Sonríe tierno el eco de la montaña
porque ahora salta entre los espejos de sus nieves, se relame una estrella en
su destello porque el cielo sabe que es de ella, apacigua el copo su caída porque el viento lo
arrulla en su regazo, deshace inquieto un topo su nido y grita impotencia el
alud, porque es contenido. Mira lejos el corazón cuando intenta acortar la
distancia, suspira el gemido cuando extraña su piel, llora el nido su vacío y
tiemblan unas burbujas en la copa del proscrito.
Sirve su
cena el lechón y unas verduras ensalivan bocas,
el árbol desenvuelve regalos y un trineo escapa del niño. La soledad
duele, una profunda tristeza se subleva, el aire tiene hambre, la guerra no
cesa y el violín de la tregua, estalla sus cuerdas. Un anciano recoge pedazos
en la basura y el mendigo se los quita, el cura aturde con su sermón y un ángel
la limosna se lleva para explicarle lo que es pobreza, el político duerme y el
pueblo palidece, las calles guardan su historia, los portales sus fríos, el
sereno sus llaves y el borracho sus razones.
Despierta la Tierra de su letargo y clama justicia, muestra al cielo las
huellas que día con día la pisan y que nada le dejan, enseña al Universo los
inútiles vahos de las palabras perdidas, que sin sentido retumban entre sus
sienes y exige la pronta restitución de sus paisajes. Grita el fango y pide más
humedad, clama una duna la caricia del viento, explota el volcán y cuando su
lava acaricia, la Tierra tiembla. Le pide al mar que no le quite su arena, a la
Luna que refleje sus aullidos, al Sol que derrita nieves y de vida a los ríos y
al humano, que vuelva a serlo. Llena de silencio sus flores para que cada
pétalo absorba su rocío, embriaga de exóticas fragancias sus bosques para que
el cielo los respire, pinta de ocres su otoño, de blanco el invierno, de verde
su primavera y de rojo intenso su verano. Suda miedo, exhala infierno, piensa
una imaginación, siente ilusión, dibuja un sueño y le suplica al horizonte que
se reinvente en cada amanecer.
Late
la Tierra, huele a madre y sabe a caricia de amante. Vibra el cielo porque
envolverla quiere, desatan frescura las nuevas ramas, inventa un misterio la leyenda y se deja
acariciar el romance. Suenan los tambores en la era de acuario, el baile está
servido y empieza una aquelarre de naturales sentidos. Se desnudan las brujas
del trueno y se confunden entre las princesas de la lluvia, abraza el silbido
del viento las sábanas de su aire y el orgullo de la nube, esponja sus
algodones. Viaja un desierto y carga en su mochila mil estrellas, cabalga entre
sus montañas el inquieto río y cada burbuja erosiona su piedra, espera paciente
el mar, el arcoíris escoge un artista que lo pinte y la nieve a un Sol para
renacer en agua de vida. Prende el Sabio la última fogata, junta los leños de
la nostalgia, trocea una por una las secas ramas de la intolerancia, las caídas
hojas de la vergüenza y espera sereno el clamor del ´relámpago. Se ilumina
boreal el cielo, cae el rayo y se prende la chispa de la nueva libertad. Arden
troncos, maderas y vergüenzas, los colores huelen sus intensos chasquidos, expresa
vida la Tierra, habla, canta y recita, se compacta en su vaho el rocío y se
transforma en libro. Recoge el Gran Sabio la más antigua pluma de ave, la moja
con su sangre y escribe que otra vez la Tierra siente, que el cielo la guarda y
que el humano, por fin entendió. El libro es cerrado, besado y sembrado: lo
late la Tierra, una ilusión lo enreda, un deseo lo moja, el sueño se convierte
en raíz, la utopía en imaginación y el árbol crece, se llena de color, de
candor y de vida. El humano lo mira y se conjura en el milagro; se enreda en la
misma ilusión, se moja con el profundo deseo, deja que sus sueños sean raíz,
que la utopía abrace su imaginación y que la Tierra llene su vida de colores y calores.
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