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martes, 21 de agosto de 2018

AQUEL SENTIMIENTO


                 Estaba sentado un sentimiento. No esperaba a ser abrazado pues poco lo había sido, era profundo y por eso quizás no conocería otras manos en su destino. Latía despacito, miraba una nube, le daba forma, miraba una estrella, envidiaba cada destello de ella, miraba la Luna y quería sentirse dentro de su dulzura. Le ofreció el cielo un espejo, le dijo que en él no se veía perfecto. Quería llegar otra vez a su mar pues en él se reflejaba travieso, en su cristalino era divino, en cada grano de sal sentía que era olido, en su espuma que todavía no había vivido y en cada ola, esa emoción que lo hacía distinto.
                  Pasaron Los días y aquella montaña ya estaba cansada de tener sus posaderas adosadas, le hablaba y no le contestaba, lo empujaba y aquel sentimiento de una extraña paciencia se preñaba. Permanecía inmóvil, fija la mirada, con la piel estirada y apretando siempre con fuerza su quijada. Se desvanecían los días, las noches eran largas, cortos los ocasos y mojadas, cada una de sus albas. Sabía que la naturaleza era sabia, que no lo dejaría a merced de la nostalgia, que algo sucedería, algo que quizás cambiaría su vida.
                  Una tarde, con el horizonte pegado a su espalda porque no quería ver como de su mar se despegaba, se le apareció una pequeña hada. Era muy pequeña y hermosa cuando abría sus alas, inquieta y como colibrí por su frente volaba. También era extraña porque tenía cuatro manos, sus piernas eran largas, sus orejas en punta se dibujaban, sus ojos eran grandes y llenos de una luz, que nunca acababa. Se levantó de aquella montaña pues ya el hada lo molestaba, tanto volar confundía su mente y no podía pensar. Se detuvo aquella hada enfrente de sus ojos, lo penetró con el alma y con palabras que eran música, le habló en voz alta:
                  “No fuiste hecho para pensar, solo para sentir. Los sentimientos no piensan, no meditan, no reflexionan, solo sienten. Tampoco esperan, solo están pendientes. No sudan, solo viven en el escalofrío permanente. Jamás mueren, solo se transforman. Son energía y por ende vibran, tienen su frecuencia, cantan y también, al corazón obedecen.”
                    Aquel sentimiento no entendía, porque no sentía. Pensaba en lo correcto o si era pasajero, dudaba de cada anhelo, de cada ilusión y por supuesto no se atrevía a ser parte del sueño. Nadie lo escribía ni en versos ni en alegorías, tampoco como metáfora perdida y mucho menos en alguna vivida poesía. Su existencia era confundida, no podía expresarse, mostrarse era una utopía, sentarse en aquella montaña y acariciar cada brisa, lo único que explicaba el por qué, todavía vivía.
                    Y fue entonces que aquella hada entendió que aquel sentimiento estaba poseído por la razón. Que seco tenía el corazón pues cada vez que algo sentía, aquella razón lo oprimía con desmesurado tesón.  Supo qué hacer. A cada nube le robó su algodón, exprimió una estrella y el último aliento sacó de ella, le pidió prestado el velo a la Luna, la fuerza al cometa, al meteorito fugaz su lluvia y al cielo su color cuando se pintaba más bello. Construyó una burbuja y en ella metió al sentimiento. La razón no podía entrar, el pensamiento dejó de estar,  una matemática abandonó el lugar y por supuesto la lógica buscó nadar, en otro mar.
                   Y aquel sentimiento comenzó a respirar de verdad. Entre algodones se vistió de ternura, del aliento estelar configuró una emoción que lo empezaba a temblar, con el velo de la Luna sintió que podía acariciar, de aquella lluvia se empezó a mojar y sintió del deseo toda su humedad, se pintó como color de cielo, fue óleo y lienzo, artista del pincel, escultor y poeta del viento.
                   Salió corriendo, el hada lo miraba en su viajar, llegó a su mar, se miró en su espejo, se llenó de sal, de cada gota de espuma, en cada ola dejó su amargura, sus huellas menos profundas y también del corazón toda su sequedad. Se sintió diferente porque sintió. Ahora podía explicar amor, también la emoción del caballo en su trotar, el brinco de un delfín en su nadar, el olor del pétalo cuando el rocío lo abraza pleno, la soledad de un pajar perdido en su heno y esa lágrima que expresa el alma, cuando el corazón está lleno.
                   No hay sentimiento que exista bajo la razón. Ellos son libres, en su albedrío no tienen explicación, la emoción los distingue, su escalofrío es único, su energía divina y su poderosa vitamina, esa semilla que desde las estrellas nos fue transmitida, sembrada y por la Gran Fuente, a nuestro ADN pegada, en el corazón del alma.
                   

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