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sábado, 18 de noviembre de 2017

EL MERCADER DE SENTIMIENTOS


                 Como cada otoño, dispuso el mercader su mesa. Deslizó el largo mantel cual aviso de una prometida elegancia y puso un candelabro en cada una de sus esquinas. Los vistió de rojas y blancas velas, de la brasa de un viejo leño sacó fuego, una por una las prendió y dejó que la sutileza de sus flamas crearan el obligado ambiente.  Un extraño frío afiló su aire y aquel viejo hombre, abrigó de una ajena piel su espalda. Árboles sin hojas y gris cielo, un río bajando en silencio sus piedras y nieve fotografiada en lejanas montañas. Sentó su cansancio y esperó.

                 El tímido Sol se atrevió y poco a poco un horizonte se reflejó en su espejo, un gran espejo a un lado de aquella vacía mesa.  Puso el incipiente día sus aceras y de ciegas farolas las llenó. Algunas fachadas vibraban sus pinturas y otras las lloraban. Algún portal se quejaba y otros barrían con esmero una querida soledad. Una ventana se medio abría empapada en helado rocío, otra bajaba su persiana y muchas lamentaban el constante acoso del impertinente polvo. Ya el sereno guardaba sus llaves cuando un elegante caballo detenía su medieval caballero en frente de la mesa de aquel mercader.  La respuesta no se hizo esperar:

-          Aquí no hay nada para usted mi distinguido amigo.
       No se inmutó y con detenida atención observó aquella mesa. Vacío sobre el blanco mantel, cansadas velas goteaban de color rojo y blanco, un mercader sin nada que vender y una triste mirada clavada en su apariencia.
-          Le dije que no tengo nada para usted amigo. No pierda su tiempo y no me haga perder el mío. Lo único que hay aquí son sentimientos, pero ya todos los vendí y solo me queda esta enorme tristeza.
Atónito el caballero acicaló su bigote, después la perilla y habló.
-          Quiero comprar su tristeza.
-          ¿Qué le hace pensar que la quiero vender?
-          Usted ya no puede con ella. Es demasiado grande. Y yo la necesito.
-          Es muy valiosa. No se la venderé. Ya es parte de mí.
-          Se la cambio por mi caballo. Es un pura sangre de realeza extranjera.
-          No
-          Tome mi mano
        Con sumo respeto aquel mercader tomó la mano de aquel gentil caballero y sintió una gran aspereza caminar por su piel, un sudor gélido se apoderó de su alma y mirando aquellos inertes ojos, le preguntó.
-           Con el debido respeto… ¿Por qué necesita tanta tristeza?
-          Porque necesito valorar tanta alegría, tanta felicidad y tanta dicha.
-          Pero entonces…
               Aquel gentil caballero no lo dejó terminar…
                 -     En cualquier momento mi alma extenderá su mano, el tiempo una lágrima me regalará y partirá. Veré el cielo del que nací, el viento del que un día me enamoré, aquella nube que de sonrisas mojó mi tierra y acariciaré las plumas de aquella águila que en su vuelo me llenó de paz. Renovaré el compromiso con la vida y dejaré que el verso se escriba sólo, más allá de la muerte.  Pero no lo haré sin haber conocido la tristeza, la profunda tristeza que usted tiene.
-          ¿Nos conocemos?
Asintió el caballero y no dio más información.
Puso el pie en aquel estribo, acarició su caballo y se marchó.
-          ¡Vaya usted con Dios! (gritó con educación el mercader)
El caballero con un gentil ademán contestó.
      Aquel mercader atesoró mucho tiempo aquel sentimiento. Fue una dura compra  que por años dio sentido a su vida. Todos los días aquel hombre su vacía mesa montaba. Sus candelabros, sus velas y el crujir de una fogata escribían la tristeza de una vida que jamás vendería porque cuanto más profunda, más amaba su felicidad cuando la tenía.
      Tres otoños después aquel gentil caballero pasó por enfrente, el mercader lo sintió desde antes y en medio de su camino se atravesó.
-          Disculpe amigo…
       Sus palabras temblaron. Aquel caballero era un quejido de vida encima de un caballo, su apariencia afable se había desdibujado en mil pedazos, su elegancia pintaba costras de un mal parido destino y su mirada, ni ojos tenía.
-          ¡Por Dios Señor! ¿Qué ha hecho con su vida?
-          Hace diez otoños, escondí sentada mi alma en aquel portal mientras a usted observaba. Lo vi cruzar este enorme espejo y lo seguí.
-          ¡Claro! Ahora lo recuerdo… ¡Usted me vendió esta enorme tristeza!
-          Lo seguí hasta aquella plaza, una plaza donde los sentimientos de miles de personas eran subastados. Gente de almas tristes y otras con corazones rebosantes de generosidad; personas que como yo, nos desprendimos de sentimientos que no queríamos en nuestras vidas, pero no entendíamos que esos sentimientos se complementan y que para tener alegría también hay que sufrir tristezas porque sino, en el camino esa alegría deja de tener significado, se convierte en rutina y tu vida deja de tener sentido.
-          ¡Qué bien habla usted mi gentil caballero! ¡Venga acompáñeme!

