Encontré
una rosa en mi jardín, fresca, de suaves pétalos y rojos reflejos.
Imantada por el rocío de mi amanecer,
resbalaba en silencio, hermosas gotas por su tallo.
Al verme desplegó su terciopelo, al
sentirme sonrió y cuando mi mano la tocó, una música gimió.
Ante
ella arrodillé mi tiempo y le conté de mí, de la vida y de mis sentimientos.
Le
retraté aquellos viejos amores y las cicatrices de sus heridas.
Abrí
mi alma y le mostré con elegancia el vestido de mi soledad.
Despacito, acaricié su tierra y aquella humedad tentó mi corazón.
Tatué un beso en mis dedos y poco a poco lo fundí en sus raíces.
Acerqué
mi cuerpo y me senté para que oliera mi vientre
La
miré, le regalé el vaho de mi primer aliento y un pistilo sonrió.
Le
hablé de ternura y sus espinas erizó
La
respiré en todo su olor y de su polen me llenó
La
poseí con mis ojos y de su pasto renegó
Leyó
mi amor y conmigo partió.
Pasaron los años y poco a poco su vida secó
Su
tallo se arrugó y la última espina lloró, me miró y su muerte suspiró.
El
cielo abrió el libro de un amor, el prólogo estaba escrito y el último capítulo
vivido
Se
abrigó la rosa en su epílogo, el pétalo lloró y de rojo, un sentimiento por
siempre se tatuó.
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