Tembló mi piel, ella estaba
cerca. Susurró el poro tanta belleza que se abrió todo, le dijo a su vello que
estuviera quieto, al sudor que guardara su deseo. Hoy haríamos el amor sin
tocarnos, nos miraríamos, nos oleríamos, descubriríamos ese interior que a
veces en el fervor, es olvidado.
Despacito se desnudó, prendí
dos velas, la dualidad a media luz se mostraba perversa, hombre y mujer, almas
añejas suspirando gotas de un dulce poema. El viaje estaba listo, las miradas
atravesaban, una pasión fluía apretada, poco a poco un profundo deseo supuraba,
poco a poco se abría el alma.
La mente era blanca, no tenía
recuerdos ni algo pendiente mañana, la religión era borrada, la educación por
el momento preñada y el infinito tocado, en el corto espacio entre dos esencias
enamoradas. Gimió el tiempo y se vistió de silencio, el ambiente era perfecto y
el baile ya respiraba, sus primeros anhelos.
Danza de cuerpos sin tocar, amor
ecléctico, sensación etérea, un instante
sin miedo, ese fundirse en lo ajeno sin importar historia ni defecto. Ese
hermoso dar que te saca de tu carne y destella luz en cada lágrima de su
sangre. Armonía, intimidad perfecta, miradas fijas, el comienzo de una
masturbación sin pena, caricias que como látigo marcan emoción en piel, besos escondidos que saben a miel.
Sus manos se tocaban, mis
dedos ansiaban, su lengua se relamía y los dientes mis labios apretaban. Escuchaba su latido y ella se abrazaba al mío,
no eran diferentes, el destino era el mismo y ya una humedad goteaba, en cada
libido. Adoración, máxima excitación, esa lectura del alma cuando se viste de
cuerpo: su frente, su oreja, la mejilla, hasta la peca más pequeña, cada
detalle, su delicado cuello, cada punta de su cabello, los hombros perfectos y
la erección completa, en cada uno de sus senos.
Llegó el abrazo tántrico, se sentó en mis rodillas, sus brazos
me rodearon, el orgasmo quería, era ansiado, su fuerza lo contenía, besó mi cara, cada sonrisa, cada pestaña, cada
pedacito de mejilla, cada mirada y cada grieta, que a sudar se atrevía. Todo
era magia, sentía que el cielo tocaba, que el Universo en mi explotaba, que era
música y en sus manos, el arpa de un ángel con sus cuerdas tensas y muy
excitadas.
Caminó dulce una melodía
consentida, en cada caricia, entre su alma y la mía, en cada ternura escrita, en
cada humedad atrevida, entre su mirada y la mía, en cada beso sentido, entre sus
piernas y también, entre las mías. Se
desbarató el silencio, llegó el clímax perfecto, se desgarró el grito, exhaló
su gemido el suspiro y nos sentimos tan dentro, que éramos uno y del amor, un
hermoso infinito.
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