Vomita el
rayo su trueno porque anda borracho de tanto esperpento, huye el volcán de su
montaña porque quiere que su lava resbale en el desierto, aprieta el acorde su
guitarra porque no es madera para su nostalgia, aúlla el lobo al Sol porque su
Luna, se quedó a media alba. Tomó el Creador una piedra de jade, la más
brillante, talló con ella una pequeña flecha, le dio todo su aire y de su mano
voló, surcando el cielo como nunca nadie.
Destella el colibrí en su viento, a un palmo
del árbol, a centímetros de la enredadera, a milímetros de la quimera, a cien
yardas de una sorpresa, huyendo de una nube que se muestra perversa. Vaga
intenso el azul sin un verde cerca, el
manantial en agua reverbera, el nenúfar sabe que el río no espera y despacito
un horizonte espera a ser real, cuando llegue su primavera.
Se muestra el colibrí desprendido, toca
la cera, su flama, también la copa de un tinto con olor a cerezas y madera, se pierde en
caminos y brechas, liba de la rosa un estambre perdido, del musgo un hongo ensombrecido
y del más pequeño gnomo, su tierno divino. Despierta la hormona entre alas que
no son de mariposa, son de colibrí, audaz y perspicaz, valiente y persistente,
voraz y volando siempre, en aire caliente.
A su vida le da una oportunidad, no le pide que retroceda, solo que lo
aprendido no quede en olvido y que todo lo vacío, quede suprimido. Entonces se
mira dentro, nota que es nada lo que lo llena por completo, que pronto no
estará y que su destino, tiene un problema.
A esa nada no había forma de sustituirla, lo
aprendido no era suficiente, tampoco lo vivido y mucho menos lo sufrido. Decidió rememorar, revivir aquellos momentos
que por una u otra razón no había cumplido con su correcto pensar. Imaginó
libertad y sintió que no la había tenido, soñó paz y tampoco la encontró en su
albedrío, dibujó un mar y fue incapaz de dar color a tanta inmensidad. Escondió
su alma en el bosque del silencio, entre mandrágoras y pinos, abrazó sombras y
se acostó en henos, enredó su piel en raíces y alargó brazos entre corchos
llenos de árbol viejo, lloró rocío y también le sonrió, a las espinas del frío.
Lloraba silencio el colibrí, el dolor
lo desparramaba inquieto, entre venas lo recorría terso, entre suspiros buscaba
un sentimiento, en sus lágrimas un verso que fuera capaz de explicar su triste aliento.
Un trueno lo sorprendió, de cerca le habló, le explicó que era valiente,
también conspirador, ante el genocidio señalador, del amor un sutil pecador y de
la sonrisa, su más elegante dador…que sus arrugas no eran en vano, que eran
marcas de lucha, recuerdos aciagos, falsas ternuras, traiciones que en piel no
había olvidado y quizás alguna que otra duda, que de su nada lo había llenado.
De reojo el colibrí lo miró, una
poquita luz de su rayo le pidió, aquel trueno lo consintió, todo lo iluminó, en
sus brazos lo arrulló y con tierna mirada casi le habló. Supo que aquel trueno le pedía trabajo, que
fuera casa por casa, a cada árbol, que por aceras pasara, también entre
semáforos, por cada vereda y que no se olvidara de volar cerca de las
enredaderas en primavera…que fuera él, ese que era anuncio de las tormentas,
también mensajero de lluvias inciertas, de la humedad un luchador pendenciero y
de la nube, su más fiel compañero. Afiló sus alas, estiró su cuerpo, bostezó un
aliento y emprendió el último vuelo, quizás para morir como actor en teatro o
el mejor de los mensajeros.
