Y pensó un día Quevedo
en un gran trasero pegado a un pequeño cuerpo, se ruborizó, cambió y escribió
una enorme nariz pegada a una normal cara. Imagino a Quevedo en su tiempo,
rodeado de hermosos traseros y grandes sombreros, de largas narices mentirosas
y encarnados labios sonriendo. Eran otros tiempos, donde la prosapia esgrimía
cierta burla, vivía callada y solo en los ojos expresaba su viveza. Quizás ahí
nació el famoso “bullying”, quizás siempre fue, quizás cuando Eva le dio una
manzana al primer hombre, Adán se asombró de su pequeña entrepierna y mejor
comió el fruto prohibido, que quedar en ridículo. Quizás sucedió, quizás nadie
lo vió…Quizás jamás sabremos lo que Eva le dio, ni lo que Adán comió. Pero de
lo que si estoy seguro es que la “serpiente” fue parte del primer encuentro
entre el amor y el desamor en la
historia de la humanidad.
Desde entonces, la serpiente
es símbolo sexual, el pene se mide por el tamaño de la nariz y los grandes
traseros no solo caminan sino que también eclipsan lunas. Las caras son más
pequeñas, las narices más grandes, los cuerpos sutilmente contorneados y los
traseros más apetecibles. El sexo ya no esconde sus virtudes y sus defectos ya
no existen. Tiene todo lo que un humano puede pedir. Se compra, se vende, se
disfruta, se llora, se prostituye, se imagina, se anhela, es tristeza, es
rencor, se desea, se suplica, se lee, se canta, se lucha, se discrimina y hasta
por él se mata. Es como un juguete que todo lo tiene, como un sueño que puedes
conseguir por teléfono o como una lámpara de las mil y una noches, que puedes
frotar en la magia de la virtualidad. ¿Y el amor?...
…Y emprendió una cruzada
el amor. Vió que todo era bello: La vida, una discusión, un sólo de alegría, un
café entre dos (amaneciendo mejor), la dulce melodía de una flauta, una cena
bajo velas, el incienso aromatizando unas paredes, un niño jugando con su yo-yo
e incluso una triste anciana tejiendo para un señor que no le dijeron, acababa
de morir. Todo era bello, en todo había amor y él en su orgullo, cargaba
laureles y deshacía dudas.
Un día, alguien tocó su
puerta. Era un sentimiento desahuciado, triste y muy llorón. Al ser preguntado,
contestó que su nombre era “desamor” y le dijo al amor que en su espejo se
mirara. Dudó el amor pero a su habitación se dirigió. Se miró y sonrió. Pensó
en su hermosura, acicaló su cara y medio se acarició. El “desamor” lo retó otra
vez y le ´pidió que detrás de él pusiera otro espejo. El “amor” pensó en un
juego. El “desamor” frunció el ceño, fue al baño y se trajo el espejo que yacía
colgado por siglos y siglos, amén. Lo puso detrás del “amor”. El “amor” brincó.
Vio al “desamor” reflejado en el espejo. Buscó y lo vio a un lado. Buscó otra
vez y lo vio en el espejo. Buscó y buscó y estaba a un lado y en su espejo. No
era normal y el “desamor” le explicó que eran la misma entidad. Que sin uno, no
existía el otro y que los sentimientos eran los mismos en uno que en el otro,
solo que más intensos a veces en el uno que en el otro. Y explicó: “Tú, das
intensidad y yo al mismo nivel “frustración”, tú das esperanza y yo una
profunda desesperanza, tú das sueños y yo miedos, tú das posesión y yo a veces
una malentendida libertad. Pero en el fondo somos lo mismo. Sin ti no soy, tú
puedes ser sin mí pero recuerda que siempre estoy, como en el reflejo de tu
espejo”.
“El amor” no se tragó
el cuento. Se vio como en Luna menguante o como Sol eclipsado. ¿Sería
esquizofrénico? ¿Una entidad con doble personalidad? ¿Un error de la Creación?
Debía averiguarlo y pensó como. Los culpables no son las personas, son los
sentimientos. Las personas son como son: imperfectas. Los sentimientos en
cambio son perfectos: Surgen, fluyen, crecen, explican, caminan huellas y nadan
cuerpos, recorren lágrimas y agrietan labios, sonrojan mejillas y entrelazan
cabellos, besan y muerden pero también tiemblan y respiran ajenas exhalaciones.
