor, el último sorbo
no era opción, la rutina espera sola y sabia, los dedos enredan llaves, abre mi
puerta su intimidad y camina mi sombra entre tantas, por las columnas de un conquistado asfalto. Endurece
su caparazón el alma y una enredadera la trepa, el corazón late costumbre y un
musgo de sangre lo envuelve, la música abandona su melodía y adopta el metálico
grito de la impotencia consentida. Van las ruedas y vienen los pies, canta una
sirena y se prende rojo un semáforo, corre el ladrón de un pan y el policía lo
reprime con su tanque, el oxígeno se reparte y la Tierra medio vive.
El pobre poeta sube al metro, empujones, jalones y tirones. Angustiado
el hierro cierra sus puertas, todo se
mueve: el aire, cien alientos, traseros que vibran y otros sientan cansancio, a
su derecha una blusa tiene frío y eriza sus naturales botones, se aferra una mano
al acero y otra se funde en un abrazo con su antibacterial, una voz anuncia la
próxima estación y los cuerpos toman sus decisiones. Se abren las puertas,
salen, entran, empujan, soban, el masaje no es anunciado, una mano se equivoca
de bolsillo y una cartera grita, las
miradas llenan sus reojos, el olor roba perfumes y el sudor llora compungido su
pudor. El pobre poeta reflexiona, pone su mente en blanco y mira al vacío
imposible, quiere escuchar ese latido de alguien diferente, ese gemido que
explique por lo menos un verso, esa pequeña tilde que le dé una esperanza de
amar…Esa parada de estación que abra de una vez, las sábanas de su timidez.
Y
el metro abre su gran boca, engulle sombras y a otras, solo las deja ir. En sus
paredes los dibujos escriben leyendas, un afilado carbón pinta deseos y una
guitarra, acaricia con sus acordes los dedos de una belleza. El poeta embelesa
su placer en aquellos ojos color miel, el escote es infinito y un dorado
castaño resbala cabellos bajo un sombrero a la moda. Un hombre de abrigo y
bastón deja caer unas monedas, el poeta sonríe, la belleza mira y recita con
seductora pausa los acordes de un
sentimiento. Arde temerosa una complicidad, las sombras van y vienen, nadie
detiene su prisa, el poeta respira profundo y atreve una mano, la belleza
sonríe y seduce con un pícaro beso de aire. Calla sus acordes, tiemblan los
dedos, el poeta habla:”deja que tu alma toque porque le pediré a la mía que
escriba”. Y la belleza contesta:”Mi alma está desnuda, la música abriga su frío
y si en ella escribes, no me lastimes”.
No
discutieron las miradas, iniciaron el camino, un silencio los envolvió en su
neblina y viajaron a la eternidad. Cruzaron siete cielos y en cada horizonte se
olieron, nadaron mares y conquistaron las más altas montañas, en sus nieves
curtieron piel, en sus ríos mojaron labios y en verdes valles posaron huellas y
anhelos. El poeta escribía en su Luna y la belleza contagiaba estrellas con sus
acordes.
El
abstracto silencio rompió su monotonía, las miradas hablaron, se postró
solícito el portal y el poeta la invitó a entrar. Asintió con prudencia la
belleza y aquella puerta se abrió todavía con el olor de un café en su amanecer.
Cálido ambiente, un deseo que respira prisa, descansa la guitarra en el primer
sillón y junto a ella caen sordas unas llaves. Tiembla el poeta su timidez,
ella lo enfrenta mientras una mano desabrocha despacito su blusa, se acercan
los labios, el poeta duda, su perfume seduce y la tentación vibra. Siente
profundo el primer beso, una garganta traga y quiere más, los músculos se
tensan, se pierde el abrazo de una mano entre sus cabellos, cae la blusa, la
camisa desgarra seda por doquier, se pegan las pieles, el sudor grita y un alma
se abre y empieza a escribir sobre su cuerpo. Corren los sentimientos, caminan
despacito las caricias, brincan besos de rincón a rincón, la contorsión es
intensa, cada suspiro es más seducción, las sábanas deshacen solidez y muestran
satinadas arrugas en el suelo, la desnudez brilla y un gemido muestra su lágrima:
un alma se abre y despacito compone el éxtasis de una música, el clímax de un
acorde de pasión y la profunda excitación de la pasión por un deseo.
El poeta
escribió y la belleza tocó, sin pluma ni guitarra, sin miedos ni timideces, sin
prisa, sin pausa y sin ropa.
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