…Y
quiso el hombre que la montaña se cerrara, que el mar se abriera y que
enmudeciera el viento. Por un momento con su dedo tapó el Sol, su mirada
deshizo nubes, el vaho de su corazón pintó rocío, expuso el alma y el grito del
trueno, desgarró su espalda. Gateó despacito su paisaje, arañó de uñas el viejo
fango, sintió el temblor del miedo y cuando quiso llorar, cien miradas lo
juzgaron. Se rompió su corazón, escamó su `piel, curtió alma, se levantó y el
primer sendero caminó. Sudaba intenso el sentimiento, sediento apretaba labios,
un temor izó bandera, la inseguridad besó tierra y aquellos principios
educados, desbarataron una por una las duras lágrimas de tanto dolor.
Caminaba sin llorar, deambulaba por un laberinto lleno de espejos, de
profundos bosques y de ocultas sombras. Lleno de preguntas esquivaba indolentes
respuestas, pleno de emociones vagaba en espíritu, oliendo su propio vacío disgregaba pisadas en
el aire y mientras tanto el hacha del autoconocimiento descuartizaba rencores y
remordimientos sembrados en su pecho. Fue el primer día que respiró las heces
de aquel desamor, vivió el odio del abandono y el frío de la profunda tiniebla.
Y llegó el tiempo del gran celo, de la
pregunta eterna, de la expansión umbilical y del nacimiento de una razón
universal. Rasuraba el espacio sus confines, el viento sideral probaba una rara
alquimia con su aire, mientras el gran motor del vacío se llenaba de nada.
Latía un músculo sus primeras fibras, un sentimiento se atrevía a sentir y un
pequeño haz de luz, poseía una mirada.
Y el
verbo se convirtió en voz, el suspiro en gemido, el eco en grito y la voluntad
en fuerza. El Espíritu se llenó de soles, una a uno los posó en sus manos y
apretó con furia los puños: la respuesta fue eterna, la explosión viajó infinitos
más allá de la etérea frontera, cada reflejo era rayo y trueno, cada vacío un
espacio hecho de rocas y piedras y cada nada se convertía en millones de
cometas que dibujaban núcleos de fuego y acero. Respiraba la creación y germinaban
universos por doquier. El alma lloró y por cada lágrima se creó un mar, la piel
evaporó sudor y en cada gota una nube nació, un divino escalofrío recorrió su
vertebral columna y vibró la oscuridad, se creó un negro universo paralelo, un
espejo de poder y en él, el hombre se
miró: sintió vejez, arrugas sin vivir, heridas sin una cicatriz, un corazón
lleno de parches y unas manos tan vacías que la nada de ellas huía.
Oscureció su color el cielo, el laberinto se llenó de estrellas y
aquellos espejos bailaban destellos por
doquier. El profundo bosque nadaba en resina de ámbar y cada espina rasguñaba
una gota de sangre en su piel. El hombre resistía pero el tiempo exigía, respiraba
pero el espacio sofocaba, pisaba y la hierba quemaba… suplicaba y el eco
callaba. La razón expandió conocimiento y el tormento creció, la imaginación
dibujaba un blanco lienzo y las respuestas no llegaban, la emoción contenía
humedades y las manos se hacían puños de frío. Ardía saliva la garganta, los
dientes estremecían un chirrido, la lengua secaba sus papilas y poco a poco el
ojo cerraba su mirada. Todo era pesar, el poder del hombre había sucumbido por
la falta de aquel amor que no se atrevía ni siquiera a llorar, atrofiado el
músculo y reseca la piel, nariz cerrada y pecho sumido, espalda arqueada entre
fangos y malolientes lodos caminaba una figura dibujando poca sombra en el
ocaso de su laberinto.
Los espejos se cerraban cada vez más… agobiado
sentía el ahogo en su propia sangre. No podía salir, no descifraba brújula ni
entendimiento, el frío era intenso, el juicio extremo, los dedos señalaban y la
senda edificó un muro en su propia vergüenza. Se atrevió la tristeza y
desmembró su alma, pedía una bala su sien y una muerte su vida, gemía cielo su
corazón y otra oportunidad, lo poco que de hombre le quedaba. Exhausto cayó, poseído
por aquel laberinto un oscuro sueño lo abrigó, adoptó forma fetal, se cubrió de
ocres hojas y durmió.
Y llegó
el tiempo de la condición astral, del viaje etéreo, de la dimensión de otro
cielo y de la realización del alma en su gran Universo. Blandió espada el sueño
y decapitó de cuajo cualquier pesadilla, caminó la imaginación por la
surrealidad consentida, bailó el sentimiento en sedas de emoción y el profundo
deseo abrió poco a poco los puños del frío. Llegó del infinito el Gran Centauro
del viento, de la eternidad el minotauro del rayo, de la Luna las vestales y
del mar las sirenas de Ulises. Vivió un paisaje de grandes molinos de viento y
vio a Don Quijote hablar con ellos, un mar lleno de rojo y a Moisés partiéndolo
en dos, su nacimiento y unas tijeras cortar su primera razón umbilical, la
pureza del amor y el brillo de su alma en la gran conexión sideral. El cielo
era de oro, el espacio música, el aire miel, el tiempo beso y su cuerpo
destello…y sintió como la mano del Creador abría en dos su pecho, como metía sus
largos dedos y como uno por uno sacaba miedos, prejuicios, falsas promesas, juicios
sociales, educaciones vanas, silencios compungidos y guardados en el aceite de
sus nostalgias, cobardías sembradas en el albedrío de ajenas mentes y una por
una cada brasa de sus consentidos infiernos.
Despertó el hombre, el laberinto mostraba rotos sus espejos y la senda
lucía verde, hermosa, viva y con chispas de cien mil pétalos. El aire olía
amor, la brisa a mujer y el rocío a piel. Las estrellas caminaban y poco a poco
soltaban algún que otro escondido destello, mostraba el mar plata en su espuma,
silente un arcoíris pintaba en aceite de almendras su lienzo y despacito el Sol
copulaba con su Luna. Terminó la senda su camino, el horizonte se despegó del
cielo y tomó figura de mujer, el santo grial bebió su cáliz y el hombre
arrodilló sus bruces ante el festival del amor. La desnudez era intensa, el alma
brillaba, el verso sentía, la poesía vibraba y por fin aquel hombre, lloró
amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario