Te perdí en la
memoria, sentí escurrir tus lágrimas de entre mis dedos y cuando el anárquico
viento que golpea esquinas, azotó mi corazón…solo pude recordar tus defectos.
Te juzgué sin tener derecho, impuse condiciones de vida al martillo de mis sentencias,
expuse tu privacidad al libre albedrío de una opinión y cuando te sentí más
frágil…Te puse contra la pared y te fusilé.
Remordimiento
que corroes día con día mi alma, odiado pesar que agitas los latidos de un
tiempo que ya no es mío, ajedrez de dioses que reté en mi osadía y que ahora
perforas mis entrañas, en un jaque mate que yo provoqué. Maquiné mi propia ley, escribí reglas que
solo yo entendía y me convertí en juez. Quise ser héroe en mi despecho y lo
único que conseguí, fue mendigar rencores en cada bar que entraba mi sombra.
Siento
desprecio y soledad, leo silencios donde viven los versos de tu amor, recito
efímeros alientos en el dulce pentagrama de tu música y cuando la noche cae
sobre mi cama, solo la tristeza y el miedo arrullan mis fríos. Sueño pesadillas
al ver mi luna, imagino oscuridades
cuando despunta el amanecer, escucho gritos en el canto de los pájaros, dibujo
temblores en mi cuerpo cuando recuerdo
tus dedos acariciando mi piel y solo veo densas tinieblas, cuando el rocío
empapa mis ventanas.
Cruel viaje
que diseñé día con día, perdido en mi orgullo. Fatal pasaje de vida que
confundiste mi destino, elegido camino que te convertiste en un maldito atajo, lleno de espinas y malas hierbas. Decidí ser
juez y me equivoqué, esperé razón y encontré vacío…Quise invadir otra libertad
y ahora vivo en el remordimiento.
No juzgues, no eres Dios.
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