Escribe el medievo entre sangres y batallas, recita el romántico juglar
y arranca las hojas de un libro la gótica gárgola del miedo. Vuela tildes el
trapecista, ríe el payaso una metáfora y el ilusionista saca una imaginación de
la chistera del mago. Cubre la noche un pensar, lo ilumina una vela y una gota
de tinto descuelga entre una copa y un labio. El sueño humea candente, la mano
acaricia brazo y un dedo se pierde en su palma. La tinta no fluye, el verso
esconde sus letras, la nube cambia su color y la lluvia espera.
Llega
la mudanza, descarga un piano, un violín y un viejo saxo. Se resiste la puerta,
lucha el cargador, cede la pared y entra el piano. Camina el violín cargado en
un extraño hombro y se abraza el saxo a su bufanda a la espera que un joven lo
sople para revivir añoranzas. No hay mujer, el hombre duerme, la materia
desaparece, el cielo inventa y aparece la bohemia. Media oscura y elegante,
olor a ceniza y con zapatillas de guante. Ojos entornados a media asta, botones
aterciopelados y brazos de humo, tierno aliento de ambiente y boca llena de
conversación, charla y discusión.
La
bohemia penetra, el silencio calla al vacío y el universo imagina. Tocan la
puerta y un mensaje la abre. Nadie entra. Tocan otra vez. Alguien suspira pesar
y no se atreve. El piano toca un “do” y la entidad entra. Es la “ordinariez”, a
su lado la “idiotez” y un poquito más atrás la “ignorancia”. Respingó la
bohemia y al ser preguntadas, enseñaron su invitación firmada por la
“generosidad” y el “hombre dormido”. Asintió la bohemia y los sentó encima de
un rayo dormido, haciéndoles saber que cualquier gemido de su parte, sería
respondido por un sublime despertar del rayo. Hecho esto, la bohemia dispuso al piano, el violín y el saxo en la
tarima de las estrellas. Contento el piano, afinó sus teclas, el violín acicaló
sus cuerdas y el saxo… El saxo a un lado
haciendo gárgaras con el imaginado jugo de un limón, solo esperando a ser
soplado.
Sin
tocar, penetró punzante un viento que venía del norte, un aire con colmillos de
hielo y un cielo tan gris que la tarima
de estrellas oscureció su color. Se dibujó en el techo el trueno de una luna,
voló la duna del desierto y se transfiguró un relámpago del Partenón. El vaho era intenso, el ambiente excitó la
bohemia, el saxo tragó humo y el violín relinchó dulce. Habló un acorde del
piano, exhaló ronquez el saxo y el caramelo del ocaso, prendió su cigarrillo. Una
estrella se bajó de su tarima, el meteorito recién llegado lo entendió, su mano
extendió, la estrella se contorsionó y pegados empezaron un lento baile…La
puerta giraba y giraba y las entidades llegaban.
Un
solsticio se enamoró de una pirámide, mientras un equinoccio buscaba algo
semejante a una serpiente, una espuma buscaba su mar y solo encontró los labios
de una vieja luna. Un viejo destello cojeaba y preguntaba por el baño, la
“ignorancia” mostró su dedo y señaló la entrepierna de la “idiotez”. Desfiló un
trueno asiático y como no sabía qué hacer, se fue. Llegó una nostalgia llena de
lágrimas y se sentó a un lado del “olvido”. Primero le dio un abrazo, después
le secó una lágrima y luego la empujó. En la inercia abrazó a un caballero
llamado “precipicio” y junto a él se quedó.
Y llegó
el viento del sur, el calor y la música. La bohemia transformó su cara, el
ambiente penetró calidez, la tarima vibró y el cielo sonrió un nuevo color. La
cumbia vibró y el piano se excitó, la salsa llegó y el violín brincó cuerdas,
la samba movió sus caderas y el saxo…El saxo solo bailó y bailó…Y recordó su
juventud. La bohemia era fiesta, las estrellas luces, los meteoritos se
transfiguraron en incandescentes colas de cometas, las lunas desnudaron sus
velos y los soles reventaron sus cráteres como espinillas de cielo…Y tocaron la
puerta y no giró. Tocaron otra vez y la luna más sabia la abrió. Llegó la
mujer, la perfección de la creación, la ternura hecha ser, el cariño en toda su
dimensión y el beso en toda su seducción. La bohemia era sublime, la mujer y el
universo, la mujer y la naturaleza…La mujer y… ¿El hombre?...El hombre seguía
dormido ante tanta belleza. Porque en la bohemia de la hermosura, el hombre
siempre duerme, siempre espera un sueño que solo sueña y lo único que hace es sentarse encima de un rayo y esperar junto a
su ordinariez, su idiotez y su ignorancia. Hombre que naciste para amar y ser
amando, revienta de una vez el cauce de tu río enseñado y fúndete en la bohemia
de la hermosura porque si no, otros cielos, con tu misma entrepierna, la
disfrutarán.
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