Camina el
otoño entre las veredas del nuevo frío
Desprecia sus
hojas y se cubre de ocres colores
Llora una
tiniebla por no mantener su mirada
Y desde su
garganta, ruge temeroso el silbido de un viento del norte.
Pestañea una
tristeza al sentir su noche preñada, el cielo roba a la Luna su cera y prende
sus velas, grita el poeta su melancolía y un lobo busca en su montaña el
aullido final de un silencio anunciado.
Pierde el
abrazo sus manos, el dedo su caricia y la mirada la ternura del alma. Se
agrietan los labios y arden sus comisuras, esconde su rubor una mejilla y
esboza una pálida sonrisa la dulce nostalgia.
El atajo toma su forma, el miedo vibra y las
huellas se pintan, pisando piedras. El bosque es profundo y oscuro, el musgo
duerme sentimiento, el hongo alucina su humedad y el vacío desgarra sus
escalofríos hasta las vísceras del vientre.
La piel
forma su coraza, una por una en cada poro se pega una escama, el pensamiento busca
una luz y solo encuentra castigados recuerdos, se desbarata la conciencia, el
corazón late despacio y el alma enreda su espíritu en la telaraña de la
profunda depresión.
Cae el
hombre, sucumbe el sueño y muere la ilusión
Duerme frío el
anhelo, un ansia gime y la soledad respira
Se prende solo
el cigarro y resbala en la copa un agrio tinto
Apaga la vieja
vela su cera y llora el poeta su vergüenza.
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