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sábado, 11 de noviembre de 2017

LA INSPIRACIÓN, VIVE EN TÍ.


               Perdida estaba  una inspiración entre libros, viejas estanterías y balbuceantes chispas de ardientes ceras. Buscaba un pensamiento acogedor, un abrazo entendido o una promesa que por contrato del alma se atreviera a escribirla. Reciclaba tiempo y miraba una luna por la primera ventana, acicalaba cara en el viento o dejaba que el desdén  del aire jugara con sus cabellos. Nacida en el quinto cielo del tercer universo, contaba estrellas y por sus destellos las clasificaba, recogía plumas en alas de ángel y dormía su espera, respiraba luz y siempre sudaba ternura en su piel para aquél que osara poseerla.
               Ya el pintor dibujaba en carbón el ocaso de aquel impertinente Sol de verano, el músico afinaba ajenas cuerdas para su bohemia, un escultor moldeaba el horizonte y lo pegaba silencioso a su mar, una bruja despeinaba su escoba y el poeta esperaba la caída de un hielo en su esperado whiskey. La noche retaba al nuevo cielo y de colores hablaban, un extraño viento susurraba sus esquinas, el osado polvo recostaba sus motas en portales y el sereno juntaba sueño y llaves en una maltratada mochila de nocturnas experiencias.
                Y caminaba solo un viejo pensador de sentimientos, un huraño cautivador de letras y un malvado cazador de perdidos sentidos.  Un extraño aire disfrazado de nube lo envolvió, un sudor frío recorrió su espalda, chorreó el cielo sus ceras y en su cara poco a poco, una luz desarrugó la impertinencia de sus ansias. Se acordó de un pecado llamado vida, de una cálida mirada que hacía mucho tiempo recorrió su cuerpo, de aquella mano que sostenía caricias en cada uno de sus dedos y de aquella sonrisa que explicaba un amanecer, en el húmedo beso a  una ajena piel.
               Al lado de su árbol de siempre se iba a sentar cuando un rayo en dos lo partió, la tierra se abrió, el vigente trueno tartamudeó dos veces su eco y un ángel lo empujó entre alas al abismo de la profunda ilusión. El sueño envolvió de azul su caída y el vacío en arcoíris se transfiguró. Sonrojado el precipicio, no mostraba sus paredes. El silencio silbaba infinito y poco a poco sus ojos se cerraban a la nostalgia de un trance anunciado. De repente escuchó un ronco saxo lejano, el tiritar suave de las teclas de un piano y la exclamación consistente de siete trompetas. Era tal la belleza de aquella melodía que su piel enchinó, abrió poro a poro su piel, transpiró  un pellizco de sudor en cada vértebra y convirtió su saliva en miel.
               Su gran vacío se transformó en una enorme playa, una playa que acogía en sus arenas la espuma de siete mares, los corales de todos los océanos y los horizontes de cinco cielos. Maravillado aquel pensador, llenó puños de sal, acarició miradas de colores y una y otra vez dejó que sus pies mojaran sus huellas en aquellas siete espumas. Como nunca, sintió. Como jamás, imaginó. Navegó en sueños de mil corales, en cuentos de pequeñas hadas y voló los cielos de cien universos. Ya no era cautivo del tiempo ni medidor compulsivo de distantes espacios, no solo miraba estrellas sino que comprendía sus destellos…No admiraba Lunas, las poseía con cada verso que recitaba.
               Su cuerpo expandió su forma, el pecho se abrió y en él penetró la Luz. Asomó su cara el alma, el latido fue intenso, la piel fue papel, el sudor tinta y los dedos, finas plumas de ave. La inspiración lo poseyó tan profundo que cada una de las arterias vibró su acorde y nació la melodía de un sentimiento siempre buscado, extrañado y nunca escrito. Mostraba el éxtasis una pasión y una musa caminaba a su derecha. Desnuda en velo de luna, el erotismo la gemía. El hombre la sentía y la escribía. La tocaba y la escribía. Las caricias forraban ternura en piel, las miradas pecaban y la musa consentía. El deseo se plasmaba en cada verso y aquel sentimiento escrito excitaba cada gota de sus tintas hasta el compartido orgasmo. Aquel hombre escribió a la musa del amor.
               Embravecían sus olas aquellos mares, la brisa se llenaba de su sal y una segunda musa caminaba por su izquierda. Desnuda y llena de los más hermosos corales, del séptimo mar había venido. El clímax de la libertad estaba ya escrito en sus ojos. Su cadencia, elegante. Su seductora contorsión, pedía a gritos que la escribieran y aquel hombre la escribió. Y vió que era necesaria y otra vez la escribió. Y vió que había que luchar por ella y otra vez la escribió. Y sintió que era única y la escribió…Y la escribió como bandera de pueblos, como protectora de vida, como promesa de lucha y como fin de la felicidad. Aquel hombre escribió a la musa de la libertad.
               Alisó el cielo su color, quitó sus nubes y dejó que los vientos embravecieran su poder. Fue tanto su atrevimiento que arrancaron el espejo de cada uno de los mares y  de todos hicieron uno. Lo postraron enfrente de aquel hombre y de él una tercera musa salió y le habló: “Mírate y escríbete, porque las tintas deben ser tatuadas en ti para que las puedas respirar, el sentimiento lo debes sentir para que lo puedas hablar y la nostalgia de tu música debe rasgar las cuerdas de tu alma para que cuando te reciten, te conozcan.”
               Y aquel viejo pensador de sentimientos, aquel huraño cautivador de letras y aquel malvado cazador de perdidos sentidos, se escribió. Y escribió sus miedos, sus lágrimas, alguna perdida sonrisa y alguno de sus tantos sueños. Escribió como era el fuego de su corazón y a veces el frío que recorría su alma. Escribió en letras la música que escuchaba cuando lo sentían, describió cada caricia que el amor le había dado y escribió con tinta de sangre lo que para él significaba la palabra Libertad.
            Desde entonces aquel hombre no tiene miedo al escribir porque ya sus miedos relató,  jamás escribe una ternura que no haya sentido porque seguro en un sueño la acarició y ya no está a merced de la inspiración porque en él, siempre vive.




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