El colibrí estaba cansado de que no le
hicieran caso, que por más que sus alitas agitara, no era del hombre un
presagio. Y fue entonces que el cielo le dio su más precioso legado: “A partir
de ahora serás señal, un ángel celestial, un mensajero universal. A ti todos se
rendirán pues serás de su ignorancia el santo grial, la piedra filosofal y también
ese pequeño ser que en cada una de sus alitas les mostrará lo que viene de
verdad. El terremoto te esperará, también el tsunami y el huracán, el tifón y
el más valiente volcán, la guerra y la mentira serán por ti advertidas, también
la envidia y todo resquicio de hipocresía, la traición será leída antes de que
tenga vida, la inquisición suprimida, las promesas serán cumplidas y el sueño
de cada uno, la única religión que explique sus días. Te cambiarán de nombre,
te llamarán libertad, serás monumento en cada esquina, fotografía en cada
cantina y también te escribirán, dulces poesías.
Y el colibrí se durmió con la ilusión
que el cielo le dio. Al día siguiente diferente amaneció, todo era color, el verde tenía otro
olor, las montañas reflejaban un dorado resplandor, el mar sonreía lleno de
vigor, el viento fluía lleno de un exquisito sabor y el cielo a cada minuto,
cambiaba su óleo y también mostraba en pentagrama, todo su candor. El oso
abrazaba su rama, un gorila a una hiena mimaba, el gato hablaba con la rata, la
serpiente con una rana, el águila caminaba, el delfín a una ballena palabras le
cantaba, el dinosaurio volaba y la rosa a cada pétalo le daba nombre, apellido
y hasta a la escuela lo acompañaba. El colibrí no entendía, algo extraño pintó
distinto su día.
Se abrió el cielo, las estrellas se
juntaron como autopista, los cometas eran vigías, los meteoritos piedras llenas
de alegría, la Luna estaba desnuda como reina tocada por una hermosa poesía y
el Sol sonreía, porque no había preguntas que cuestionaran su día. Pensó el
colibrí y un ángel le mostró pleitesía. Le contó que ahora estaba en “Tierra
prometida”, que pronto llegaría el Creador y que él lo ayudaría. Cerró los
ojos, la pregunta lo rasgó, el ángel entendió, un abrazo extendió y entre alas
y alitas al colibrí respondió: “el cielo como señal te mostró, el hombre no
entendió, su gran orgullo lo venció, la ignorancia lo tomó y de esta Tierra, al
no hacerte caso, se extinguió. Pero no estás solo, una hembra el Creador te
dio, procrea y de colibríes será esta Tierra, de colibríes que como tú, serán por
siempre, los mensajeros de La Luz.”
Desde entonces la Tierra se llamó:
X´TS´UNU´UM (nombre maya que expresa Colibrí), un nuevo hombre sobre ella
empezó a caminar, el Creador lo dotó de alma, corazón y también razón. Sentó
aquel ser junto al colibrí, no dudó, a los dos miró y sentenció: “Eres frágil y
ligero de tal manera que a la flor más delicada te acercarás y ni un pétalo
tocarás, tus plumas brillarán bajo el Sol y en cada gota de lluvia mil colores
reflejarás. Llevarás los pensamientos de los hombres de lugar en lugar, de la
luz serás mensajero y también de la verdad, no tendrás tregua, tu trabajo será
voraz pero jamás nadie ni una pluma te tocará, porque quien ose hacerlo,
morirá. “
Es por eso que nunca verás un colibrí
en una jaula ni en la mano de ningún humano dejar de volar.
Y dirigiéndose al hombre, terminó: “Si alguien
te desea un bien, el colibrí tomará ese deseo y hacia a ti, en sus plumas lo
cargará. Si alrededor de tu cabeza lo ves volar, no lo toques porque de ti está
tomando verdad, para llevarla a los demás. Piensa siempre en positivo, por algo
has visto a un colibrí en tu camino, algo extraordinario sucederá porque
también tu abrazo es capaz, de llevarlo más allá.”
Desde entonces, hombre y colibrí viven
juntos y en paz. Uno es mensajero, el otro todavía un ser muy incapaz. Uno
explica libertad en su volar, mientras el otro todavía la busca en su largo
caminar. Uno no se cansa jamás y el otro…mirarlo solo es capaz.