Un sentimiento es y una persona tarda una vida en saber que es y a veces su
secreto la muerte se lo lleva y en su
imperfección debe renacer y renacer. El sentimiento nace aprendido y la persona
jamás aprende. El sentimiento escribe sus propios versos cuando la persona solo
los lee. El primer sentimiento es “amor” y la persona experimenta, lo pone en
su tubo de ensayo, en él se recicla y cuando lo ve a media luz, lo convierte en
otra cosa, simplemente en “desamor”.
Estaba sentado en la
posición de “pensar” cuando una idea se le ocurrió. Organizaría un baile por
todo lo alto. Invitaría a todos los sentimientos más altos y a los de baja
alcurnia les pondría una pantalla gigante para que lo siguieran desde la calle.
Pensado esto, organizó el baile. Su propósito: Enseñarles que no porque las
personas sean imperfectas, deben de caer en su juego. Que ellos en sí mismo son
y que las personas solo los sienten. ¡Qué equivocado estaba! Al ser los
sentimientos tan disparejos, organizó el espacio en cuatro salones: El primero
más romántico con un cuarteto de jazz, el segundo un poco light con un mariachi,
el tercero tipo “disco” con música electrónica y el cuarto más espiritual con
música para curar almas y cosas parecidas.
Y empezaron a llegar los
invitados. La primera en llegar fue la tristeza, se fue directa al cuarto
salón. De vestido esponjado, calzaba un mar de lágrimas sin marca y por bolsa
un puño de pañuelos hechos nudo y otro entre sus pechos. El segundo en llegar
fue “el amor propio”. Éste se fue con el Mariachi y antes de saludar apartó su
botella de tequila, sus limones y sal en grano. Vestía desnudo de gimnasio y su
mano acicalaba con desmesurada constancia su incipiente barba. El tercero en
llegar fue “el cariño”, vestido con sedas de ternura y bragas de caricias
último gemido, gafas de sol de marca y trenzas tejidas de lunas y estrellas. Se
fue al primer salón. Se sentó encima del piano, enseñó sus largas piernas y al
viejo negro del saxo se le cayó el puro. Extendió sus brazos y el humo se hizo
intenso. El bajo tocó y el piano tembló teclas. Como pudo el saxo respiró y una
trompeta gritó. La cuarta arribó, la puerta se rompió en cien pedazos,
pestañearon luces y hasta “el amor” entornó los ojos y de lejos miró: Era “la
osadía”. Y el “amor” preguntó y el “desamor” raudo contestó: Es mi dolor de
cabeza, cuando se acaban los sentimientos, siempre llega ella. Y la osadía se
fue al antro, se puso a bailar y el DJ asignado sintió el escalofrío de la
noche. Vestía sutil transparencia, era hombre y mujer, saliva y resequedad,
temor y valentía, frío, fuego, lava y mar. Sus ojos miraban lanzas, sus pechos
erizaban piel, su cintura guardaba el baile de mil músicas y su bajo vientre el
vigor de cien centauros. Era única, el “amor” casi se enamora pero el “desamor”
le tapó los ojos, volteó su cabeza y le mostró al quinto invitado: “La tentación”.
El “amor” le pidió a seguridad que la echaran, no era un sentimiento a lo que
el “desamor” contestó: ¿No lo es?¡Es más fuerte que tú y el ochenta por ciento
de que yo exista! “El amor” entendió y pensó “A esa tengo que arreglar”.
Vestida de mujer perfecta y andrógino sublime, tacones, ensalzado trasero,
ombligo de excelso bisturí y senos de sirena. Labios de antojo, ojos de cielo y
nariz de suave viento. Cabellos lacios y entrecruzados en sus hombros, piel de
visón, lengua esponjada, dientes de mármol y caderas derramando miel. Se fue al
salón del jazz, el cariño se arrugó, bajó del piano y sentó su poesía en el
rincón de una oscura mesa. “La tentación” arrebató el puro al viejo negro del
saxo, nubló su cara, mostró su trasero al del piano y el bajo tocó alto, la
trompeta cambió su grito por un sordo y particular gemido y el piano…¡Qué les
cuento del piano! Pobre hombre con el trasero de la “tentación” al descubierto
sobre su lánguida cara, sus manos ya no sabían si las teclas eran negras o
blancas si el bemol estaba en el pentagrama o si sus pies pisaban pedales o era
su alma. Y seguían llegando los invitados. “El amor” estaba aprendiendo, “El
desamor” recordando…Y la fiesta empezó.