       Y aquellos dos hombres cruzaron una vez más aquel espejo: el moribundo caballero acicalaba tembloroso su incipiente barba y el mercader angustiado por su amigo, temblaba sus pasos en cada respiración. Llegaron a la plaza y un viejo sabio explicaba con verbal intensidad sus enseñanzas. Seguido con suma atención por los más jóvenes, hizo una pausa y con un sutil ademán, invitó al gentil y al mercader a sentarse junto a él. Y el sabio prosiguió:

               “Al principio ni el vacío existía. Sentado, un viejo silencio respiraba su aliento. El espacio era intención y el tiempo una ilusión. Despacito latía una energía en la nada, una energía pura y eterna. El silenció la poseyó y poquito a poquito en su regazo, dormida se quedó: empezó a imaginar y en cada caricia del silencio un nuevo sueño la penetró, se emocionó, lloró, tembló, sonrió y empezó a crear, a crear, a crear…
                 Creó todo lo que sentía, lo que en su sueño vivía y lo que su gran poder de sugestión le permitía. Sintió el silencio el profundo escalofrío de la primera creación, vibró potente la energía y ocurrió la gran explosión, el Big Bang creador, el todo imaginado y la gran expansión de aquellos sueños. Y esto es lo que somos, una pequeña parte de los sueños de una energía pura y eterna.”

                 Una vez terminado, se dirigió al gentil caballero y con tierna mirada le habló.

-          Usted también es parte de ese gran sueño, un sueño Universal, un sueño donde los colores de las emociones pintan los más profundos sentimientos, donde las caricias no se explican sino que están y donde la tristeza vive con la felicidad, la generosidad con la envidia, el odio con el amor, la pobreza del espíritu con la riqueza del alma y la ilusión con la depresión. Porque sin uno no existiría el otro. Usted vendió su tristeza y jamás pudo explicar su felicidad porque nunca la sintió. Es menester que los sentimientos convivan y así tomen su exacto valor, es menester que se complementen y así poderlos sentir en su intensidad…Es menester que ambos estén en el sueño y así poderlos explicar.

                Y dirigiéndose al mercader, le ordenó devolver aquella gran tristeza al gentil caballero y seguidamente sentenció:

-          Cruce el espejo y no se asuste: se romperá en mil pedazos y ya no podrá volver. Ahora será feliz, pues sentirá tristeza, una lágrima caerá por su mejilla y sabrá sentirla, un escalofrío recorrerá su espalda y podrá dibujar un sentimiento, su energía se regenerará y la próxima vez que se atreva a soñar, explicará la felicidad que por siempre ha tenido y que nunca ha sentido.

                Y así lo hizo aquel gentil caballero. El espejo se rompió en mil pedazos y por siempre comprendió que para sentir algo, debes haber sentido su cara oscura, que para gozar, antes hay que sufrir, que para ganar, antes hay que luchar y que para vivir, a veces hay que morir.


              


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