Las bebidas iban y venían, los
camareros de smoking, pants y tenis iban sobre patines para dar abasto. Los
cantineros pedían más limones y sal en grano porque “el amor propio” era
inalcanzable. Llegó la espiritualidad. No sabía a qué salón ir. “El amor” la
vio y la sentó a su lado, junto a la caja y a una fuente interminable de agua
de vida para que sentara en ella su comodidad. Arribó un poco apresurada “la
depresión” creyendo que se le hacía tarde. Preguntó dónde, “El amor” encogió
hombros y se sentó en la entrada. Pidió un café negro sin azúcar y se quedó
viendo los cuatro salones a ver quién caía en sus brazos. Al ver que nadie
sentaba sueños en su regazo, se interpuso quisquillosa entre “el amor” y “el
desamor”. Siguió la fiesta hasta que la noche se cansó: De un manotazo arrancó
el color de su cielo y sembró con suma alevosía la fogosidad de su Sol.
Quiso “el amor” despedirse de sus invitados sin haber logrado su
cometido, pero un hombre llegó. Imperfecto como todos, seguro de su inseguridad
y alardeando quien sabe que don, sentó
sombrero y vara junto a la primer barra que encontró. Un martini pidió y una
aceituna brincó. Observó y con un chasquido en sus dedos, al amor llamó. Le
dijo que lo acompañara porque enamorado estaba y le explicó de quien, como y cuanto
la quería. Brotaban por doquier las palabras y uno por uno aquellos
sentimientos fueron abandonando los salones y en silencio aproximaron sus
virtudes cerca de aquel hombre. Mordió su cuello la tentación, el amor propio
quiso mostrar su inflexibilidad pero el tequila ya había dormido parte de su
poder. La tentación ya rasgaba los botones de su camisa y el amor pendía
tembloroso de uno de sus hilos. El cariño unió sus fuerzas a la dulce tentación
y aquel hombre veía como el amor se alejaba cada vez más. Abrigó la osadía su
pensamiento y se atrevíó. La espiritualidad corrió despavorida a buscar “al
amor”, sentado en la última mesa del último salón, escribiendo un pulso de
tequila y limón con la tristeza bajo el juicio de la solemne depresión. El amor
poco a poco estaba convirtiendo su piel de miel en ásperas escamas, su
transparente mirada en lágrimas y su corazón en una gran coraza de acero
toledano…Resbalaba su ternura para jamás volver, sudaba caricias que nunca más
estarían en una mano y poco a poco se fundía en su gran espejo, pintando ya la
figura del desamor.
La espiritualidad miraba alto y
fijaba un deseo nube por nube. Cerró su mano, apretó puño y con toda su fuerza
rompió en dos aquella mesa. Saltó la tristeza, cayó en sus bruces la depresión
y despertó el amor de su letargo consentido. Sentó su fuerza enfrente del amor
y hecho esto, explicó: “Quisiste demostrar la imperfección del hombre frente a
la perfección de los sentimientos y el que fallaste fuiste tú, ni el hombre ni
los demás sentimientos. Te llamas “amor”, el más puro, el que más se anhela y
por el que más se lucha, pero eres tan cotidiano y tan usado que ya tu
perfección has perdido.”
Y “el amor”, secando sus
lágrimas de incomprensión, solo asentía con la cabeza. Y prosiguió la
espiritualidad… “Todo el mundo te tiene y en su imperfección, te hacen
imperfecto. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste seguro, firmemente
enraizado en un alma, respirando pureza en el corazón y escribiéndote sin parar
encima de una piel?”
Sonreía picaresco “el desamor” ya en posesión de aquel hombre, cuando la
espiritualidad de cuajo lo arrancó y abriendo la mente de aquel hombre, sembró:
“Lo que tu sentías no era amor, porque ni era puro, ni noble, ni por sentido lo
tenías. Era un pequeño sentimiento vestido con dudas y recelos, con lentejuelas
de un mundano placer y motivos esquivos de soledad, con emociones sentidas pero
no con el alma, con pulsaciones de un mareado viento pero no con el latido de
tu corazón. Y ahora lo que tienes es “nada”, un vacío que ni el “desamor “ se
atreve a llenar. “El amor” tiene razón, los sentimientos son perfectos, fluyen
y viven, jamás se destruyen y todo transforman, pero tú, eres tan imperfecto
que a cualquier cosa le llamas sentimiento, a cualquier emoción enamoramiento y
a cualquier duda de tu corazón, amor. No te desnudes ante la primera tentación,
mejor hazlo con tu alma y léela porque solo cuando entiendas de que está hecha
y para que está, podrás escribir la pureza de un sentimiento”.
Y “el amor” cabizbajo, dio por
terminado el baile. Se fueron los sentimientos y aquel hombre en estos momentos
está en algún lugar, desnudando su alma (espero sin tequila, sal y limón).
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